NEW HAVEN – Soy uno de los ganadores de este año del Premio en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel y, por ello, agudamente consciente de la crítica a este galardón por quienes afirman que la economía –a diferencia de la química, la física o la medicina, para las cuales también se otorgan Premios Nobel– no es una ciencia. ¿Están en lo cierto?
Un problema que tiene la economía es que necesariamente se centra en la política, más que en el descubrimiento de aspectos fundamentales. Nadie se preocupa demasiado por los datos económicos, excepto para usarlos como guía para la política: los fenómenos económicos no tienen para nosotros la misma fascinación intrínseca que las resonancias internas del átomo o el funcionamiento de la vesícula y otros orgánulos de una célula viva. Juzgamos a la economía por lo que puede producir. Así, la economía se parece más a la ingeniería que a la física: es más práctica que espiritual.
No existe un Premio Nobel de Ingeniería, aunque debiera haberlo. Es cierto, el Nobel de Química de este año se asemeja un poco a un Nobel de Ingeniería, porque fue otorgado a tres investigadores –Martin Karplus, Michael Levitt y Arieh Warshel– «por el desarrollo de modelos multiescala de sistemas químicos complejos» que subyacen a los programas informáticos que permiten que los equipos de resonancia magnética nuclear funcionen. Pero la Fundación Nobel está obligada a considerar una cantidad mucho mayor de ese tipo de material práctico y aplicado cuando evalúa el Premio de Economía.
El problema que una vez que nos centramos en la política económica, entra en juego mucho de lo que no es ciencia. Se involucra la política y los gestos políticos son ampliamente recompensados por la atención pública. El Premio Nobel está diseñado para recompensar a quienes no buscan de atención mediante trucos y a quienes, en su sincera búsqueda de la verdad, podrían de otra manera resultar desairados.
¿Por qué se lo llama entonces premio de «ciencias económicas» y no de «economía»? Los otros premios no se entregan a las «ciencias químicas» y a las «ciencias físicas».
Los campos de acción que usan «ciencia» en sus títulos tienden a ser aquellos que logran que las masas se involucren emocionalmente y en los cuales los lunáticos suelen tener cierta influencia sobre la opinión pública. Estos campos incluyen la «ciencia» en sus nombres para distinguirlos de sus primos de dudosa reputación.
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La denominación ciencia política ganó popularidad por primera vez a fines del siglo XVIII para marcar diferencias respecto de los tratados partidistas cuyo propósito era ganar votos e influir, en vez de buscar la verdad. La expresión ciencia astronómica era común a fines del siglo XIX, para marcar diferencias frente a la astrología y el estudio de los mitos antiguos sobre las constelaciones. La ciencia hipnótica también se usó el siglo XIX como expresión para distinguir el estudio científico del hipnotismo de la brujería o el trascendentalismo religioso.
Esos términos eran necesarios en aquel entonces porque sus lunáticos homólogos ejercían un influjo mucho mayor sobre el discurso general. Los científicos tenían que anunciarse sí mismos como tales.
De hecho, incluso la expresión ciencia química disfrutó cierta popularidad en el siglo XIX –una época en que ese campo buscaba distinguirse de la alquimia y la propaganda sobre panaceas de charlatanes. Pero la necesidad de usar ese término para distinguir a la ciencia verdadera de la práctica de los impostores ya estaba diluyéndose para cuando se implementaron los Premios Nobel, en 1901.
De manera similar, las expresiones ciencia astronómica y ciencia hipnótica se extinguieron casi completamente durante el siglo XX, tal vez porque la creencia en lo oculto declinó en la sociedad respetable. Es cierto, los horóscopos aún sobreviven en periódicos populares, pero solo están allí para las personas con verdaderas deficiencias científicas o a manera de entretenimiento; la idea de que las certezas determinan nuestro destino ha perdido toda su credibilidad intelectual. Por lo tanto, ya no hay necesidad de la expresión «ciencia astronómica».
Los críticos de las ciencias económicas a veces se refieren al desarrollo de una «seudociencia» de la economía, para lo cual sostienen que se usa la ceremonia de la ciencia, como una profusión de matemática, pero solo a manera de espectáculo. Por ejemplo, en su libro de 2004, ¿Existe la suerte? Engañados por el azar, Nassim Nicholas Taleb dijo sobre las ciencias económicas: «Se puede disfrazar el charlatanismo bajo el peso de las ecuaciones y nadie se dará cuenta, ya que no existe tal cosa como un experimento controlado».
Pero la física también recibe ese tipo de críticas. En su libro de 2004, Las dudas de la física en el siglo XXI: ¿Es la teoría de cuerdas un callejón sin salida?, Lee Smolin reprochó a la profesión de la física haberse dejado seducir por teorías hermosas y elegantes (en particular, la teoría de las cuerdas) más que por aquellas que pueden ser contrastadas mediante la experimentación. De manera similar, en su libro de 2007, Not Even Wrong: The Failure of String Theory and the Search for Unity in Physical Law (Ni siquiera un error: el fracaso de la teoría de las cuerdas y la búsqueda de la unidad en la ley física), Peter Woit acusó a los físicos de un pecado muy similar al atribuido a los economistas matemáticos.
Creo que la economía es un tanto más vulnerable que las ciencias físicas a los modelos cuya validez nunca será clara, porque la necesidad de aproximaciones es mucho mayor que en las ciencias físicas, especialmente porque los modelos describen personas en vez de resonancias magnéticas o partículas fundamentales. La gente puede cambiar de idea y comportarse en forma completamente distinta. Incluso tienen neurosis y problemas de identidad, fenómenos complejos que desde el campo de la economía conductual se consideran relevantes para entender los resultados económicos.
Pero no toda la matemática en economía es, como sugiere Taleb, charlatanismo. La economía tiene un lado cuantitativo importante, del que no podemos librarnos. El desafío ha sido combinar su perspicacia matemática con el tipo de ajustes necesarios para que sus modelos se adecuen al irreducible elemento humano de la economía.
El avance de la economía conductual no entra fundamentalmente en conflicto con la economía matemática, como algunos parecen creer, aunque puede chocar con algunos modelos económicos matemáticos actualmente de moda. Y, si bien la economía presenta sus propios problemas metodológicos, los desafíos básicos que enfrentan los investigadores no son esencialmente distintos de los que ocupan a investigadores en otros campos. A medida que la economía se desarrolle, ampliará su repertorio de métodos y fuentes de evidencia, aumentará la solidez de su ciencia y los charlatanes serán desenmascarados.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
NEW HAVEN – Soy uno de los ganadores de este año del Premio en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel y, por ello, agudamente consciente de la crítica a este galardón por quienes afirman que la economía –a diferencia de la química, la física o la medicina, para las cuales también se otorgan Premios Nobel– no es una ciencia. ¿Están en lo cierto?
Un problema que tiene la economía es que necesariamente se centra en la política, más que en el descubrimiento de aspectos fundamentales. Nadie se preocupa demasiado por los datos económicos, excepto para usarlos como guía para la política: los fenómenos económicos no tienen para nosotros la misma fascinación intrínseca que las resonancias internas del átomo o el funcionamiento de la vesícula y otros orgánulos de una célula viva. Juzgamos a la economía por lo que puede producir. Así, la economía se parece más a la ingeniería que a la física: es más práctica que espiritual.
No existe un Premio Nobel de Ingeniería, aunque debiera haberlo. Es cierto, el Nobel de Química de este año se asemeja un poco a un Nobel de Ingeniería, porque fue otorgado a tres investigadores –Martin Karplus, Michael Levitt y Arieh Warshel– «por el desarrollo de modelos multiescala de sistemas químicos complejos» que subyacen a los programas informáticos que permiten que los equipos de resonancia magnética nuclear funcionen. Pero la Fundación Nobel está obligada a considerar una cantidad mucho mayor de ese tipo de material práctico y aplicado cuando evalúa el Premio de Economía.
El problema que una vez que nos centramos en la política económica, entra en juego mucho de lo que no es ciencia. Se involucra la política y los gestos políticos son ampliamente recompensados por la atención pública. El Premio Nobel está diseñado para recompensar a quienes no buscan de atención mediante trucos y a quienes, en su sincera búsqueda de la verdad, podrían de otra manera resultar desairados.
¿Por qué se lo llama entonces premio de «ciencias económicas» y no de «economía»? Los otros premios no se entregan a las «ciencias químicas» y a las «ciencias físicas».
Los campos de acción que usan «ciencia» en sus títulos tienden a ser aquellos que logran que las masas se involucren emocionalmente y en los cuales los lunáticos suelen tener cierta influencia sobre la opinión pública. Estos campos incluyen la «ciencia» en sus nombres para distinguirlos de sus primos de dudosa reputación.
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La denominación ciencia política ganó popularidad por primera vez a fines del siglo XVIII para marcar diferencias respecto de los tratados partidistas cuyo propósito era ganar votos e influir, en vez de buscar la verdad. La expresión ciencia astronómica era común a fines del siglo XIX, para marcar diferencias frente a la astrología y el estudio de los mitos antiguos sobre las constelaciones. La ciencia hipnótica también se usó el siglo XIX como expresión para distinguir el estudio científico del hipnotismo de la brujería o el trascendentalismo religioso.
Esos términos eran necesarios en aquel entonces porque sus lunáticos homólogos ejercían un influjo mucho mayor sobre el discurso general. Los científicos tenían que anunciarse sí mismos como tales.
De hecho, incluso la expresión ciencia química disfrutó cierta popularidad en el siglo XIX –una época en que ese campo buscaba distinguirse de la alquimia y la propaganda sobre panaceas de charlatanes. Pero la necesidad de usar ese término para distinguir a la ciencia verdadera de la práctica de los impostores ya estaba diluyéndose para cuando se implementaron los Premios Nobel, en 1901.
De manera similar, las expresiones ciencia astronómica y ciencia hipnótica se extinguieron casi completamente durante el siglo XX, tal vez porque la creencia en lo oculto declinó en la sociedad respetable. Es cierto, los horóscopos aún sobreviven en periódicos populares, pero solo están allí para las personas con verdaderas deficiencias científicas o a manera de entretenimiento; la idea de que las certezas determinan nuestro destino ha perdido toda su credibilidad intelectual. Por lo tanto, ya no hay necesidad de la expresión «ciencia astronómica».
Los críticos de las ciencias económicas a veces se refieren al desarrollo de una «seudociencia» de la economía, para lo cual sostienen que se usa la ceremonia de la ciencia, como una profusión de matemática, pero solo a manera de espectáculo. Por ejemplo, en su libro de 2004, ¿Existe la suerte? Engañados por el azar, Nassim Nicholas Taleb dijo sobre las ciencias económicas: «Se puede disfrazar el charlatanismo bajo el peso de las ecuaciones y nadie se dará cuenta, ya que no existe tal cosa como un experimento controlado».
Pero la física también recibe ese tipo de críticas. En su libro de 2004, Las dudas de la física en el siglo XXI: ¿Es la teoría de cuerdas un callejón sin salida?, Lee Smolin reprochó a la profesión de la física haberse dejado seducir por teorías hermosas y elegantes (en particular, la teoría de las cuerdas) más que por aquellas que pueden ser contrastadas mediante la experimentación. De manera similar, en su libro de 2007, Not Even Wrong: The Failure of String Theory and the Search for Unity in Physical Law (Ni siquiera un error: el fracaso de la teoría de las cuerdas y la búsqueda de la unidad en la ley física), Peter Woit acusó a los físicos de un pecado muy similar al atribuido a los economistas matemáticos.
Creo que la economía es un tanto más vulnerable que las ciencias físicas a los modelos cuya validez nunca será clara, porque la necesidad de aproximaciones es mucho mayor que en las ciencias físicas, especialmente porque los modelos describen personas en vez de resonancias magnéticas o partículas fundamentales. La gente puede cambiar de idea y comportarse en forma completamente distinta. Incluso tienen neurosis y problemas de identidad, fenómenos complejos que desde el campo de la economía conductual se consideran relevantes para entender los resultados económicos.
Pero no toda la matemática en economía es, como sugiere Taleb, charlatanismo. La economía tiene un lado cuantitativo importante, del que no podemos librarnos. El desafío ha sido combinar su perspicacia matemática con el tipo de ajustes necesarios para que sus modelos se adecuen al irreducible elemento humano de la economía.
El avance de la economía conductual no entra fundamentalmente en conflicto con la economía matemática, como algunos parecen creer, aunque puede chocar con algunos modelos económicos matemáticos actualmente de moda. Y, si bien la economía presenta sus propios problemas metodológicos, los desafíos básicos que enfrentan los investigadores no son esencialmente distintos de los que ocupan a investigadores en otros campos. A medida que la economía se desarrolle, ampliará su repertorio de métodos y fuentes de evidencia, aumentará la solidez de su ciencia y los charlatanes serán desenmascarados.
Traducción al español por Leopoldo Gurman.