Los ministros de Hacienda del G-8 han acordado cancelar los 40.000 millones de dólares que deben los dieciocho países más pobres del mundo. Es un triunfo del sentido común, pero, como representa 238 dólares por persona en los dieciocho países, el alivio de la deuda por sí solo en modo alguno es suficiente para ayudar a los pobres.
Por fortuna, otras medidas complementarán el aumento de la generosidad de los países desarrollados. La más notable es un importante movimiento encaminado a prestar servicios bien concebidos de gestión de riesgos a los pobres, que podrían ascender en última instancia a más de 40.000 millones de dólares.
Solemos pensar que los nuevos productos de gestión de riesgos, como, por ejemplo, los novedosos tipos de seguros o los derivados financieros, interesarán primordialmente a los ricos o al menos a personas relativamente adineradas. En realidad, se están creando nuevos productos de gestión de riesgos para algunas de las personas más pobres de África, Asia y América Latina.
Es importante reconocer que las personas más pobres del mundo no son las mismas de un año para otro. La buena y la mala suerte alternan al azar y las personas más pobres son particularmente vulnerables cuando azota la desgracia, como, por ejemplo, un huracán en un pueblo de pescadores. Por eso, la gestión de riesgos, al suavizar los momentos de penuria de ingresos, pueden ser extraordinariamente importantes para aliviar los efectos de la pobreza.
Además, si no se gestionan, los riesgos destruyen las perspectivas del crecimiento económico. Sin una gestión de riesgos, los pobres no experimentarán con nuevos cultivos o métodos más productivos, porque cualquier error podría ser desastroso.
Por ejemplo, en zonas rurales de subsistencia, una mala cosecha puede provocar el hambre antes de que se haya recogido la cosecha del año siguiente. Lo más habitual es que provoque “simplemente” un desplome repentino de la base económica, con la consecuencia de años de privaciones en el futuro. Si una familia pobre dedicada a la agricultura de subsistencia no recibe ayuda durante el año siguiente a una mala cosecha, sus miembros pueden comerse sus bestias de carga, talar árboles que aportan nutrientes al suelo, vender las herramientas agrícolas que tengan e incluso comerse las semillas reservadas para la plantación en la próxima estación. La aportación de dinero, en el momento en que es necesaria, es esencial.
Por desgracia, según Joanna Syroka del grupo de gestión de riesgos relacionados con las materias primas del Banco Mundial, la ayuda oficial extranjera y las obras de beneficencia privada suelen llegar demasiado tarde, con frecuencia cuando se ha declarado el hambre y mucho después de que las familias hayan adoptado medidas extremas y hayan consumido su capital para sobrevivir. Si bien la ayuda puede mantenerlos con vida, quedan económicamente paralizados durante años. Syroka y sus colegas están procurando fomentar la utilización de la tecnología financiera moderna para velar por que la ayuda llegue a tiempo –y en volumen suficiente—para evitar semejantes consecuencias.
El antiguo instrumento para gestionar los riesgos de los agricultores es el seguro de las cosechas, que corresponde directamente a la pérdida de una cosecha, pero esa clase de seguro adolece de lo que los economistas llaman un “riesgo moral”, porque reduce los incentivos de los agricultores para velar por el éxito de la cosecha. El agricultor puede desatender los cultivos o negarse a invertir para salvar una cosecha en peligro, si sabe que va recibir una compensación. El agricultor puede incluso plantar una cosecha que sabe que se va a perder. Ésa es la razón por la que no abundan los aseguradores privados y con frecuencia el seguro de las cosechas requiere onerosas subvenciones estatales.
Pero la tecnología de los seguros está mejorando, a lo que contribuye la mejora de la tecnología de la información. Se puede abordar el riesgo moral implícito en el seguro de cosechas haciendo que las compensaciones no dependan de la pérdida efectiva de la cosecha, sino del mal tiempo que la causa. Como el agricultor no puede asegurar el tiempo atmosférico, no hay riesgo moral.
En el pasado, el seguro del tiempo atmosférico no podía servir para gestionar eficazmente el riesgo de un agricultor, porque no podíamos calibrar suficientemente los efectos del tiempo atmosférico en los cultivos. Para que el seguro sea eficaz como mecanismo de gestión de riesgos, se debe calibrar el tiempo atmosférico en un nivel local perfectamente detallado y se deben hacer las mediciones correctas en el momento adecuado. Los cultivos son particularmente vulnerables en determinados momentos: por ejemplo, cuando las semillas empiezan a germinar o cuando el mal tiempo del año anterior pone en peligro las plantas vivaces.
En la actualidad, el seguro del tiempo atmosférico utiliza un número mayor de complejas estaciones climatológicas y conocimientos agronómicos profundos para calibrar los efectos del tiempo atmosférico en la agricultura local. Los efectos varían según los cultivos y el seguro del tiempo atmosférico debe tener en cuenta los diversos cultivos de una explotación y cuándo se plantan... complejidades que la moderna tecnología de la información puede resolver.
Muchas compañías se dedican ya a ofrecer seguros del tiempo atmosférico a los agricultores pobres, con éxitos notables de ICICI Lombard y BASIX en la India y de la Corporación Financiera Internacional y la compañía de seguros Credo Classic en Ucrania. Una labor similar está en marcha en África, encabezada por el Banco Mundial y diversos gobiernos de países de la América central están colaborando con el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Central Americano para la Integración Económica. El número de organismos y gobiernos que participan en el movimiento encaminado a la consecución de una compleja gestión de riesgos para los pobres es alentador.
Al mismo tiempo, la aplicación de la tecnología, los seguros y las finanzas para la gestión de riesgos requiere una proporción pequeña de unos presupuestos muy justos de ayuda extranjera: un número relativamente pequeño de oficinistas, teléfonos portátiles y computadoras. Con la actual revolución de la tecnología de la información y las comunicaciones, los teléfonos y las computadoras costarán cada vez menos, aun cuando aumenten los costos de muchas materias primas necesarias para el desarrollo.
Jeffrey Sachs sostiene en su nuevo libro The End of Poverty (“El fin de la pobreza”) que con la ayuda adecuada de los países avanzados el mundo podría ver el fin de la pobreza, tal como la conocemos, en los próximos decenios, lo que ha movido a algunos a calificarlo de idealista soñador, pero, si tenemos en cuenta la mayor generosidad de las naciones ricas y la aplicación de una tecnología financiera y de seguros perfeccionada, podría estar en lo cierto precisamente.
Los ministros de Hacienda del G-8 han acordado cancelar los 40.000 millones de dólares que deben los dieciocho países más pobres del mundo. Es un triunfo del sentido común, pero, como representa 238 dólares por persona en los dieciocho países, el alivio de la deuda por sí solo en modo alguno es suficiente para ayudar a los pobres.
Por fortuna, otras medidas complementarán el aumento de la generosidad de los países desarrollados. La más notable es un importante movimiento encaminado a prestar servicios bien concebidos de gestión de riesgos a los pobres, que podrían ascender en última instancia a más de 40.000 millones de dólares.
Solemos pensar que los nuevos productos de gestión de riesgos, como, por ejemplo, los novedosos tipos de seguros o los derivados financieros, interesarán primordialmente a los ricos o al menos a personas relativamente adineradas. En realidad, se están creando nuevos productos de gestión de riesgos para algunas de las personas más pobres de África, Asia y América Latina.
Es importante reconocer que las personas más pobres del mundo no son las mismas de un año para otro. La buena y la mala suerte alternan al azar y las personas más pobres son particularmente vulnerables cuando azota la desgracia, como, por ejemplo, un huracán en un pueblo de pescadores. Por eso, la gestión de riesgos, al suavizar los momentos de penuria de ingresos, pueden ser extraordinariamente importantes para aliviar los efectos de la pobreza.
Además, si no se gestionan, los riesgos destruyen las perspectivas del crecimiento económico. Sin una gestión de riesgos, los pobres no experimentarán con nuevos cultivos o métodos más productivos, porque cualquier error podría ser desastroso.
Por ejemplo, en zonas rurales de subsistencia, una mala cosecha puede provocar el hambre antes de que se haya recogido la cosecha del año siguiente. Lo más habitual es que provoque “simplemente” un desplome repentino de la base económica, con la consecuencia de años de privaciones en el futuro. Si una familia pobre dedicada a la agricultura de subsistencia no recibe ayuda durante el año siguiente a una mala cosecha, sus miembros pueden comerse sus bestias de carga, talar árboles que aportan nutrientes al suelo, vender las herramientas agrícolas que tengan e incluso comerse las semillas reservadas para la plantación en la próxima estación. La aportación de dinero, en el momento en que es necesaria, es esencial.
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Por desgracia, según Joanna Syroka del grupo de gestión de riesgos relacionados con las materias primas del Banco Mundial, la ayuda oficial extranjera y las obras de beneficencia privada suelen llegar demasiado tarde, con frecuencia cuando se ha declarado el hambre y mucho después de que las familias hayan adoptado medidas extremas y hayan consumido su capital para sobrevivir. Si bien la ayuda puede mantenerlos con vida, quedan económicamente paralizados durante años. Syroka y sus colegas están procurando fomentar la utilización de la tecnología financiera moderna para velar por que la ayuda llegue a tiempo –y en volumen suficiente—para evitar semejantes consecuencias.
El antiguo instrumento para gestionar los riesgos de los agricultores es el seguro de las cosechas, que corresponde directamente a la pérdida de una cosecha, pero esa clase de seguro adolece de lo que los economistas llaman un “riesgo moral”, porque reduce los incentivos de los agricultores para velar por el éxito de la cosecha. El agricultor puede desatender los cultivos o negarse a invertir para salvar una cosecha en peligro, si sabe que va recibir una compensación. El agricultor puede incluso plantar una cosecha que sabe que se va a perder. Ésa es la razón por la que no abundan los aseguradores privados y con frecuencia el seguro de las cosechas requiere onerosas subvenciones estatales.
Pero la tecnología de los seguros está mejorando, a lo que contribuye la mejora de la tecnología de la información. Se puede abordar el riesgo moral implícito en el seguro de cosechas haciendo que las compensaciones no dependan de la pérdida efectiva de la cosecha, sino del mal tiempo que la causa. Como el agricultor no puede asegurar el tiempo atmosférico, no hay riesgo moral.
En el pasado, el seguro del tiempo atmosférico no podía servir para gestionar eficazmente el riesgo de un agricultor, porque no podíamos calibrar suficientemente los efectos del tiempo atmosférico en los cultivos. Para que el seguro sea eficaz como mecanismo de gestión de riesgos, se debe calibrar el tiempo atmosférico en un nivel local perfectamente detallado y se deben hacer las mediciones correctas en el momento adecuado. Los cultivos son particularmente vulnerables en determinados momentos: por ejemplo, cuando las semillas empiezan a germinar o cuando el mal tiempo del año anterior pone en peligro las plantas vivaces.
En la actualidad, el seguro del tiempo atmosférico utiliza un número mayor de complejas estaciones climatológicas y conocimientos agronómicos profundos para calibrar los efectos del tiempo atmosférico en la agricultura local. Los efectos varían según los cultivos y el seguro del tiempo atmosférico debe tener en cuenta los diversos cultivos de una explotación y cuándo se plantan... complejidades que la moderna tecnología de la información puede resolver.
Muchas compañías se dedican ya a ofrecer seguros del tiempo atmosférico a los agricultores pobres, con éxitos notables de ICICI Lombard y BASIX en la India y de la Corporación Financiera Internacional y la compañía de seguros Credo Classic en Ucrania. Una labor similar está en marcha en África, encabezada por el Banco Mundial y diversos gobiernos de países de la América central están colaborando con el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Central Americano para la Integración Económica. El número de organismos y gobiernos que participan en el movimiento encaminado a la consecución de una compleja gestión de riesgos para los pobres es alentador.
Al mismo tiempo, la aplicación de la tecnología, los seguros y las finanzas para la gestión de riesgos requiere una proporción pequeña de unos presupuestos muy justos de ayuda extranjera: un número relativamente pequeño de oficinistas, teléfonos portátiles y computadoras. Con la actual revolución de la tecnología de la información y las comunicaciones, los teléfonos y las computadoras costarán cada vez menos, aun cuando aumenten los costos de muchas materias primas necesarias para el desarrollo.
Jeffrey Sachs sostiene en su nuevo libro The End of Poverty (“El fin de la pobreza”) que con la ayuda adecuada de los países avanzados el mundo podría ver el fin de la pobreza, tal como la conocemos, en los próximos decenios, lo que ha movido a algunos a calificarlo de idealista soñador, pero, si tenemos en cuenta la mayor generosidad de las naciones ricas y la aplicación de una tecnología financiera y de seguros perfeccionada, podría estar en lo cierto precisamente.