OXFORD – Hace unos años, dos investigadores noruegos presentaron su versión de una pendiente resbaladiza de la investigación científica, con errores honrados (observaciones y análisis equivocados) en la parte de arriba y fraude intencionado (plagio, falsificación e invenciones) en la parte de abajo. Colocaron el “sesgo de publicación” hacia la mitad de la escala, pero debería haber estado mucho más abajo. De hecho, la no publicación de los resultados de investigaciones es la forma más común y preocupante, con mucho, de conducta poco ética en materia de investigaciones de salud… y ha tenido consecuencias letales.
Hace mucho tiempo que existen pruebas anecdóticas del sesgo de publicación, pero, a medida que los requisitos para el registro de ensayos clínicos se han vuelto más rigurosos, su magnitud ha llegado a ser cifrable: los resultados de al menos la mitad de los ensayos clínicos con pacientes y voluntarios sanos permanecen inéditos durante años después de su realización. Los estudios con resultados “negativos·” son los que tienen menos probabilidades de ver la luz del día, pero la falta de información sobre investigaciones puede propiciar recomendaciones tergiversadas sobre prácticas clínicas, sufrimiento y muerte.
Por ejemplo, los medicamentos contra las arritmias fueron prescritos en gran escala –con la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos– a víctimas de ataques cardíacos durante más de un decenio, con la suposición de que la reducción de las anormalidades del ritmo cardíaco disminuiría las tasas de mortalidad, pero, como informó el periodista investigador Thomas J. Moore en su libro Deadly Medicine (“Medicina mortal”), en el momento de mayor utilización, dichos medicamentos estaban matando todos los años a más americanos que durante toda la guerra del Vietnam.
A raíz de esa revelación, un equipo de investigadores británicos informó sobre un ensayo clínico que habían hecho más de un decenio antes. Su estudio había descubierto una tasa mayor de fallecimientos entre los pacientes que recibían un nuevo medicamento contra las arritmias que entre los que recibían un placebo. Según explicaron, no habían publicado los resultados porque se había abandonado la creación de ese medicamento por razones comerciales. Sin embargo, observaron, retrospectivamente, que sus resultados “podrían haber dado un aviso temprano de problemas futuros”.
Además de sufrimientos y muertes evitables, no comunicar los resultados de investigaciones aminora también el ritmo de descubrimientos científicos. Está reconocido de forma general que el alto nivel actual de inversión en investigaciones farmacéuticas está produciendo demasiado pocos descubrimientos importantes.
En una reunión sobre “investigación aplicada”, un directivo de una organización dedicada a la investigación por encargo, una empresa que presta servicios de investigación subcontratados a las industrias farmacéutica y de biotecnología, expuso el problema. “Lo que de verdad nos frustra”, comentó, “es que una empresa farmacéutica nos encargue la preparación de un ensayo en fase temprana cuando ya sabemos que se trata de un callejón sin salida y la razón por la que lo sabemos es la de que ya hemos recorrido ese callejón sin salida con otra empresa, pero no se informa de ese experimento por razones comerciales”.
Dicho de otro modo, el proceso de descubrimiento de medicamentos padece las consecuencias de una ineficiencia inherente, debida a la insuficiencia de la información, pero, si bien el derroche puede ser tolerable, el daño evitable a los pacientes no lo es. Los voluntarios de ensayos con medicamentos no deben aceptar ese abuso de su participación en las investigaciones. No publicar los resultados de ensayos clínicos es una traición a la confianza implícita que han puesto en los investigadores para que con su contribución aumenten y mejoren el cúmulo de conocimientos científicos.
Tampoco el público debe aceptar ese desperdicio de recursos. Sencillamente, carece de justificación el ocultamiento de los resultados de estudios de investigaciones sobre la salud. Su publicación es un imperativo moral.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
OXFORD – Hace unos años, dos investigadores noruegos presentaron su versión de una pendiente resbaladiza de la investigación científica, con errores honrados (observaciones y análisis equivocados) en la parte de arriba y fraude intencionado (plagio, falsificación e invenciones) en la parte de abajo. Colocaron el “sesgo de publicación” hacia la mitad de la escala, pero debería haber estado mucho más abajo. De hecho, la no publicación de los resultados de investigaciones es la forma más común y preocupante, con mucho, de conducta poco ética en materia de investigaciones de salud… y ha tenido consecuencias letales.
Hace mucho tiempo que existen pruebas anecdóticas del sesgo de publicación, pero, a medida que los requisitos para el registro de ensayos clínicos se han vuelto más rigurosos, su magnitud ha llegado a ser cifrable: los resultados de al menos la mitad de los ensayos clínicos con pacientes y voluntarios sanos permanecen inéditos durante años después de su realización. Los estudios con resultados “negativos·” son los que tienen menos probabilidades de ver la luz del día, pero la falta de información sobre investigaciones puede propiciar recomendaciones tergiversadas sobre prácticas clínicas, sufrimiento y muerte.
Por ejemplo, los medicamentos contra las arritmias fueron prescritos en gran escala –con la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos– a víctimas de ataques cardíacos durante más de un decenio, con la suposición de que la reducción de las anormalidades del ritmo cardíaco disminuiría las tasas de mortalidad, pero, como informó el periodista investigador Thomas J. Moore en su libro Deadly Medicine (“Medicina mortal”), en el momento de mayor utilización, dichos medicamentos estaban matando todos los años a más americanos que durante toda la guerra del Vietnam.
A raíz de esa revelación, un equipo de investigadores británicos informó sobre un ensayo clínico que habían hecho más de un decenio antes. Su estudio había descubierto una tasa mayor de fallecimientos entre los pacientes que recibían un nuevo medicamento contra las arritmias que entre los que recibían un placebo. Según explicaron, no habían publicado los resultados porque se había abandonado la creación de ese medicamento por razones comerciales. Sin embargo, observaron, retrospectivamente, que sus resultados “podrían haber dado un aviso temprano de problemas futuros”.
Además de sufrimientos y muertes evitables, no comunicar los resultados de investigaciones aminora también el ritmo de descubrimientos científicos. Está reconocido de forma general que el alto nivel actual de inversión en investigaciones farmacéuticas está produciendo demasiado pocos descubrimientos importantes.
En una reunión sobre “investigación aplicada”, un directivo de una organización dedicada a la investigación por encargo, una empresa que presta servicios de investigación subcontratados a las industrias farmacéutica y de biotecnología, expuso el problema. “Lo que de verdad nos frustra”, comentó, “es que una empresa farmacéutica nos encargue la preparación de un ensayo en fase temprana cuando ya sabemos que se trata de un callejón sin salida y la razón por la que lo sabemos es la de que ya hemos recorrido ese callejón sin salida con otra empresa, pero no se informa de ese experimento por razones comerciales”.
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Dicho de otro modo, el proceso de descubrimiento de medicamentos padece las consecuencias de una ineficiencia inherente, debida a la insuficiencia de la información, pero, si bien el derroche puede ser tolerable, el daño evitable a los pacientes no lo es. Los voluntarios de ensayos con medicamentos no deben aceptar ese abuso de su participación en las investigaciones. No publicar los resultados de ensayos clínicos es una traición a la confianza implícita que han puesto en los investigadores para que con su contribución aumenten y mejoren el cúmulo de conocimientos científicos.
Tampoco el público debe aceptar ese desperdicio de recursos. Sencillamente, carece de justificación el ocultamiento de los resultados de estudios de investigaciones sobre la salud. Su publicación es un imperativo moral.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.