Cuando un funcionario de seguridad del Gobierno de China acusó recientemente a unos seguidores del Dalai Lama de organizar ataques suicidas –simplemente la más extremada de un aluvión de alegaciones contra la “camarilla del Dalai”-, fue como si la Revolución Cultural siguiera haciendo furor. De hecho, en lo que al Tíbet se refiere en particular, los dirigentes chinos, cada vez más refinados y pragmáticos, parecen más que nada una regresión a la era de Mao, con su propaganda en forma de arengas y sus políticas coercitivas. ¿Tienen los inversores extranjeros razones para preocuparse por ello?
Cuando un funcionario de seguridad del Gobierno de China acusó recientemente a unos seguidores del Dalai Lama de organizar ataques suicidas –simplemente la más extremada de un aluvión de alegaciones contra la “camarilla del Dalai”-, fue como si la Revolución Cultural siguiera haciendo furor. De hecho, en lo que al Tíbet se refiere en particular, los dirigentes chinos, cada vez más refinados y pragmáticos, parecen más que nada una regresión a la era de Mao, con su propaganda en forma de arengas y sus políticas coercitivas. ¿Tienen los inversores extranjeros razones para preocuparse por ello?