El mundo ha dado un paso importante en lo que se refiere al control del cambio climático al acordar el Plan de Acción de Bali en las negociaciones globales en Indonesia a principios de este mes. El plan puede no parecer demasiado, ya que básicamente comprometió al mundo a seguir dialogando en lugar de tomar acciones específicas, pero soy optimista por tres razones.
Primero, el mundo se unió lo suficiente como para obligar a Estados Unidos a terminar con su intransigencia. Segundo, el mapa de ruta marca un equilibrio sensato de consideraciones. Y, tercero, las soluciones realistas son posibles, lo que le permitirá al mundo combinar desarrollo económico y control de gases de tipo invernadero.
El primer paso en Bali fue romper con el estancamiento que frenó la respuesta global al cambio climático desde la firma del Protocolo de Kyoto hace una década. Esta vez el mundo se unió, incluso para abuchear a la principal negociadora de Estados Unidos hasta que ésta revirtió su postura y aceptó firmar el Plan de Acción de Bali. De la misma manera, la renuencia por parte de los principales países en desarrollo como China y la India a firmar un plan también parece estar cediendo, aunque todavía queda mucho trabajo por delante para diseñar un acuerdo global con el que puedan concordar tanto los países ricos como los pobres.
Para lograrlo, es necesario equilibrar muchas cuestiones. En primer lugar, debemos estabilizar los gases de tipo invernadero para evitar una peligrosa interferencia humana en el sistema climático -el objetivo principal de la Convención Marco para el Cambio Climático de las Naciones Unidas de 1992, el tratado global bajo el cual tuvieron lugar las negociaciones de Bali-. En segundo lugar, debemos lograr este objetivo y, al mismo tiempo, dejar espacio para un desarrollo económico y una reducción de la pobreza rápidos y continuos. Los países pobres no aceptan ni aceptarán un sistema de control climático que los condene a una pobreza continua. En tercer lugar, debemos ayudar a los países a adaptarse al cambio climático que ya está ocurriendo y que se intensificará en el futuro.
El Plan de Acción de Bali aborda estas tres cuestiones. El punto principal del plan es establecer un Grupo de Trabajo Ad Hoc para alcanzar un acuerdo global detallado para 2009 que establezca compromisos "mensurables, comunicables y verificables" para reducir las emisiones de gases de tipo invernadero. Estos compromisos han de tomarse en el contexto del "desarrollo sostenible", lo que implica que "el desarrollo económico y social y la reducción de la pobreza son prioridades globales". El plan también insta a una transferencia de conocimiento para permitirles a los países pobres adoptar tecnologías ambientalmente acertadas.
El gran interrogante, por supuesto, es si la estabilización de los gases de tipo invernadero, el desarrollo económico continuo y la adaptación al cambio climático se pueden alcanzar simultáneamente. Mediante el uso de nuestras tecnologías actuales, no; pero si desarrollamos y adoptamos rápidamente nuevas tecnologías que están a nuestro alcance a nivel científico, sí.
El desafío más importante es reducir, y llegado el caso prácticamente eliminar, las emisiones de dióxido de carbono que surgen de quemar combustibles fósiles como el petróleo, el gas natural y el carbón. Estos combustibles son el eje de la economía mundial moderna, ya que suministran aproximadamente el 80% de la energía comercial del mundo. Este tipo de emisiones se pueden eliminar optando por formas renovables de energía o reduciendo las emisiones de combustibles fósiles.
El dato clave es que aproximadamente el 75% del uso que hacemos de combustibles fósiles está destinado a unos pocos propósitos: producir electricidad y calor en las usinas eléctricas, conducir automóviles, calefaccionar edificios y abastecer algunas pocas industrias como refinerías, petroquímicas, cemento y acero. Necesitamos nuevas tecnologías ambientalmente acertadas en cada uno de estos sectores.
Por ejemplo, las usinas eléctricas pueden adoptar energía solar o capturar y disponer de manera segura del dióxido de carbono que producen con combustibles fósiles –al igual que las grandes fábricas-. Los automóviles pueden diseñarse para un kilometraje mucho mayor a través de tecnología híbrida que combine potencia de batería y combustible. Los edificios pueden reducir sus necesidades de calefacción a través de un mejor aislamiento o pasando de combustible a electricidad producida por una tecnología limpia.
Según los mejores cálculos económicos y de ingeniería, si cada sector económico clave desarrolla y adopta tecnologías ambientalmente acertadas en las próximas décadas, el mundo podrá reducir drásticamente las emisiones de carbono por menos del 1% del ingreso global anual, evitando así un daño a largo plazo que resultaría mucho más costoso. En otras palabras, el mundo puede combinar crecimiento económico con menores emisiones de dióxido de carbono. Y los países ricos podrán permitirse ayudar a los países pobres a pagar por tecnologías nuevas y más limpias.
Para llegar a un acuerdo en 2009, debemos avanzar más allá de las generalidades actuales según las cuales los países ricos y pobres discuten sobre quién debería responsabilizarse por el cambio climático y quién debería pagar los costos. Necesitaremos un verdadero plan comercial global que especifique cómo se desarrollan, prueban y adoptan las nuevas tecnologías de manera expeditiva y a nivel mundial. Debemos asegurar que todos los países adopten una estrategia verificable para una tecnología ambientalmente acertada, y que los países ricos cumplan con la promesa del Plan de Acción de Bali de ofrecer “incentivos financieros y de otro tipo” para permitirles a los países pobres adoptar las nuevas tecnologías.
Con tantas crisis que afligen a nuestro mundo, tal vez resulte cínico que una nueva conferencia global hiciera poco más que prometer seguir hablando. Pero veamos, en cambio, el mensaje positivo: 190 países acordaron sobre un plan sensato, y la ciencia y tecnología subyacente nos da esperanzas realistas para lograrlo.
Existe un trabajo considerable y difícil por delante, pero la situación es mejor como resultado de las deliberaciones de Bali. Ahora llegó la hora de arremangarnos y lograr lo que hemos prometido.
El mundo ha dado un paso importante en lo que se refiere al control del cambio climático al acordar el Plan de Acción de Bali en las negociaciones globales en Indonesia a principios de este mes. El plan puede no parecer demasiado, ya que básicamente comprometió al mundo a seguir dialogando en lugar de tomar acciones específicas, pero soy optimista por tres razones.
Primero, el mundo se unió lo suficiente como para obligar a Estados Unidos a terminar con su intransigencia. Segundo, el mapa de ruta marca un equilibrio sensato de consideraciones. Y, tercero, las soluciones realistas son posibles, lo que le permitirá al mundo combinar desarrollo económico y control de gases de tipo invernadero.
El primer paso en Bali fue romper con el estancamiento que frenó la respuesta global al cambio climático desde la firma del Protocolo de Kyoto hace una década. Esta vez el mundo se unió, incluso para abuchear a la principal negociadora de Estados Unidos hasta que ésta revirtió su postura y aceptó firmar el Plan de Acción de Bali. De la misma manera, la renuencia por parte de los principales países en desarrollo como China y la India a firmar un plan también parece estar cediendo, aunque todavía queda mucho trabajo por delante para diseñar un acuerdo global con el que puedan concordar tanto los países ricos como los pobres.
Para lograrlo, es necesario equilibrar muchas cuestiones. En primer lugar, debemos estabilizar los gases de tipo invernadero para evitar una peligrosa interferencia humana en el sistema climático -el objetivo principal de la Convención Marco para el Cambio Climático de las Naciones Unidas de 1992, el tratado global bajo el cual tuvieron lugar las negociaciones de Bali-. En segundo lugar, debemos lograr este objetivo y, al mismo tiempo, dejar espacio para un desarrollo económico y una reducción de la pobreza rápidos y continuos. Los países pobres no aceptan ni aceptarán un sistema de control climático que los condene a una pobreza continua. En tercer lugar, debemos ayudar a los países a adaptarse al cambio climático que ya está ocurriendo y que se intensificará en el futuro.
El Plan de Acción de Bali aborda estas tres cuestiones. El punto principal del plan es establecer un Grupo de Trabajo Ad Hoc para alcanzar un acuerdo global detallado para 2009 que establezca compromisos "mensurables, comunicables y verificables" para reducir las emisiones de gases de tipo invernadero. Estos compromisos han de tomarse en el contexto del "desarrollo sostenible", lo que implica que "el desarrollo económico y social y la reducción de la pobreza son prioridades globales". El plan también insta a una transferencia de conocimiento para permitirles a los países pobres adoptar tecnologías ambientalmente acertadas.
El gran interrogante, por supuesto, es si la estabilización de los gases de tipo invernadero, el desarrollo económico continuo y la adaptación al cambio climático se pueden alcanzar simultáneamente. Mediante el uso de nuestras tecnologías actuales, no; pero si desarrollamos y adoptamos rápidamente nuevas tecnologías que están a nuestro alcance a nivel científico, sí.
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El desafío más importante es reducir, y llegado el caso prácticamente eliminar, las emisiones de dióxido de carbono que surgen de quemar combustibles fósiles como el petróleo, el gas natural y el carbón. Estos combustibles son el eje de la economía mundial moderna, ya que suministran aproximadamente el 80% de la energía comercial del mundo. Este tipo de emisiones se pueden eliminar optando por formas renovables de energía o reduciendo las emisiones de combustibles fósiles.
El dato clave es que aproximadamente el 75% del uso que hacemos de combustibles fósiles está destinado a unos pocos propósitos: producir electricidad y calor en las usinas eléctricas, conducir automóviles, calefaccionar edificios y abastecer algunas pocas industrias como refinerías, petroquímicas, cemento y acero. Necesitamos nuevas tecnologías ambientalmente acertadas en cada uno de estos sectores.
Por ejemplo, las usinas eléctricas pueden adoptar energía solar o capturar y disponer de manera segura del dióxido de carbono que producen con combustibles fósiles –al igual que las grandes fábricas-. Los automóviles pueden diseñarse para un kilometraje mucho mayor a través de tecnología híbrida que combine potencia de batería y combustible. Los edificios pueden reducir sus necesidades de calefacción a través de un mejor aislamiento o pasando de combustible a electricidad producida por una tecnología limpia.
Según los mejores cálculos económicos y de ingeniería, si cada sector económico clave desarrolla y adopta tecnologías ambientalmente acertadas en las próximas décadas, el mundo podrá reducir drásticamente las emisiones de carbono por menos del 1% del ingreso global anual, evitando así un daño a largo plazo que resultaría mucho más costoso. En otras palabras, el mundo puede combinar crecimiento económico con menores emisiones de dióxido de carbono. Y los países ricos podrán permitirse ayudar a los países pobres a pagar por tecnologías nuevas y más limpias.
Para llegar a un acuerdo en 2009, debemos avanzar más allá de las generalidades actuales según las cuales los países ricos y pobres discuten sobre quién debería responsabilizarse por el cambio climático y quién debería pagar los costos. Necesitaremos un verdadero plan comercial global que especifique cómo se desarrollan, prueban y adoptan las nuevas tecnologías de manera expeditiva y a nivel mundial. Debemos asegurar que todos los países adopten una estrategia verificable para una tecnología ambientalmente acertada, y que los países ricos cumplan con la promesa del Plan de Acción de Bali de ofrecer “incentivos financieros y de otro tipo” para permitirles a los países pobres adoptar las nuevas tecnologías.
Con tantas crisis que afligen a nuestro mundo, tal vez resulte cínico que una nueva conferencia global hiciera poco más que prometer seguir hablando. Pero veamos, en cambio, el mensaje positivo: 190 países acordaron sobre un plan sensato, y la ciencia y tecnología subyacente nos da esperanzas realistas para lograrlo.
Existe un trabajo considerable y difícil por delante, pero la situación es mejor como resultado de las deliberaciones de Bali. Ahora llegó la hora de arremangarnos y lograr lo que hemos prometido.