WASHINGTON, DC – La infraestructura es un potente motor del crecimiento económico y el desarrollo inclusivo, capaz de impulsar la demanda agregada actual y sentar las bases para el desarrollo futuro. También es un elemento clave de la agenda de lucha contra el cambio climático. Si se hace mal, es parte importante del problema; si se hace bien, resulta un gran aporte para la solución.
En los próximos 15 años se necesitarán en el mundo más de $90 billones en inversiones de infraestructura. Se trata de una cifra que más que duplica la infraestructura actual y requiere que la inversión anual total aumente más que el doble, de los $2,5 a 3 billones actuales a más de $6 billones. Cerca del 75% de esta inversión deberá hacerse en el mundo en desarrollo, particularmente los países de ingresos medios, debido a sus necesidades de crecimiento, su rápida urbanización y sus ya importantes retrasos en la materia.
No hay duda de que cerrar la brecha de la infraestructura será un desafío, pero también representa una gran oportunidad para crear las bases de apoyo de un futuro más sostenible.
En la situación actual, más de un 80% de la oferta energética mundial y más de dos tercios de la electricidad provienen de los combustibles fósiles. Por sí sola, la infraestructura es responsable de alrededor de un 60% de las emisiones globales de gases de carbono. Si el mundo sigue los viejos patrones de construcción de infraestructura, quedará atrapado en formas de crecimiento no sostenible, contaminante y que consumen demasiados recursos.
Sin embargo, si se usan energías renovables y se construye infraestructura sostenible es posible lograr los efectos opuestos, ayudando a mitigar las emisiones de gases de invernadero y mejorando la capacidad de resistencia de los países frente al cambio climático. Si los riesgos climáticos se toman como factor en las decisiones de inversión, las energías renovables, el transporte más limpio, los sistemas hídricos eficientes y las ciudades más inteligentes y resistentes se revelarán como las mejores apuestas.
Afortunadamente, nunca ha sido mayor la voluntad política para mitigar el cambio climático. En la conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima realizada en diciembre pasado en París, los líderes mundiales llegaron a un acuerdo que significó un hito para un futuro más sostenible, en el que, entre otros temas, se avanzó hacia la transformación del modo en que se desarrollan, financian e implementan los proyectos de infraestructura.
Sin embargo, definir los temas de la agenda es sólo el primer paso. Para crear una infraestructura sostenible a esa escala serán necesarias sólidas políticas públicas y una activa colaboración entre los sectores público y privado.
Las autoridades deben articular con claridad estrategias integradas de desarrollo sostenible de infraestructuras, e incluirlas en marcos amplios que apunten a un desarrollo y un crecimiento sostenibles. En este respecto, los países del G20 pueden señalar el camino. Únicamente con estrategias integradas de este tipo los gobiernos podrán ofrecer el nivel de coherencia en sus políticas que permita no sólo aprovechar al máximo cada una de ellas, sino también dar confianza al sector privado para que haga su parte.
¿Qué deberían implicar precisamente tales estrategias? Si bien las medidas y prioridades específicas se deben adaptar a las circunstancias de cada país, a grandes rasgos los principales elementos de las agendas de infraestructura sostenible se pueden abarcar bajo cuatro " íes": inversión, incentivos, instituciones e innovación.
Para comenzar, los gobiernos deben elevar de manera importante su inversión en infraestructura total, para lo que se requiere revertir la tendencia general negativa de las últimas décadas. Es necesario asignar muchos más recursos a una infraestructura sostenible.
Sin embargo, dadas las severas limitaciones presupuestarias de muchos países, no basta sólo con la inversión pública: el sector privado seguirá teniendo que aportar más de la mitad de lo que se necesita. Las medidas para reducir los riesgos de las políticas y los costes de hacer negocios pueden contribuir a que los privados aumenten significativamente la escala de su inversión.
Para asegurarse de que la nueva inversión se oriente hacia una infraestructura sostenible, las autoridades además deben ajustar los incentivos de mercado. De particular importancia son la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles y la implementación de precios para el carbono; ahora que los precios del petróleo se encuentran en cotas muy bajas es el momento ideal para poner en práctica reformas de ese tipo. En otros sectores, como el hídrico, también será necesario reformar los precios. Al ajustarlos y cambiar las normativas para corregir incentivos distorsionados, los gobiernos pueden hacer que los mercados refuercen los objetivos de las políticas públicas.
Pero no basta sólo con invertir. Es necesario contar con instituciones sólidas para garantizar su factibilidad, calidad e impacto. Especialmente importante es la capacidad de desarrollar fuertes dinámicas de ejecución de proyectos y marcos institucionales para la colaboración entre el sector público y el privado. Cerca del 70% de la inversión total en infraestructura sostenible ocurre en áreas urbanas, por lo que se hace necesario prestar especial atención a la calidad de las instituciones municipales, así como a las capacidades fiscales de las ciudades. En el caso de las economías en desarrollo, los bancos multilaterales de desarrollo serán un socio colaborador clave para crear capacidades y acelerar la financiación.
Por último, está la cuarta "I": innovación. Por una parte, tendrá que haber innovación tecnológica para proporcionar componentes cada vez más eficientes de infraestructura baja en carbono y resistente a las condiciones climáticas. Por eso es necesario elevar de modo importante la inversión en investigación y desarrollo, especialmente en tecnologías de energías renovables.
Por otra, se necesitará innovación financiera y fiscal para aprovechar el potencial de las nuevas tecnologías. En particular, si se hace un uso creativo del margen fiscal se podrá movilizar más financiación para infraestructura sostenible. Y habrá más espacio a medida que los impuestos al carbono aumenten sustancialmente los ingresos públicos (y mejoren la estructura impositiva).
Mientras tanto, los nuevos instrumentos financieros y el uso hábil del capital para el desarrollo puede atraer más financiación privada y reducir su coste. Promover la infraestructura como una clase de activo podría ayudar a que los ahorros se dirijan hacia ella. En la actualidad, los activos gestionados por los bancos e inversionistas institucionales en todo el mundo alcanzan más de $120 billones, de los cuales la infraestructura representa sólo cerca de un 5%.
Hoy se precisa con urgencia invertir en infraestructura y adoptar medidas contra el cambio climático. Con el enfoque adecuado es posible lograr ambos para abrir un futuro más próspero y sostenible.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
WASHINGTON, DC – La infraestructura es un potente motor del crecimiento económico y el desarrollo inclusivo, capaz de impulsar la demanda agregada actual y sentar las bases para el desarrollo futuro. También es un elemento clave de la agenda de lucha contra el cambio climático. Si se hace mal, es parte importante del problema; si se hace bien, resulta un gran aporte para la solución.
En los próximos 15 años se necesitarán en el mundo más de $90 billones en inversiones de infraestructura. Se trata de una cifra que más que duplica la infraestructura actual y requiere que la inversión anual total aumente más que el doble, de los $2,5 a 3 billones actuales a más de $6 billones. Cerca del 75% de esta inversión deberá hacerse en el mundo en desarrollo, particularmente los países de ingresos medios, debido a sus necesidades de crecimiento, su rápida urbanización y sus ya importantes retrasos en la materia.
No hay duda de que cerrar la brecha de la infraestructura será un desafío, pero también representa una gran oportunidad para crear las bases de apoyo de un futuro más sostenible.
En la situación actual, más de un 80% de la oferta energética mundial y más de dos tercios de la electricidad provienen de los combustibles fósiles. Por sí sola, la infraestructura es responsable de alrededor de un 60% de las emisiones globales de gases de carbono. Si el mundo sigue los viejos patrones de construcción de infraestructura, quedará atrapado en formas de crecimiento no sostenible, contaminante y que consumen demasiados recursos.
Sin embargo, si se usan energías renovables y se construye infraestructura sostenible es posible lograr los efectos opuestos, ayudando a mitigar las emisiones de gases de invernadero y mejorando la capacidad de resistencia de los países frente al cambio climático. Si los riesgos climáticos se toman como factor en las decisiones de inversión, las energías renovables, el transporte más limpio, los sistemas hídricos eficientes y las ciudades más inteligentes y resistentes se revelarán como las mejores apuestas.
Afortunadamente, nunca ha sido mayor la voluntad política para mitigar el cambio climático. En la conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima realizada en diciembre pasado en París, los líderes mundiales llegaron a un acuerdo que significó un hito para un futuro más sostenible, en el que, entre otros temas, se avanzó hacia la transformación del modo en que se desarrollan, financian e implementan los proyectos de infraestructura.
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Sin embargo, definir los temas de la agenda es sólo el primer paso. Para crear una infraestructura sostenible a esa escala serán necesarias sólidas políticas públicas y una activa colaboración entre los sectores público y privado.
Las autoridades deben articular con claridad estrategias integradas de desarrollo sostenible de infraestructuras, e incluirlas en marcos amplios que apunten a un desarrollo y un crecimiento sostenibles. En este respecto, los países del G20 pueden señalar el camino. Únicamente con estrategias integradas de este tipo los gobiernos podrán ofrecer el nivel de coherencia en sus políticas que permita no sólo aprovechar al máximo cada una de ellas, sino también dar confianza al sector privado para que haga su parte.
¿Qué deberían implicar precisamente tales estrategias? Si bien las medidas y prioridades específicas se deben adaptar a las circunstancias de cada país, a grandes rasgos los principales elementos de las agendas de infraestructura sostenible se pueden abarcar bajo cuatro " íes": inversión, incentivos, instituciones e innovación.
Para comenzar, los gobiernos deben elevar de manera importante su inversión en infraestructura total, para lo que se requiere revertir la tendencia general negativa de las últimas décadas. Es necesario asignar muchos más recursos a una infraestructura sostenible.
Sin embargo, dadas las severas limitaciones presupuestarias de muchos países, no basta sólo con la inversión pública: el sector privado seguirá teniendo que aportar más de la mitad de lo que se necesita. Las medidas para reducir los riesgos de las políticas y los costes de hacer negocios pueden contribuir a que los privados aumenten significativamente la escala de su inversión.
Para asegurarse de que la nueva inversión se oriente hacia una infraestructura sostenible, las autoridades además deben ajustar los incentivos de mercado. De particular importancia son la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles y la implementación de precios para el carbono; ahora que los precios del petróleo se encuentran en cotas muy bajas es el momento ideal para poner en práctica reformas de ese tipo. En otros sectores, como el hídrico, también será necesario reformar los precios. Al ajustarlos y cambiar las normativas para corregir incentivos distorsionados, los gobiernos pueden hacer que los mercados refuercen los objetivos de las políticas públicas.
Pero no basta sólo con invertir. Es necesario contar con instituciones sólidas para garantizar su factibilidad, calidad e impacto. Especialmente importante es la capacidad de desarrollar fuertes dinámicas de ejecución de proyectos y marcos institucionales para la colaboración entre el sector público y el privado. Cerca del 70% de la inversión total en infraestructura sostenible ocurre en áreas urbanas, por lo que se hace necesario prestar especial atención a la calidad de las instituciones municipales, así como a las capacidades fiscales de las ciudades. En el caso de las economías en desarrollo, los bancos multilaterales de desarrollo serán un socio colaborador clave para crear capacidades y acelerar la financiación.
Por último, está la cuarta "I": innovación. Por una parte, tendrá que haber innovación tecnológica para proporcionar componentes cada vez más eficientes de infraestructura baja en carbono y resistente a las condiciones climáticas. Por eso es necesario elevar de modo importante la inversión en investigación y desarrollo, especialmente en tecnologías de energías renovables.
Por otra, se necesitará innovación financiera y fiscal para aprovechar el potencial de las nuevas tecnologías. En particular, si se hace un uso creativo del margen fiscal se podrá movilizar más financiación para infraestructura sostenible. Y habrá más espacio a medida que los impuestos al carbono aumenten sustancialmente los ingresos públicos (y mejoren la estructura impositiva).
Mientras tanto, los nuevos instrumentos financieros y el uso hábil del capital para el desarrollo puede atraer más financiación privada y reducir su coste. Promover la infraestructura como una clase de activo podría ayudar a que los ahorros se dirijan hacia ella. En la actualidad, los activos gestionados por los bancos e inversionistas institucionales en todo el mundo alcanzan más de $120 billones, de los cuales la infraestructura representa sólo cerca de un 5%.
Hoy se precisa con urgencia invertir en infraestructura y adoptar medidas contra el cambio climático. Con el enfoque adecuado es posible lograr ambos para abrir un futuro más próspero y sostenible.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen