PARÍS – Olvídense los principios y la moralidad. Olvídese –o inténtese olvidar– el cuarto de millón de muertes de las que Basar Al Asad es responsable, directa o indirectamente, desde que optó por reaccionar con violencia ante un levantamiento pacífico del pueblo sirio. Déjese aparte el hecho de que las fuerzas de Asad hayan causado hasta ahora entre diez y quince veces más muertes de civiles que el Estado Islámico, cuyos horribles vídeos de ejecuciones han eclipsado las matanzas invisibles del dictador sirio, pero, aun cuando se purgue todo eso de los pensamientos, una política para Siria que postule a Asad como “opción substituviva” del salvajismo actual del Estado Islámico no es, sencillamente, viable.
PARÍS – Olvídense los principios y la moralidad. Olvídese –o inténtese olvidar– el cuarto de millón de muertes de las que Basar Al Asad es responsable, directa o indirectamente, desde que optó por reaccionar con violencia ante un levantamiento pacífico del pueblo sirio. Déjese aparte el hecho de que las fuerzas de Asad hayan causado hasta ahora entre diez y quince veces más muertes de civiles que el Estado Islámico, cuyos horribles vídeos de ejecuciones han eclipsado las matanzas invisibles del dictador sirio, pero, aun cuando se purgue todo eso de los pensamientos, una política para Siria que postule a Asad como “opción substituviva” del salvajismo actual del Estado Islámico no es, sencillamente, viable.