WASHINGTON, DC – La reciente caída de los precios del petróleo quizá tenga un impacto importante y sumamente positivo en la economía global -inclusive mayor de lo que parecen admitir la mayoría de los observadores-. De hecho, si los gobiernos aprovechan los precios más bajos del petróleo hoy para implementar reformas críticas en materia de políticas energéticas, los beneficios pueden mejorar las características estructurales de sus economías mañana.
Una razón clave por la cual el impacto de la caída de los precios hasta ahora ha sido subestimado es que nadie sabe cuánto tiempo durará. Y, por cierto, las oscilaciones pasadas de precios prácticamente no sirven de guía en este sentido. Cuando los precios se desplomaron en 2008, volvieron a dispararse casi más rápido de lo que los expertos tardaron en decir "nueva normalidad"; después de la caída de 1986-1987, los precios se mantuvieron bajos durante una década y media.
Esta vez, la trayectoria de precios probablemente esté definida por un nuevo participante en el juego energético: el petróleo de esquisto. El costo marginal de la producción de petróleo de esquisto (el gasto de seguir bombeando un pozo existente) varía de 55 dólares a 70 dólares por barril. Si le sumamos un margen de ganancias de 5 dólares, la curva de suministro de petróleo ahora tiene un segmento prolongado y casi horizontal en el rango de unos 60-75 dólares por barril. Más allá de la demanda, éste será el rango natural en el que se mantendrá el precio del petróleo –llamémoslo el “estante del esquisto”- y probablemente se mantenga ahí durante un período prolongado.
Esto permite entender de alguna manera la decisión de la OPEP el pasado mes de noviembre de no recortar el suministro. Arabia Saudita estuvo en lo cierto cuando concluyó que recortar la producción no impulsaría los precios; sólo generaría espacio para que ingresaran nuevos jugadores y se apoderaran de una porción de mercado.
Por supuesto, este patrón podría alterarse si, por ejemplo, una guerra o un conflicto importante en una región exportadora de petróleo limitara el suministro lo suficiente como para hacer que los precios aumenten más allá del “estante del esquisto”. Pero, si no se produce una sacudida importante e inesperada, las compañías petroleras seguirán bajo presión para seguir vendiendo petróleo, inclusive a precios bajos, mientras se esfuerzan por pagar las grandes deudas en las que incurrieron en inversiones cuando los precios del petróleo estaban altos. Esta presión es precisamente lo que hizo bajar tanto los precios del petróleo en diciembre y enero.
En vista de todo esto, es razonable esperar que el suministro de petróleo siga siendo abundante, y que los precios se mantengan moderados, en el 2016 -una tendencia que fomentará el crecimiento global en alrededor de 0,5 punto porcentual en este período. El impacto será especialmente importante para países como la India e Indonesia, donde la factura por la importación de petróleo asciende al 7,5% del PIB. De hecho, la cuenta corriente de la India, que ha estado en déficit durante años, probablemente registre un superávit este año.
Esto genera una oportunidad única para la reforma de las políticas energéticas. En demasiados países, el combustible está altamente subsidiado, lo que pone bajo presión los presupuestos gubernamentales y fomenta un consumo que roza con el derroche. Los precios bajos del petróleo ofrecen una brecha ideal para reducir los subsidios, liberando así fondos que los gobiernos pueden invertir en servicios básicos y programas de ayuda social que promuevan la reducción de la pobreza.
Ahora bien, aconsejar simplemente a los países que reduzcan los subsidios muchas veces no tiene sentido. En países donde el gobierno dicta los precios del gas –como hicieron recientemente y, en alguna medida, siguen haciendo India e Indonesia-, los precios más bajos de mercado reducirían el subsidio automáticamente. Es por este motivo que achicar los subsidios es inadecuado para esos países.
El objetivo debería ser pasar de un sistema de precios fijos, con ajustes ocasionales decretados por el gobierno, a un régimen de precios basado en el mercado, en el cual el gobierno haga una promesa creíble de no limitar los precios, salvo en circunstancias extremas predefinidas. Si bien una medida de estas características tendría un efecto insignificante en los precios hoy, les ofrecería a los países una enorme ventaja durante las fluctuaciones futuras del precio del petróleo, porque los consumidores y los proveedores minoristas ya no estarían al margen de las señales de precios.
En medio de todas estas buenas noticias, se destacan dos preocupaciones serias. En el corto plazo, la caída de los precios del petróleo crea graves desafíos para quienes, al haber invertido en expandir la producción cuando los precios estaban altos, ahora enfrentan grandes costos y fracasos comerciales. Pero aún más problemático es el hecho de que los precios más bajos del petróleo alientan un consumo excesivo -cuyo impacto ambiental a largo plazo estará agravado por el debilitamiento de los incentivos para invertir en fuentes de energías alternativas.
Los responsables de las políticas económicas deben reconocer estos riesgos, e implementar políticas que los mitiguen. Específicamente, los gobiernos deberían utilizar el dinero que ahorran en petróleo y subsidios en programas focalizados destinados a ayudar a la gente a salir de la pobreza. También deberían incorporar en sus regímenes impositivos incentivos para la innovación y la inversión en energía limpia.
Con la estrategia correcta, la volatilidad de los precios del petróleo de hoy podría terminar siendo un punto de inflexión crítico en el camino hacia un futuro más sustentable, caracterizado por una prosperidad compartida y un progreso genuino en materia de reducción de la pobreza. La dirección a tomar es clara.
WASHINGTON, DC – La reciente caída de los precios del petróleo quizá tenga un impacto importante y sumamente positivo en la economía global -inclusive mayor de lo que parecen admitir la mayoría de los observadores-. De hecho, si los gobiernos aprovechan los precios más bajos del petróleo hoy para implementar reformas críticas en materia de políticas energéticas, los beneficios pueden mejorar las características estructurales de sus economías mañana.
Una razón clave por la cual el impacto de la caída de los precios hasta ahora ha sido subestimado es que nadie sabe cuánto tiempo durará. Y, por cierto, las oscilaciones pasadas de precios prácticamente no sirven de guía en este sentido. Cuando los precios se desplomaron en 2008, volvieron a dispararse casi más rápido de lo que los expertos tardaron en decir "nueva normalidad"; después de la caída de 1986-1987, los precios se mantuvieron bajos durante una década y media.
Esta vez, la trayectoria de precios probablemente esté definida por un nuevo participante en el juego energético: el petróleo de esquisto. El costo marginal de la producción de petróleo de esquisto (el gasto de seguir bombeando un pozo existente) varía de 55 dólares a 70 dólares por barril. Si le sumamos un margen de ganancias de 5 dólares, la curva de suministro de petróleo ahora tiene un segmento prolongado y casi horizontal en el rango de unos 60-75 dólares por barril. Más allá de la demanda, éste será el rango natural en el que se mantendrá el precio del petróleo –llamémoslo el “estante del esquisto”- y probablemente se mantenga ahí durante un período prolongado.
Esto permite entender de alguna manera la decisión de la OPEP el pasado mes de noviembre de no recortar el suministro. Arabia Saudita estuvo en lo cierto cuando concluyó que recortar la producción no impulsaría los precios; sólo generaría espacio para que ingresaran nuevos jugadores y se apoderaran de una porción de mercado.
Por supuesto, este patrón podría alterarse si, por ejemplo, una guerra o un conflicto importante en una región exportadora de petróleo limitara el suministro lo suficiente como para hacer que los precios aumenten más allá del “estante del esquisto”. Pero, si no se produce una sacudida importante e inesperada, las compañías petroleras seguirán bajo presión para seguir vendiendo petróleo, inclusive a precios bajos, mientras se esfuerzan por pagar las grandes deudas en las que incurrieron en inversiones cuando los precios del petróleo estaban altos. Esta presión es precisamente lo que hizo bajar tanto los precios del petróleo en diciembre y enero.
En vista de todo esto, es razonable esperar que el suministro de petróleo siga siendo abundante, y que los precios se mantengan moderados, en el 2016 -una tendencia que fomentará el crecimiento global en alrededor de 0,5 punto porcentual en este período. El impacto será especialmente importante para países como la India e Indonesia, donde la factura por la importación de petróleo asciende al 7,5% del PIB. De hecho, la cuenta corriente de la India, que ha estado en déficit durante años, probablemente registre un superávit este año.
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Esto genera una oportunidad única para la reforma de las políticas energéticas. En demasiados países, el combustible está altamente subsidiado, lo que pone bajo presión los presupuestos gubernamentales y fomenta un consumo que roza con el derroche. Los precios bajos del petróleo ofrecen una brecha ideal para reducir los subsidios, liberando así fondos que los gobiernos pueden invertir en servicios básicos y programas de ayuda social que promuevan la reducción de la pobreza.
Ahora bien, aconsejar simplemente a los países que reduzcan los subsidios muchas veces no tiene sentido. En países donde el gobierno dicta los precios del gas –como hicieron recientemente y, en alguna medida, siguen haciendo India e Indonesia-, los precios más bajos de mercado reducirían el subsidio automáticamente. Es por este motivo que achicar los subsidios es inadecuado para esos países.
El objetivo debería ser pasar de un sistema de precios fijos, con ajustes ocasionales decretados por el gobierno, a un régimen de precios basado en el mercado, en el cual el gobierno haga una promesa creíble de no limitar los precios, salvo en circunstancias extremas predefinidas. Si bien una medida de estas características tendría un efecto insignificante en los precios hoy, les ofrecería a los países una enorme ventaja durante las fluctuaciones futuras del precio del petróleo, porque los consumidores y los proveedores minoristas ya no estarían al margen de las señales de precios.
En medio de todas estas buenas noticias, se destacan dos preocupaciones serias. En el corto plazo, la caída de los precios del petróleo crea graves desafíos para quienes, al haber invertido en expandir la producción cuando los precios estaban altos, ahora enfrentan grandes costos y fracasos comerciales. Pero aún más problemático es el hecho de que los precios más bajos del petróleo alientan un consumo excesivo -cuyo impacto ambiental a largo plazo estará agravado por el debilitamiento de los incentivos para invertir en fuentes de energías alternativas.
Los responsables de las políticas económicas deben reconocer estos riesgos, e implementar políticas que los mitiguen. Específicamente, los gobiernos deberían utilizar el dinero que ahorran en petróleo y subsidios en programas focalizados destinados a ayudar a la gente a salir de la pobreza. También deberían incorporar en sus regímenes impositivos incentivos para la innovación y la inversión en energía limpia.
Con la estrategia correcta, la volatilidad de los precios del petróleo de hoy podría terminar siendo un punto de inflexión crítico en el camino hacia un futuro más sustentable, caracterizado por una prosperidad compartida y un progreso genuino en materia de reducción de la pobreza. La dirección a tomar es clara.