ESTOCOLMO – Hace un par de años, un ministro canadiense declaró con orgullo que Santa Claus era un ciudadano del Canadá. Al fin y al cabo, su hogar y su fábrica de juguetes están en el Polo Norte, que, según la interpretación del ministro, pertenece al Canadá.
Aunque Santa Claus no ha comentado ese asunto, ahora está claro que, cuando viaja por el mundo el 24 de diciembre, podría elegir varios pasaportes. En 2007, un minisubmarino con financiación privada plantó una bandera rusa directamente debajo de su supuesto hogar y, hace dos semanas, Dinamarca, que tiene la soberanía sobre Groenlandia, señaló su propia reivindicación territorial, que también abarcaba el Polo Norte.
Al presentar su reclamación en la Comisión de Límites de la Plataforma Continental de las Naciones Unidas, Dinamarca se ha incorporado al “gran juego” de nuestra época: la pugna por el control económico de una gran parte del Ártico. Y la reclamación de Dinamarca es inmensa. No sólo aspira al reconocimiento de su soberanía sobre todo lo que queda entre Groenlandia y el Polo Norte, sino que, además, amplía su reclamación a casi 900.000 kilómetros cuadrados, hasta los límites vigentes de la zona económica de Rusia al otro lado del Polo: una superficie que representa veinte veces la de Dinamarca.
La evaluación de las reclamaciones de los países sobre el territorio del Ártico depende del estatuto de la cresta Lomonosov, vasta formación que se alza del fondo del mar y se extiende 1.800 kilómetros desde Groenlandia hasta la plataforma continental siberiana oriental. Todo el mundo conviene en que es una cresta. La cuestión decisiva es la de si es una extensión de la plataforma de Goenlandia o de la plataforma siberiana oriental.
Dinamarca, junto con el Gobierno de Groenlandia, afirma ahora que se trata de lo primero, lo que le concede el derecho de extender su zona económica por una superficie enorme en la cima del mundo. Aunque nada se sabe aún sobre la reclamación que, según dice, presentará Rusia en la próxima primavera, no cabe duda de que argumentará lo contrario.
¿Y qué decir de los canadienses y su reclamación? Está por ver, pero ha habido noticias de que el Primer Ministro, Stephen Harper, está descontento por que los científicos canadienses no se estén mostrando suficientemente enérgicos en defensa de la argumentación de su país.
No obstante, pese al revuelo sobre una “competencia por el Ártico” y pese a la atmósfera bastante gélida entre los reclamantes, no hay el menor motivo para temer un conflicto. De conformidad con lo dispuesto en la Declaración de Ilulissat, todos los países fronterizos del océano Ártico han acordado resolver sus reclamaciones pacíficamente y basándose en la Convención de las Naciones Unidas sobre Derecho del Mar. Según el procedimiento establecido, una comisión de las NN.UU. juzgará primero si se deben admitir a trámite las reclamaciones. Si son coincidentes, cosa muy probable, se celebrarán negociaciones bilaterales.
Semejantes conversaciones –dicho sea sin exagerar– podrían requerir tiempo. Noruega y Rusia negociaron sobre una delimitación territorial mucho menor durante cuatro decenios.
Tanto Dinamarca como Rusia han dedicado recursos cuantiosos a explorar la cresta Lomonosov. Dinamarca ha contratado rompehielos suecos para diversas expediciones y Rusia ha estado desplegando submarinos especiales para obtener muestras de la cresta y del fondo del océano.
La región del Ártico siempre ha revestido importancia decisiva para Rusia, pues representa el 85 por ciento, aproximadamente, de su producción de gas natural, localizada primordialmente en la Siberia occidental. El Kremlin ha activado un nuevo mando militar para el Ártico y está reabriendo intensamente bases aéreas y estaciones de radar a lo largo de su costa ártica.
Pero la distancia desde esas bases rusas a cualquier otra zona es enorme y, además de las enormes distancias, hay que tener en cuenta el duro clima. Un comandante militar canadiense, cuando le preguntaron qué haría, si soldados extranjeros atacaran su país por su lejano Norte, respondió con calma que mandaría una expedición para rescatarlos. Aunque Rusia ha abrigado la esperanza de un rápido aumento de la navegación por la ruta del mar del Norte, este año el tráfico comercial se ha reducido en un 77 por ciento.
Naturalmente, lo que está en juego para el Canadá, Dinamarca y Rusia es enorme, por lo que no permitirán que la remota lejanía de esa región y su hostil medio ambiente influya en la resolución con la que insisten en sus reclamaciones. Las fronteras de esa clase se fijan una vez y para siempre y nadie sabe qué descubrimientos, tecnologías y oportunidades podría brindar el futuro.
Pero de momento ni Santa Claus ni ningún otro tiene motivos para preocuparse. Durante muchos años futuros se debatirá la naturaleza de la cresta Lomonosov, mientras que es probable que sus pensamientos –y los nuestros– se centren en asuntos más inmediatos.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
ESTOCOLMO – Hace un par de años, un ministro canadiense declaró con orgullo que Santa Claus era un ciudadano del Canadá. Al fin y al cabo, su hogar y su fábrica de juguetes están en el Polo Norte, que, según la interpretación del ministro, pertenece al Canadá.
Aunque Santa Claus no ha comentado ese asunto, ahora está claro que, cuando viaja por el mundo el 24 de diciembre, podría elegir varios pasaportes. En 2007, un minisubmarino con financiación privada plantó una bandera rusa directamente debajo de su supuesto hogar y, hace dos semanas, Dinamarca, que tiene la soberanía sobre Groenlandia, señaló su propia reivindicación territorial, que también abarcaba el Polo Norte.
Al presentar su reclamación en la Comisión de Límites de la Plataforma Continental de las Naciones Unidas, Dinamarca se ha incorporado al “gran juego” de nuestra época: la pugna por el control económico de una gran parte del Ártico. Y la reclamación de Dinamarca es inmensa. No sólo aspira al reconocimiento de su soberanía sobre todo lo que queda entre Groenlandia y el Polo Norte, sino que, además, amplía su reclamación a casi 900.000 kilómetros cuadrados, hasta los límites vigentes de la zona económica de Rusia al otro lado del Polo: una superficie que representa veinte veces la de Dinamarca.
La evaluación de las reclamaciones de los países sobre el territorio del Ártico depende del estatuto de la cresta Lomonosov, vasta formación que se alza del fondo del mar y se extiende 1.800 kilómetros desde Groenlandia hasta la plataforma continental siberiana oriental. Todo el mundo conviene en que es una cresta. La cuestión decisiva es la de si es una extensión de la plataforma de Goenlandia o de la plataforma siberiana oriental.
Dinamarca, junto con el Gobierno de Groenlandia, afirma ahora que se trata de lo primero, lo que le concede el derecho de extender su zona económica por una superficie enorme en la cima del mundo. Aunque nada se sabe aún sobre la reclamación que, según dice, presentará Rusia en la próxima primavera, no cabe duda de que argumentará lo contrario.
¿Y qué decir de los canadienses y su reclamación? Está por ver, pero ha habido noticias de que el Primer Ministro, Stephen Harper, está descontento por que los científicos canadienses no se estén mostrando suficientemente enérgicos en defensa de la argumentación de su país.
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No obstante, pese al revuelo sobre una “competencia por el Ártico” y pese a la atmósfera bastante gélida entre los reclamantes, no hay el menor motivo para temer un conflicto. De conformidad con lo dispuesto en la Declaración de Ilulissat, todos los países fronterizos del océano Ártico han acordado resolver sus reclamaciones pacíficamente y basándose en la Convención de las Naciones Unidas sobre Derecho del Mar. Según el procedimiento establecido, una comisión de las NN.UU. juzgará primero si se deben admitir a trámite las reclamaciones. Si son coincidentes, cosa muy probable, se celebrarán negociaciones bilaterales.
Semejantes conversaciones –dicho sea sin exagerar– podrían requerir tiempo. Noruega y Rusia negociaron sobre una delimitación territorial mucho menor durante cuatro decenios.
Tanto Dinamarca como Rusia han dedicado recursos cuantiosos a explorar la cresta Lomonosov. Dinamarca ha contratado rompehielos suecos para diversas expediciones y Rusia ha estado desplegando submarinos especiales para obtener muestras de la cresta y del fondo del océano.
La región del Ártico siempre ha revestido importancia decisiva para Rusia, pues representa el 85 por ciento, aproximadamente, de su producción de gas natural, localizada primordialmente en la Siberia occidental. El Kremlin ha activado un nuevo mando militar para el Ártico y está reabriendo intensamente bases aéreas y estaciones de radar a lo largo de su costa ártica.
Pero la distancia desde esas bases rusas a cualquier otra zona es enorme y, además de las enormes distancias, hay que tener en cuenta el duro clima. Un comandante militar canadiense, cuando le preguntaron qué haría, si soldados extranjeros atacaran su país por su lejano Norte, respondió con calma que mandaría una expedición para rescatarlos. Aunque Rusia ha abrigado la esperanza de un rápido aumento de la navegación por la ruta del mar del Norte, este año el tráfico comercial se ha reducido en un 77 por ciento.
Naturalmente, lo que está en juego para el Canadá, Dinamarca y Rusia es enorme, por lo que no permitirán que la remota lejanía de esa región y su hostil medio ambiente influya en la resolución con la que insisten en sus reclamaciones. Las fronteras de esa clase se fijan una vez y para siempre y nadie sabe qué descubrimientos, tecnologías y oportunidades podría brindar el futuro.
Pero de momento ni Santa Claus ni ningún otro tiene motivos para preocuparse. Durante muchos años futuros se debatirá la naturaleza de la cresta Lomonosov, mientras que es probable que sus pensamientos –y los nuestros– se centren en asuntos más inmediatos.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.