pa3386c.jpg Paul Lachine

La inflación es ahora el menor de los males

CAMBRIDGE – Es tiempo de que los principales bancos centrales del mundo reconozcan que un repentino episodio de inflación moderada sería extremadamente útil para desenredar el tremendo atolladero de la deuda actual.

No obstante, la inflación es una forma injusta de amortizar efectivamente las deudas no indexadas de la economía. La inflación en los precios obliga a los acreedores a aceptar pagos en una moneda devaluada. Sí, en principio debería haber una forma de remediar los males del sistema financiero sin recurrir a la inflación. Lamentablemente, mientras más estudiamos las alternativas, incluyendo las inyecciones de capital a los bancos y la ayuda directa a los tenedores de hipotecas inmobiliarias, más claro resulta que la inflación sería un apoyo y no un obstáculo.

Las finanzas modernas han logrado crear una dinámica de una complejidad tan pasmosa que desafía los enfoques normales para enfrentarse a las deudas. La titulización, las finanzas estructuradas y otras innovaciones han entretejido tanto a los varios actores del sistema financiero que resulta esencialmente imposible reestructurar una institución financiera a la vez. Se necesitan soluciones que abarquen todo el sistema.

Una inflación moderada a corto plazo –digamos del 6% durante dos años—no arreglaría los problemas, pero los mejoraría significativamente, con lo que otras medidas serían menos costosas y más efectivas.

Es cierto que una vez que se deje salir al genio de la inflación de la botella podría tomar varios años volverlo a meter. Nadie quiere volver a vivir las luchas contra la inflación de los años ochenta y noventa. Pero en este momento, la economía se tambalea a orillas del precipicio del desastre. Ya tenemos una recesión global hecha y derecha. A menos que los gobiernos tomen el control del problema, corremos el riesgo de sufrir un deterioro mundial como no se ha visto desde los años treinta.

Las acciones de política necesarias implican estímulos macroeconómicos agresivos. Idealmente, la política fiscal debería enfocarse en la reducción de impuestos y el gasto en infraestructura. Los bancos centrales ya están recortando las tasas de interés por todas partes. Es probable que en todo el mundo las tasas de interés oficiales se acerquen a cero; las de los Estados Unidos y Japón ya se situaron ahí. A la larga, El Reino Unido y la zona del euro decidirán acercarse lo más posible.

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También se deben tomar medidas para recapitalizar y dar una nueva reglamentación al sistema financiero. Mientras el sistema financiero siga recibiendo respiración artificial de los gobiernos, como sucede en los Estados Unidos, el Reino Unido, la zona del euro y muchos otros países, habrá riesgos enormes.

La mayoría de los bancos más grandes del mundo son esencialmente insolventes y dependen de la ayuda y los préstamos continuos de los gobierno para mantenerse a flote. Muchos bancos ya admitieron sus pérdidas abiertas en las hipotecas inmobiliarias. Sin embargo, a medida que la recesión se agudice, una nueva oleada de impagos de bienes raíces comerciales, tarjetas de crédito, fondos privados de capital y de cobertura de riesgos golpeará las hojas de balance de los bancos. A medida que los gobiernos traten de evitar la nacionalización abierta de los bancos, se verán obligados a realizar segundas y terceras recapitalizaciones.

Incluso el extravagante rescate del gigante financiero Citigroup, en el que el gobierno de los Estados Unidos ya ha desembolsado 45 mil millones de dólares de capital y respaldado pérdidas de más de 300 mil millones de dólares de créditos fallidos, puede resultar insuficiente. Al observar el panorama de los problemas restantes, incluyendo el mercado de varios billones de dólares del mercado de los credit default swaps , es claro que el hoyo en el sistema financiero es demasiado grande para taparlo completamente con los dólares de los contribuyentes.

Ciertamente una parte clave de la solución es permitir que quiebren más bancos, garantizando que los ahorradores, pero no necesariamente los acreedores, reciban todo su dinero. Sin embargo, este camino será costoso y doloroso.

Eso nos lleva de regreso a la opción de la inflación. Además de atenuar los problemas de la deuda, un episodio moderado de inflación reduciría el valor real (ajustado a la inflación) de las propiedades residenciales, lo que facilitaría la estabilización de ese mercado. En ausencia de una inflación significativa, los precios nominales de las casas tendrían que caer un 15% adicional en los Estados Unidos y más en España, el Reino Unido y muchos otros países. Si la inflación aumenta, los precios nominales de las casas no necesitan caer tanto.

Por supuesto, dada la recesión en curso, tal vez no sea tan fácil para los bancos centrales fomentar ni siquiera un poco de inflación en estos momentos. En efecto, parece que lo único que pueden hacer es evitar una deflación sostenida o la caída de los precios.

Afortunadamente, crear inflación no requiere gran ciencia. Todo lo que los bancos centrales necesitan hacer es seguir imprimiendo billetes para comprar deuda pública. El riesgo principal es que la inflación podría descontrolarse y resultar del 20 o 30% en lugar del 5 al 6%. En efecto, el temor a ese descontrol paralizó al Banco de Japón durante una década. Pero ese problema se puede salvar fácilmente. Con una buena política de comunicación se pueden contener las expectativas de inflación y se puede reducir tan rápido como sea necesario.

Se tendrán que utilizar todas las herramientas a nuestro alcance para solucionar esta crisis financiera que es de las que ocurren una vez en un siglo. Al mirarlo en el contexto de una posible depresión global, el temor a la inflación equivale a preocuparse por un posible contagio de sarampión cuando se corre el riesgo de contraer la peste.

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