En 1998, visité las antiguas repúblicas soviéticas del Asia central para celebrar conversaciones sobre el desarrollo democrático que estaba - o debería haber estado- produciéndose en aquellos países que acababan de recuperar la independencia. Mis anfitriones eran antiguos dirigentes comunistas que habían pasado a ser presidentes elegidos más o menos democráticamente. Todos ellos hablaban con soltura de las instituciones, de los procedimientos democráticos y del respeto del Estado de derecho. Pero los derechos humanos eran un asunto del todo diferente.
En 1998, visité las antiguas repúblicas soviéticas del Asia central para celebrar conversaciones sobre el desarrollo democrático que estaba - o debería haber estado- produciéndose en aquellos países que acababan de recuperar la independencia. Mis anfitriones eran antiguos dirigentes comunistas que habían pasado a ser presidentes elegidos más o menos democráticamente. Todos ellos hablaban con soltura de las instituciones, de los procedimientos democráticos y del respeto del Estado de derecho. Pero los derechos humanos eran un asunto del todo diferente.