ocean sunrise Kim Seng/Flickr

Una tierra, un océano

NUEVA YORK – El océano y la atmósfera están asociados de maneras que recién ahora se están empezando a entender plenamente. Como si fueran hermanos, el cielo sobre nosotros y las aguas que nos rodean comparten muchas características -principalmente en estos días la necesidad de protección-. Nosotros somos hermanos que trabajamos en una agenda compartida para defender a ambos -una agenda que definirá el futuro de muchos millones de hermanos, hermanas, padres, madres, amigos y vecinos, así como de formas de vida en la tierra y en los mares, ahora y en las generaciones futuras.

Afortunadamente, los gobiernos en todo el mundo están comenzando a entender el desafío, y se espera que ofrezcan dos acuerdos importantes este año, o al menos que hagan progresos para lograrlo: un nuevo tratado global para proteger la vida marina en aguas internacionales, y un acuerdo sobre cambio climático para salvaguardar la atmósfera. Junto con un conjunto de Objetivos de Desarrollo Sustentable, esos acuerdos servirán como señales cruciales que indican el camino que deben seguir las economías nacionales del mundo en los próximos 15 años y después.

Los acuerdos planeados se producen en medio de esfuerzos extraordinarios de parte de países, ciudades, compañías y ciudadanos por proteger el clima y el océano. Las inversiones en energía renovable están superando los 250.000 millones de dólares al año y muchos países están invirtiendo tanto dinero en formas verdes de producción de energía como en combustibles fósiles.

Nuestra Costa Rica natal, por ejemplo, hoy obtiene el 80% de su energía de fuentes renovables. En China, los renovables se están propagando rápidamente, y el consumo de carbón cayó un 2,9% interanual en 2014. Mientras tanto, se está reconociendo, y en algunos casos satisfaciendo, la necesidad de más reservas marinas y pesca sustentable en altamar, con avances tecnológicos que refuerzan la capacidad de las autoridades de monitorear y rastrear la pesca ilegal.

Los científicos que estudian el cambio climático han demostrado que el problema se puede enfrentar adoptando un camino claro con hitos progresivos. Debemos llevar las emisiones globales a un pico en los próximos diez años, hacerlas bajar rápidamente después y establecer un equilibrio entre las emisiones y la capacidad natural de absorción del planeta en la segunda mitad del siglo.

El océano históricamente desempeñó un papel importante a la hora de alcanzar ese equilibrio. Como un reservorio natural de carbono, absorbe aproximadamente el 25% de todo el dióxido de carbono emitido por la actividad humana anualmente. Pero estamos exigiéndole demasiado a su capacidad de absorción. El carbono disuelto en el océano alteró su química, aumentando un 30% su acidez desde el comienzo de la Revolución Industrial. La tasa de cambio es, hasta donde sabemos, muchas veces más veloz que en cualquier momento en los últimos 65 millones de años, y posiblemente los últimos 300 millones de años.

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Si no se controlan las emisiones de CO2, la tasa de acidificación seguirá acelerándose -con efectos mortales para los habitantes del océano-. Conforme el CO2 de la atmósfera ingresa en las aguas del mundo, reduce la disponibilidad de iones carbonatos que muchas plantas y animales marinos necesitan para generar sus caparazones y esqueletos. Si los niveles de

CO2 siguen aumentando al ritmo actual, los científicos estiman que aproximadamente el 10% del Océano Ártico será lo suficientemente corrosivo como para disolver los caparazones de las criaturas marinas en 2018. Muchos otros organismos oceánicos enfrentan un futuro similar.

Los acuerdos internacionales tienen mejores resultados cuando las tendencias políticas, económicas y sociales del momento están alineadas, como lo están actualmente, para dar lugar a una nueva visión del futuro y una nueva relación entre la humanidad y el planeta que compartimos. Materializar esta visión involucrará a múltiples generaciones. Tanto el océano como el clima necesitan que existan planes globales, creíbles, mensurables y ejecutables que se ocupen de su protección. Nuestras reservas marinas dispersas y plenamente protegidas deben expandirse del 1% del océano que actualmente protegen para formar una red verdaderamente global.

El mes pasado, 13 jefes de estado y de gobierno del Caribe reclamaron un acuerdo global efectivo y mencionaron los impactos actuales y emergentes. Es una lista alarmante: "sucesos extremos más frecuentes, patrones de lluvias más intensos y cambiantes, una mayor acidificación y calentamiento de los océanos, blanqueamiento de los corales, niveles crecientes del mar, erosión costera, salinización de los acuíferos, el surgimiento marcadamente acelerado de nuevas enfermedades transmisibles, menor productividad agrícola y una alteración de las tradiciones pesqueras".

Estas amenazas son prueba de la necesidad urgente de expandir las reglas internacionales que se ocupan de la conservación y del manejo sustentable del clima y la vida marina. El acuerdo sobre cambio climático que supuestamente se alcanzará en París en diciembre no resolverá el problema de un plumazo, de la misma manera que ningún acuerdo para proteger la vida marina, por sí solo, se traducirá en un océano más saludable. Pero es esencial que establezcamos los caminos en cuanto a las políticas necesarias para asegurar que todos los países jueguen el papel que les corresponde a la hora de proteger el planeta, ayudando al mismo tiempo a los vulnerables a adaptarse a los efectos de la degradación ambiental que ya está en curso.

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