JPMorgan, en la boca de la ballena

CAMBRIDGE – Las últimas semanas no han sido buenas para JPMorgan Chase (JPM), la firma multinacional de servicios financieros que, según ciertas estimaciones, es el banco más grande de Estados Unidos. A dos de sus operadores les formularon cargos, y el banco aceptó pagar una multa de mil millones de dólares por no haber informado con la rapidez y la precisión suficientes sobre la dimensión de sus pérdidas generadas por el escándalo conocido como "London Whale" (la ballena de Londres). Ahora el banco enfrenta sanciones aún mayores -que tal vez superen los 10.000 millones de dólares- por actividades hipotecarias, principalmente realizadas por dos de sus firmas financieras, Bear Stearns y Washington Mutual, que compró durante la crisis financiera.

En general se cree que el gobierno de Estados Unidos no habría ido tras JPM si estos reveses y errores se hubieran conocido durante la crisis financiera. Las operaciones de London Whale, por ejemplo, comenzaron en 2012; si hubiesen ocurrido en 2008, cuando el sistema financiero estaba frágil, se dice que JPM habría obtenido una absolución legal.

Esta opinión parece bien fundamentada, porque el gobierno por aquel entonces estaba respaldando a los grandes bancos en un esfuerzo concertado por superar la crisis financiera. Se creía que debilitar aún más a los bancos iba a profundizar y prolongar la crisis. De modo que JPM, desde este punto de vista, no ha tenido suerte: gran parte de sus problemas legales son posteriores a la crisis financiera y salieron a la luz mucho después de que ésta estallara.

Sin embargo, ésa no es la única manera de analizar la suerte de JPM -y de la economía-. Si las pérdidas de 6.000 millones de dólares generadas por el caso London Whale hubiesen ocurrido en 2008 en lugar de en 2012, entonces sí el gobierno no habría implementado sanciones y acusaciones penales. ¿Pero qué habrían hecho los socios comerciales de JPM en 2008, cuando la economía estaba alborotada, si las pérdidas se hubieran conocido en ese momento?

El mercado financiero estaba bastante cauteloso y tenso en 2008, debido al colapso de Lehman Brothers y el rescate gubernamental de la mega-aseguradora American International Group (AIG). Como la exposición de las principales instituciones financieras al mercado hipotecario anteriormente sobrevaluado no era clara, las transacciones financieras se congelaron. Quienes operaban con Citibank, por ejemplo, tenían miedo a sus exposiciones y pérdidas. ¿Estaban bajo control o eran apenas la punta del iceberg? Si el Citi enfrentaba pérdidas mayores de las ya conocidas, ¿podría cumplir con nuevas obligaciones con sus socios comerciales y los prestadores? Mejor evitar el Citi, pensaban algunos en el mercado financiero.

Por su naturaleza, las operaciones de London Whale de JPM -apuestas al estado futuro de la economía norteamericana que JPM no podía revertir sin grandes pérdidas- podrían haber sido realizadas por el banco en 2008. Las pérdidas, inicialmente calculadas en 2.000 millones de dólares, pronto se triplicaron.

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Imagínense si JPM hubiera hecho estos tipos de apuestas durante la crisis financiera en 2008, se hubiese dado cuenta de que eran errores y hubiera descubierto que no era algo que pudiera revertir rápidamente. JPM entonces anuncia una pérdida de 2.000 millones de dólares, y el CEO Jamie Dimon dice que el problema es "una tormenta en un vaso de agua" (como lo hizo en 2012).

Pero el anuncio de una pérdida de 2.000 millones de dólares en ese contexto de agitación económica habría puesto nerviosas a las contrapartes de JPM. ¿Eran apenas 2.000 millones de dólares? ¿Se trataba de un problema serio en una institución sólida o era un iceberg debajo de la superficie? Después de todo, AIG era una firma con una calificación AAA que, según se pudo ver a fines de 2008, había asumido más riesgo del que podía manejar. ¿Cómo podemos estar seguros, podrían haberse preguntado los actores del mercado, de que JPM no está en el mismo bote?

Ahora consideremos lo desestabilizador que habría sido si la misma escalada de anuncios que JPM pronunció luego de las operaciones de London Whale se hubiera producido durante la crisis financiera. No son 2.000 millones, sino 4.000 millones de dólares; no, no son sólo 4.000 millones, sino 6.000 millones de dólares. Lo siento. Si eso hubiera sucedido, Dimon habría tenido que desdecirse de su comentario de que el problema era sólo una tormenta en un vaso de agua, y habrían aumentado las dudas, en medio de la crisis, sobre cuán buenas eran realmente las prácticas de gestión de riesgo tan apreciadas de JPM.

En ese contexto, lo que JPM llamaba su balance de "fortaleza" de pronto habría parecido altamente vulnerable, y el banco de golpe habría sido víctima de un ataque mucho más perjudicial que el del último año. Pero el ataque habría venido de los inversores, no de los reguladores. Y una vez que algunos operadores se niegan a hacer transacciones con un banco, el daño puede autoperpetuarse, ya que las pérdidas aumentan y otros operadores siguen sus pasos.

Peor aún, la economía podría haber sufrido mucho más. Durante la crisis, los financistas, con motivos, señalaron que JPM y otras varias firmas importantes eran islas de estabilidad en la tormenta financiera. Pero si las pérdidas del London Whale hubieran ocurrido entonces, JPM no habría estado en la lista de instituciones financieras sólidas, lo que habría minado aún más la confianza y, potencialmente, habría hecho que la crisis resultara mucho peor.

De hecho, JPM dirige una de las dos instituciones privadas más importantes dedicadas a liquidar operaciones de deuda gubernamental. Si la sombra sobre JPM desde su mesa de operaciones se hubiese extendido a su capacidad para liquidar deuda gubernamental de manera correcta, las consecuencias económicas podrían haber sido graves.

Se dice que Napoleón hablaba de lo bueno que era tener generales afortunados. No importa lo bueno que sea un líder, el éxito no está asegurado y la suerte en sí misma juega un papel mayor de lo que muchos se atreven a admitir. No importa lo bien administrado que estuviera JPM, tanto el banco como la economía de Estados Unidos tienen suerte de que lo que le ha sucedido en el último año no ocurrió -como bien podría haber sucedido- en 2008.

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