Es un mundo más pequeño de lo que creemos

Imagínese mirando a través de un poderoso microscopio y descubriendo que máquinas increíblemente pequeñas apartan la materia que hay alrededor de ellas, molécula por molécula, reorganizándola para hacer réplicas exactas de si mismas. Las réplicas, por supuesto, harán exactamente lo mismo. Después de 20 generaciones, cada máquina habrá llegado al millón de copias. ¿Es posible detenerlas, o se apoderarán del mundo?

Esta no es una historia futurista de ciencia ficción acerca de la tecnología fuera de control. Este es el mundo en que vivimos hoy en día, en donde en todos lados hay máquinas así. Incontables millones de ellas habitan en las entrañas de cada ser humano. Las llamamos bacterias, y se apoderaron del mundo millones de años antes de que aparecieran los humanos. Las tratamos con respeto, o de lo contrario nos matan.

Los evolucionistas no están seguros acerca de los progenitores de las bacterias, y no podemos repetir el experimento de la naturaleza. Después de todo, la naturaleza puede darse el lujo de disponer de todo el tiempo que desee, miles de millones de años, mientras que nosotros los mortales debemos demostrar avances antes de que se nos agoten los fondos de investigación. En todo caso, la más simple de las bacterias es maravillosamente compleja y sus cadenas de ADN contienen completas instrucciones sobre el metabolismo y la reproducción.

No obstante, algunos biólogos creen que están a punto de crear un microbio en condiciones de laboratorio. Ahora es posible fabricar largas cadenas de ADN y los científicos están identificando qué genes son esenciales. Si se crea un nuevo microbio en un laboratorio, ello ocurrirá porque los científicos han aprendido cómo seguir la receta de la naturaleza.

Pero ¿qué ocurriría si, en lugar de tratar de imitar a la naturaleza, se pudiera inventar una nueva forma de vida desde cero?

¿Qué pasaría si esta vida estuviera más cerca de los aparatos mecánicos que los humanos saben construir, pero en una escala pequeñísima?

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¿Qué tan pequeña? En un encuentro de la Sociedad Estadounidense de Física, en 1959, Richard Feynman, quizás el físico más admirado de nuestra época, dio una charla titulada "Hay un montón de espacio allá abajo". Feynman hizo notar que, en la escala de las dimensiones atómicas, los 24 volúmenes de la Enciclopedia Británica pueden caber en la punta de un alfiler. Desafió a sus colegas a que desarrollaran la capacidad de manipular y controlar cosas en esa escala.

Treinta años después, los científicos de un laboratorio de la IBM en California lograron que 35 átomos de xenón, dispuestos sobre la superficie de un cristal de níquel, formaran la sigla "IBM" en letras mayúsculas. Esto se logró con un Microscopio de Efecto Túnel (STM, o Scanning Tunneling Microscope), desarrollado en un laboratorio de la IBM en Zurich, cuyos inventores recibieron el Premio Nobel de física en 1986.

Fue saludado como el inicio de la nanorevolución, la llegada de una tecnología a una escala mil veces menor que la del mundo de la microelectrónica. En este punto, sin embargo, la palabra "revolución" parece ser una exageración. Los científicos de la IBM han probado que es posible manipular átomos individuales, pero hacerlo no tiene utilidad práctica.

En 1996, Richar Smalley de la Universidad Rice recibió el Premio Nobel de química por el descubrimiento de los fullerenos, hermosas estructuras de carbono a escala nanométrica con notables propiedades y muchas aplicaciones potenciales. Todavía no hay productos a nanoescala en el mercado, pero los gobiernos de todo el mundo están dedicando grandes presupuestos de investigación al poder de la nanotecnología, con la esperanza de transformar el mundo tan profundamente como lo hizo la revolución de la microelectrónica.

De hecho, el libro Engines of Creation: The Coming Era of Nanotechnology , publicado en 1986 por el futurista K. Eric Drexler argumenta que la manera de manipular cosas con precisión atómica es a través de máquinas a nanoescala. Drexler es presidente del Foresight Institute, dedicado a preparar al mundo para la revolución de la nanotecnología. Ve un mundo en que robots autoreplicantes, increíblemente pequeños, a los cuales llama "ensambladores", harán todo el trabajo al guiar reacciones químicas mediante el posicionamiento de moléculas reactivas con precisión atómica. Con las materias primas adecuadas, los ensambladores se podrían programar para hacer cualquier cosas que necesitáramos, incluyendo más ensambladores.

¿Pero hay un lado oscuro de la nanotecnología? Como pregunta Richard Smalley, ¿qué puede detener la autoreplicación de los nanorobots hasta que "la tierra se convierta en una masa indiferenciada de jalea gris"? Esto preocupa a suficiente gente, incluyendo al Príncipe Carlos en el Reino Unido, al punto tal que han habido llamados a que se prohíba la investigación futura en el campo de la nanotecnología. Pero hacer esto sería un grave error.

En primer lugar, la jalea gris es un peligro puramente imaginario. No hay ensambladores, y nadie sabe realmente cómo crearlos. Y, si existieran, enfrentarían las mismas limitaciones que las bacterias con que comenzamos este artículo: no pueden viajar grandes distancias sin un vehículo que las transporte, y simplemente se les acabaría la materia prima.

Más aún, los ensambladores no son la única manera de manipular cosas a una escala atómica. En la actualidad no existe investigación financiada por gobiernos que esté apuntando hacia la creación de ensambladores. Los científicos que inventaron el STM no estaban tratando de crear ensambladores y nunca escucharon hablar de K. Eric Drexler. Sólo estaban tratando de comprender la física básica de superficies. Parece ser que proyectarse al futuro no requiere de la ayuda de los futuristas.

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