SUVA – Los defensores de la geoingeniería insisten en que nos salvará de la crisis climática. Aseguran que tecnologías para la extracción de dióxido de carbono de la atmósfera o el desvío de una parte de la radiación solar que llega a la Tierra nos permitirán deshacer el daño causado por la incapacidad de la humanidad para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Pero aunque parezca sin duda una solución conveniente, no hay pruebas de que funcionará, ni modo de saber cuáles puedan ser sus efectos secundarios. Y en opinión de los habitantes de las islas del Pacífico, casi no amerita discusión.
Los proponentes de la geoingeniería tienen razón en una sola cosa: enfrentamos una emergencia climática que demanda acciones radicales y urgentes. El Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC) lo dejó bien claro en octubre de 2018, y lo recalcó el mes pasado, con su informe sobre el cambio climático y el uso de la tierra.
Algunas grandes economías (incluidas Canadá, Irlanda y el Reino Unido) y diversas regiones y ciudades ya han reconocido oficialmente la escala de la crisis. ¿Se trasladará esto a un compromiso con emprender las acciones necesarias?
No se vio eso en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada el año pasado en Katowice (Polonia). En vez de eso, la dirigencia se aferró a débiles compromisos que en la práctica permiten seguir como si nada ocurriera (un resultado impulsado por países en los que las industrias de los combustibles fósiles tienen una enorme influencia política y económica). En la mayoría de los casos, son los mismos países que promueven la geoingeniería.
Para los habitantes del Pacífico, que están en la primera línea de una crisis climática a la que no han contribuido casi nada, esta actitud persistentemente egoísta y miope pasó de ser decepcionante a frustrante y finalmente exasperante. Los 14 estados insulares soberanos del Pacífico generan sólo un 0,02% del total mundial de emisiones de GEI. Pero como muchos de ellos poseen islas bajas o están compuestos totalmente de atolones bajos, son extremadamente vulnerables a los efectos del cambio climático, comenzando por el aumento de nivel de los mares.
Sin embargo, los habitantes del Pacífico están demasiado enterados para creerse los cantos de sirena de la geoingeniería. De hecho, ya se los usó como conejillos de Indias en experimentos con tecnologías poderosas y peligrosas (incluidas las armas nucleares en los años cuarenta y cincuenta) y todavía padecen las consecuencias. En las islas Marshall, por ejemplo, Estados Unidos construyó (apenas en los ochenta) un enorme domo de concreto para albergar los residuos radioactivos letales que quedaron de esos experimentos. Pero la estructura no fue hecha para durar, y a la par de su deterioro, aumenta el riesgo de escape de radiaciones.
La geoingeniería no es un tema totalmente nuevo en el Pacífico. Los gobiernos de la región ya han estado en la mira de investigadores y proponentes. En un seminario que tuvo lugar en 2013 en Suva (Fiyi), organizado por el Centro para el Medioambiente y el Desarrollo Sostenible de la Universidad del Pacífico Sur y el Instituto de Estudios de Sostenibilidad Avanzados, los participantes acordaron que se necesita más investigación, mayor concientización y un debate transparente sobre el tema.
Pero como también recalcaron, ninguna tecnología de ingeniería climática debería implementarse si no está probado que sea una opción suficientemente segura, y entonces, sólo como último recurso. Ni siquiera deberían hacerse pruebas de campo si no hay normas y estructuras de gobernanza aplicables. Sobre todo, los países del Pacífico acordaron que la geoingeniería no debe considerarse un sustituto a esfuerzos de mitigación globales y radicales, incluida una reducción importante de las emisiones.
Sin embargo, seis años después, el debate ha cambiado por completo. Mientras se suman proyectos de investigación en geoingeniería, propuestas de experimentos y aplicaciones comerciales, hay una lamentable falta de esfuerzos de mitigación, sobre todo en aquellos países cuyos gobiernos han desviado la atención hacia la geoingeniería como excusa para la inacción. En la práctica, la responsabilidad por la crisis climática se está delegando a las generaciones futuras, especialmente en los países en desarrollo que menos contribuyeron a su aparición.
En vista de este desequilibrio, la posición del Foro de Desarrollo de las Islas del Pacífico respecto de la geoingeniería se mantiene totalmente en línea con el pedido de moratoria acordado en 2010 por 196 gobiernos, en el contexto del Convenio de la ONU sobre la Diversidad Biológica, a todas las actividades de geoingeniería mientras no existan “mecanismos de control y normativos (…) mundiales, transparentes y eficaces”.
El IPCC dejó en claro que el único modo de resolver la crisis climática será a través de “rutas de transformación” para la reducción de las emisiones y la protección y restauración de los ecosistemas, lo que incluye una verdadera revolución en el uso de la tierra. Esas rutas están trazadas no sólo en los informes del IPCC, sino también en el acuerdo climático de París (2015).
Esto implica el reemplazo de los combustibles fósiles con fuentes de energía renovables. También implica aprovechar al máximo la capacidad natural de captura y almacenamiento de carbono del planeta, mediante la protección y expansión de sumideros de carbono naturales como los bosques, los manglares y las praderas marinas. Según detalla el informe del IPCC sobre el uso de la tierra, medidas como la expansión del papel de las comunidades locales e indígenas en la gestión de los bosques serían muy beneficiosas, lo mismo que una transformación de los sistemas alimentarios que garantice el uso de prácticas agrícolas sostenibles y minimice el desperdicio de alimentos.
La mayoría de las respuestas necesarias contribuirán positivamente al desarrollo sostenible y a otros objetivos mundiales. En primer lugar, un planeta más sano implica personas más sanas: como causa de enfermedades respiratorias, la contaminación del aire provoca unos tres millones de muertes prematuras al año.
Además, la transición a las energías renovables ayudará a crear numerosos empleos de calidad, muchos más de los que ofrece la industria de los combustibles fósiles. Y eso sin siquiera contar los costos inmensos (por ejemplo, los relacionados con el aumento de frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos) que se evitarían con una mitigación efectiva del cambio climático.
Pero cuanto más nos demoremos en hacerlo, más acuciante se volverá la crisis, y más alta la probabilidad de acciones imprudentes. El veloz agravamiento de los efectos del cambio climático ya se está usando para justificar peligrosos experimentos de geoingeniería al aire libre, que pueden tener consecuencias ambientales devastadoras e impredecibles, e iniciar una tendencia hacia la implementación de estas tecnologías sin las garantías de seguridad o estructuras regulatorias necesarias.
Sabemos lo que hay que hacer; de hecho, lo hemos sabido por años. Si todos los países cumplen sus responsabilidades, podemos dar una respuesta efectiva al cambio climático. Pero para proteger a la humanidad (comenzando por los ultravulnerables habitantes del Pacífico) debemos actuar ahora.
Traducción: Esteban Flamini
SUVA – Los defensores de la geoingeniería insisten en que nos salvará de la crisis climática. Aseguran que tecnologías para la extracción de dióxido de carbono de la atmósfera o el desvío de una parte de la radiación solar que llega a la Tierra nos permitirán deshacer el daño causado por la incapacidad de la humanidad para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Pero aunque parezca sin duda una solución conveniente, no hay pruebas de que funcionará, ni modo de saber cuáles puedan ser sus efectos secundarios. Y en opinión de los habitantes de las islas del Pacífico, casi no amerita discusión.
Los proponentes de la geoingeniería tienen razón en una sola cosa: enfrentamos una emergencia climática que demanda acciones radicales y urgentes. El Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC) lo dejó bien claro en octubre de 2018, y lo recalcó el mes pasado, con su informe sobre el cambio climático y el uso de la tierra.
Algunas grandes economías (incluidas Canadá, Irlanda y el Reino Unido) y diversas regiones y ciudades ya han reconocido oficialmente la escala de la crisis. ¿Se trasladará esto a un compromiso con emprender las acciones necesarias?
No se vio eso en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada el año pasado en Katowice (Polonia). En vez de eso, la dirigencia se aferró a débiles compromisos que en la práctica permiten seguir como si nada ocurriera (un resultado impulsado por países en los que las industrias de los combustibles fósiles tienen una enorme influencia política y económica). En la mayoría de los casos, son los mismos países que promueven la geoingeniería.
Para los habitantes del Pacífico, que están en la primera línea de una crisis climática a la que no han contribuido casi nada, esta actitud persistentemente egoísta y miope pasó de ser decepcionante a frustrante y finalmente exasperante. Los 14 estados insulares soberanos del Pacífico generan sólo un 0,02% del total mundial de emisiones de GEI. Pero como muchos de ellos poseen islas bajas o están compuestos totalmente de atolones bajos, son extremadamente vulnerables a los efectos del cambio climático, comenzando por el aumento de nivel de los mares.
Sin embargo, los habitantes del Pacífico están demasiado enterados para creerse los cantos de sirena de la geoingeniería. De hecho, ya se los usó como conejillos de Indias en experimentos con tecnologías poderosas y peligrosas (incluidas las armas nucleares en los años cuarenta y cincuenta) y todavía padecen las consecuencias. En las islas Marshall, por ejemplo, Estados Unidos construyó (apenas en los ochenta) un enorme domo de concreto para albergar los residuos radioactivos letales que quedaron de esos experimentos. Pero la estructura no fue hecha para durar, y a la par de su deterioro, aumenta el riesgo de escape de radiaciones.
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La geoingeniería no es un tema totalmente nuevo en el Pacífico. Los gobiernos de la región ya han estado en la mira de investigadores y proponentes. En un seminario que tuvo lugar en 2013 en Suva (Fiyi), organizado por el Centro para el Medioambiente y el Desarrollo Sostenible de la Universidad del Pacífico Sur y el Instituto de Estudios de Sostenibilidad Avanzados, los participantes acordaron que se necesita más investigación, mayor concientización y un debate transparente sobre el tema.
Pero como también recalcaron, ninguna tecnología de ingeniería climática debería implementarse si no está probado que sea una opción suficientemente segura, y entonces, sólo como último recurso. Ni siquiera deberían hacerse pruebas de campo si no hay normas y estructuras de gobernanza aplicables. Sobre todo, los países del Pacífico acordaron que la geoingeniería no debe considerarse un sustituto a esfuerzos de mitigación globales y radicales, incluida una reducción importante de las emisiones.
Sin embargo, seis años después, el debate ha cambiado por completo. Mientras se suman proyectos de investigación en geoingeniería, propuestas de experimentos y aplicaciones comerciales, hay una lamentable falta de esfuerzos de mitigación, sobre todo en aquellos países cuyos gobiernos han desviado la atención hacia la geoingeniería como excusa para la inacción. En la práctica, la responsabilidad por la crisis climática se está delegando a las generaciones futuras, especialmente en los países en desarrollo que menos contribuyeron a su aparición.
En vista de este desequilibrio, la posición del Foro de Desarrollo de las Islas del Pacífico respecto de la geoingeniería se mantiene totalmente en línea con el pedido de moratoria acordado en 2010 por 196 gobiernos, en el contexto del Convenio de la ONU sobre la Diversidad Biológica, a todas las actividades de geoingeniería mientras no existan “mecanismos de control y normativos (…) mundiales, transparentes y eficaces”.
El IPCC dejó en claro que el único modo de resolver la crisis climática será a través de “rutas de transformación” para la reducción de las emisiones y la protección y restauración de los ecosistemas, lo que incluye una verdadera revolución en el uso de la tierra. Esas rutas están trazadas no sólo en los informes del IPCC, sino también en el acuerdo climático de París (2015).
Esto implica el reemplazo de los combustibles fósiles con fuentes de energía renovables. También implica aprovechar al máximo la capacidad natural de captura y almacenamiento de carbono del planeta, mediante la protección y expansión de sumideros de carbono naturales como los bosques, los manglares y las praderas marinas. Según detalla el informe del IPCC sobre el uso de la tierra, medidas como la expansión del papel de las comunidades locales e indígenas en la gestión de los bosques serían muy beneficiosas, lo mismo que una transformación de los sistemas alimentarios que garantice el uso de prácticas agrícolas sostenibles y minimice el desperdicio de alimentos.
La mayoría de las respuestas necesarias contribuirán positivamente al desarrollo sostenible y a otros objetivos mundiales. En primer lugar, un planeta más sano implica personas más sanas: como causa de enfermedades respiratorias, la contaminación del aire provoca unos tres millones de muertes prematuras al año.
Además, la transición a las energías renovables ayudará a crear numerosos empleos de calidad, muchos más de los que ofrece la industria de los combustibles fósiles. Y eso sin siquiera contar los costos inmensos (por ejemplo, los relacionados con el aumento de frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos) que se evitarían con una mitigación efectiva del cambio climático.
Pero cuanto más nos demoremos en hacerlo, más acuciante se volverá la crisis, y más alta la probabilidad de acciones imprudentes. El veloz agravamiento de los efectos del cambio climático ya se está usando para justificar peligrosos experimentos de geoingeniería al aire libre, que pueden tener consecuencias ambientales devastadoras e impredecibles, e iniciar una tendencia hacia la implementación de estas tecnologías sin las garantías de seguridad o estructuras regulatorias necesarias.
Sabemos lo que hay que hacer; de hecho, lo hemos sabido por años. Si todos los países cumplen sus responsabilidades, podemos dar una respuesta efectiva al cambio climático. Pero para proteger a la humanidad (comenzando por los ultravulnerables habitantes del Pacífico) debemos actuar ahora.
Traducción: Esteban Flamini