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La economía moralmente azarosa del Pakistán

LAHORE – La visita, recién concluida, de Hillary Clinton a Islamabad, para asistir a la segunda sesión del diálogo estratégico que su homólogo pakistaní, Shah Mehmood Qureshi, y ella lanzaron en Washington a comienzos de este año, dio cierto alivio a sus anfitriones. Los Estados Unidos prometieron aportar 500 millones de dólares para financiar varios proyectos de “gran relieve público” en el Pakistán, como parte de los 1.500 millones asignados al Pakistán en la legislación firmada por el Presidente Barack Obama el año pasado.

El día antes de que Clinton llegara a Islamabad, se reunieron en esa ciudad los Amigos del Pakistán Democrático. Una reunión anterior del grupo, paralela a la celebración del período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York el año pasado, fue presidida por Obama. Asistieron el entonces Primer Ministro de Gran Bretaña, Gordon Brown, los directores del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional y ministros de los gobiernos de varios países. En la reunión de Islamabad, los Amigos del Pakistán Democrático acordaron aportar fondos para el programa de desarrollo energético del Pakistán y solicitaron propuestas de los pakistaníes para el desarrollo de otros sectores considerados decisivos para la economía.

Unos días antes, el Presidente Asif Ali Zardari hizo su quinta visita a Beijing desde que tomó posesión de su cargo en agosto de 2008 –ésa vez se trataba de una visita de Estado– y recibió promesas de apoyo para el desarrollo de la energía nuclear y la construcción de una línea ferroviaria por la cordillera del Karakorum que unirá los dos países y facilitará el acceso de la China occidental al mar por el puerto pakistaní de Gwadar.

Esas promesas subrayan la dependencia cada vez mayor de Islamabad de la asistencia extranjera, lo que no es de extrañar, ya que la relación entre los ingresos fiscales y el PIB ha disminuido hasta menos del 9 por ciento, la menor de las 22 mayores economías en ascenso. También indican la continuidad de un planteamiento moralmente azaroso de la gestión económica que garantiza la ayuda exterior siempre que el país se acerca al borde del abismo.

Actualmente, el Pakistán es la economía con peores resultados de Asia. Su tasa de crecimiento del 3 por ciento del PIB es la mitad de la de Bangladesh y una tercera parte de la de India y, si bien es muy posible que esta última inyección de dinero extranjero ayude al país a salir de una profunda crisis económica, será simplemente una repetición de la historia de siempre. El Pakistán funciona bien cuando recibe grandes corrientes de asistencia extranjera, como en el decenio de 1960, durante el mandato del Presidente Ayub Jan, en el de 1980, cuando el general Zia-ul-Haq gobernaba el país, o al comienzo del de 2000, cuando el general Pervez Musharraf ocupaba el poder.

Durante esos tres períodos de gobierno militar, el país pudo alinearse rápidamente con los Estados Unidos. En el decenio de 1960, los EE.UU. querían que Pakistán estuviera de su lado, cuando intentaba contener la extensión del comunismo en Asia. En el decenio de 1980, los EE.UU. querían que Pakistán los ayudara a obligar a la Unión Soviética a salir del Afganistán. Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, los EE.UU. querían que el Pakistán contribuyera a acabar con el gobierno de los talibanes en el Afganistán.

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Ahora, por primera vez, los EE.UU. están prestando gran cantidad de asistencia a un gobierno democrático. ¿Ayudará esa relación a que el Pakistán se libre de los altibajos económicos por los que ha pasado durante el último medio siglo?

Para velar por que los resultados de su economía dejen de estar dictados por la disponibilidad de ayuda exterior, el Pakistán debe emprender una reestructuración fundamental. Si esas reformas económicas corren a cargo de un gobierno representativo, tienen más posibilidades de mantenerse. Por otra parte, no existe garantía de que, si el poder volviera a pasar a un gobernante militar, se mantuviesen las políticas idóneas,

Los gobiernos extranjeros que tienen tratos actualmente con el Pakistán deben alentar a sus dirigentes a avanzar en al menos dos frentes relacionados: el comercio y unas relaciones mejores con la India son decisivos.

En el momento de la independencia, hace 60 años, la participación del comercio en el PIB del Pakistán era mayor, gracias en parte al comercio con la India. Se interrumpió de repente en 1949, a consecuencia de la primera de las muchas guerras comerciales que los dos países han reñido.

Antes de 1949, la India absorbía el 60 por ciento, aproximadamente, de las exportaciones del Pakistán y representaba el 70 por ciento de sus importaciones. En la actualidad, la India representa menos del 5 por ciento del volumen total de comercio del Pakistán.

Es lo contrario de lo que sería previsible conforme al llamado modelo gravitacional del comercio, basado tanto en el tamaño de los socios comerciales como en su distancia. Según dicho modelo, China y la India, no los EE.UU., deberían ser los mayores socios comerciales del Pakistán. Así, el Pakistán no debería dedicar tanta energía, como ahora, a mejorar su acceso al mercado textil de los EE.UU. De hecho, dada la competencia de economías con salarios bajos, como, por ejemplo, Bangladesh y Camboya, el Pakistán debería dejar de centrarse en los textiles y dedicar esfuerzos mucho mayores a desarrollar sus industrias basadas en el conocimiento.

Otro sector importante para el diálogo de los donantes con el Pakistán es el de la gestión de los asuntos públicos: no sólo la lucha contra la corrupción y su reducción, sino también el acercamiento de la formulación de políticas a la población. Largos períodos de gobierno militar, con su insistencia en el mando y el control, han dejado muy centralizada la formulación de políticas en el Pakistán. Es necesario que se traspasen más competencias a las provincias.

El gobierno democrático actual ha dado un paso en esa dirección, al modificar la Constitución del Pakistán. Los “amigos” del país deben alentar esa actuación, tal vez pidiendo que las provincias del país reciban más voz y voto en su diálogo con el gobierno de Zardari.

Los donantes extranjeros deben insistir en que el Pakistán reforme su economía para librarse del peligro moral que entraña la continua dependencia de las corrientes de ayuda, pero ese resultado es mucho más probable, si la democracia florece en todo el país.

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