NUEVA DELHI – Durante el segundo aniversario de la “Primavera Árabe” en Egipto, la Plaza Tahrir fue escenario de disturbios que hicieron a muchos observadores temer que sus previsiones optimistas de 2011 estuvieran totalmente erradas. El problema se debe, en parte, a haber descrito los acontecimientos con una metáfora de corto plazo que alentó expectativas distorsionadas. Si en vez de “Primavera Árabe” hubiéramos hablado entonces de “revoluciones árabes”, tal vez nuestras expectativas hubieran sido más realistas: una revolución no es un acontecimiento que dure una estación o algunos años, es algo cuyo desarrollo demanda décadas.
NUEVA DELHI – Durante el segundo aniversario de la “Primavera Árabe” en Egipto, la Plaza Tahrir fue escenario de disturbios que hicieron a muchos observadores temer que sus previsiones optimistas de 2011 estuvieran totalmente erradas. El problema se debe, en parte, a haber descrito los acontecimientos con una metáfora de corto plazo que alentó expectativas distorsionadas. Si en vez de “Primavera Árabe” hubiéramos hablado entonces de “revoluciones árabes”, tal vez nuestras expectativas hubieran sido más realistas: una revolución no es un acontecimiento que dure una estación o algunos años, es algo cuyo desarrollo demanda décadas.