NUEVA DELHI – Con el comienzo del año nuevo, es cada vez más claro que el nuevo gobierno de la India se enfrenta a un dilema del que es el único responsable, y que su predecesor nunca tuvo que afrontar.
En un principio, la elección de Narendra Modi como primer ministro en 2014 se recibió en todo el mundo como el punto de partida de un gobierno más favorable a los negocios a la democracia más grande del mundo. Alentados por las declaraciones en favor del mercado de Modi –prometió sustituir la burocracia por una alfombra roja, dijo que el gobierno no debe entrometerse en los negocios y adoptó para su campaña el lema “Hacer en la India” – los inversionistas se apresuraron a elogiarlo diciendo que era el nuevo mesías del desarrollo.
El Partido Bharatiya Janata (BJP, por sus siglas en inglés) al que pertenece Modi obtuvo la primera mayoría absoluta en la cámara baja del parlamento en 25 años, con lo que quedó libre de las presiones y restricciones de un gobierno de coalición. En sus viajes al exterior, Modi habló de nuevas oportunidades de negocios, una oleada de inversión extranjera y empresas conjuntas. Prometió mejorar la clasificación de la India en el informe global “Doing Business” del Banco Mundial de un lamentable 142° lugar a por lo menos el 50°.
Ese discurso continúa, pero parece estar cada vez más alejado de las preocupaciones principales del BJP. De hecho, Modi llegó al poder como líder de una familia de organizaciones de derecha que en gran medida no comparten sus prioridades económicas y que están obsesionadas por el llamado “nacionalismo cultural”, que esencialmente no es más que un chauvinismo hindú con otra presentación.
La tensión entre el reformismo económico declarado de Modi y el nativismo cultural que fortalece la base electoral de su gobierno es un obstáculo importante al progreso. Después de todo, la mayoría política que Modi necesita para aplicar sus políticas económicas depende de la capacidad organizativa de las personas cuyo chauvinismo lo está debilitando.
De hecho, casi inmediatamente después de la llegada de Modi hubo una serie de ataques contra las minorías en la India, particularmente los musulmanes. Un legislador del Shiv Sena, un partido regional de extrema derecha aliado con el BJP, obligó a un empleado de una cafetería musulmana a comer pan durante el ayuno del Ramadán. Un joven trabajador técnico en Pune sufrió un destino más trágico, pues fue golpeado hasta morir como “represalia” por un comentario difamatorio en las redes sociales del que no había sido responsable.
Posteriormente se dio un pánico nacional por la “jihad del amor”, una supuesta conspiración musulmana para hacer de la India un país mayoritariamente musulmán mediante la seducción de jóvenes mujeres hindúes que conduciría a que se convirtieran al Islam. Esta histeria provocada por el BJP fue descalificada ampliamente – los musulmanes representan el 13% de la población del país y solo ha habido unos cuantos matrimonios de ese tipo – pero casi inmediatamente la retórica incendiaria aumentó.
Un importante partidario de Modi dijo que todos los indios debían declarar que eran culturalmente hindúes. Una integrante del Consejo de ministros dividió al país entre Ramzada (creyentes en el dios hindú Ram) y Haramzada (bastardos) – y se le permitió conservar su puesto. Otro legislador del BJP declaró que el asesino de Mahatma Gandhi, un hindú nacionalista era un patriota, mientras que un partido extremista del bando de Modi anunció una campaña para erigir bustos del asesino en todo el país.
El chauvinismo desatado no tiene límites. El propio Modi hizo la vergonzosa declaración – durante un discurso pronunciado en un hospital, nada menos – de que la representación del dios hindú Ganesh, con cabeza de elefante en un cuerpo humano, era testimonio del conocimiento de los antiguos hindúes sobre cirugía plástica.
El ministro de educación abruptamente eliminó el alemán como tercer idioma optativo en las escuelas públicas y lo sustituyó con el sánscrito. Además, la organización de voluntarios Rashtriya Swayamsevak Sangh, inspirada en los grupos fascistas de los años 1920 – incluidos los pantalones cortos de caqui y los bastones – declaró que emprendería una campaña de Ghar wapasi (“regreso a casa”), o reconversión de las minorías al hinduísmo del cual supuestamente sus antepasados se habían apartado en el pasado remoto.
Las controversias resultantes han sacudido al país y se han convertido en el foco del discurso político, dejando de lado a las políticas económicas de Modi. En efecto, las protestas de los partidos de oposición han paralizado al parlamento, lo que ha hecho que el gobierno no pueda proponer – ya no se diga adoptar – elementos importantes de la legislación para la reforma económica pendiente, como la ley para aumentar la participación de la propiedad extranjera en el sector de los seguros al 49%.
Con todo, Modi no ha dicho nada para calmar a sus partidarios ni para apaciguar a sus críticos, lo que ha provocado preocupación entre los inversionistas – en particular los extranjeros – sobre su capacidad para controlar a sus propios electores. Por ejemplo, Lorenz Reibling, de la firma alemana-estadounidense Taurus Investment Holdings, planteó algunas preguntas – comenzando con las implicaciones de las recientes invectivas contra los cristianos y musulmanes y las propuestas de conversión – antes de comprometerse a realizar una inversión importante en el país.
Como dijo Reibling, “La conversión y la limpieza étnica o religiosa no están bien vistas aquí en Alemania en particular. El sueño extravagante de una India 100% hindú sería una India con poco o ningún apoyo externo. Eso no es lo que merece la India”. Comentó que si se sujeta a los cristianos en particular a una “inquisición al revés”, estos reducirán las inversiones considerablemente. Añadió que, de manera similar, los inversionistas del Medio Oriente responderían a una política antimusulmana excluyendo a la India de sus carteras.
Reibling dista de ser el único inversionista que tiene esos temores; en efecto, solo expresaba lo que sus colegas inversionistas en el extranjero han estado discutiendo entre sí. Las alarmas ya sonaron.
Modi se encuentra en una posición poco envidiable con respecto a sus partidarios: no puede vivir con ellos y no puede vivir sin ellos. A menos que logre encontrar una forma de resolver su dilema político, las esperanzas de un “milagro de Modi” en la economía de la India se desvanecerán tan pronto como se crearon.
Traducción de Kena Nequiz
NUEVA DELHI – Con el comienzo del año nuevo, es cada vez más claro que el nuevo gobierno de la India se enfrenta a un dilema del que es el único responsable, y que su predecesor nunca tuvo que afrontar.
En un principio, la elección de Narendra Modi como primer ministro en 2014 se recibió en todo el mundo como el punto de partida de un gobierno más favorable a los negocios a la democracia más grande del mundo. Alentados por las declaraciones en favor del mercado de Modi –prometió sustituir la burocracia por una alfombra roja, dijo que el gobierno no debe entrometerse en los negocios y adoptó para su campaña el lema “Hacer en la India” – los inversionistas se apresuraron a elogiarlo diciendo que era el nuevo mesías del desarrollo.
El Partido Bharatiya Janata (BJP, por sus siglas en inglés) al que pertenece Modi obtuvo la primera mayoría absoluta en la cámara baja del parlamento en 25 años, con lo que quedó libre de las presiones y restricciones de un gobierno de coalición. En sus viajes al exterior, Modi habló de nuevas oportunidades de negocios, una oleada de inversión extranjera y empresas conjuntas. Prometió mejorar la clasificación de la India en el informe global “Doing Business” del Banco Mundial de un lamentable 142° lugar a por lo menos el 50°.
Ese discurso continúa, pero parece estar cada vez más alejado de las preocupaciones principales del BJP. De hecho, Modi llegó al poder como líder de una familia de organizaciones de derecha que en gran medida no comparten sus prioridades económicas y que están obsesionadas por el llamado “nacionalismo cultural”, que esencialmente no es más que un chauvinismo hindú con otra presentación.
La tensión entre el reformismo económico declarado de Modi y el nativismo cultural que fortalece la base electoral de su gobierno es un obstáculo importante al progreso. Después de todo, la mayoría política que Modi necesita para aplicar sus políticas económicas depende de la capacidad organizativa de las personas cuyo chauvinismo lo está debilitando.
De hecho, casi inmediatamente después de la llegada de Modi hubo una serie de ataques contra las minorías en la India, particularmente los musulmanes. Un legislador del Shiv Sena, un partido regional de extrema derecha aliado con el BJP, obligó a un empleado de una cafetería musulmana a comer pan durante el ayuno del Ramadán. Un joven trabajador técnico en Pune sufrió un destino más trágico, pues fue golpeado hasta morir como “represalia” por un comentario difamatorio en las redes sociales del que no había sido responsable.
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Posteriormente se dio un pánico nacional por la “jihad del amor”, una supuesta conspiración musulmana para hacer de la India un país mayoritariamente musulmán mediante la seducción de jóvenes mujeres hindúes que conduciría a que se convirtieran al Islam. Esta histeria provocada por el BJP fue descalificada ampliamente – los musulmanes representan el 13% de la población del país y solo ha habido unos cuantos matrimonios de ese tipo – pero casi inmediatamente la retórica incendiaria aumentó.
Un importante partidario de Modi dijo que todos los indios debían declarar que eran culturalmente hindúes. Una integrante del Consejo de ministros dividió al país entre Ramzada (creyentes en el dios hindú Ram) y Haramzada (bastardos) – y se le permitió conservar su puesto. Otro legislador del BJP declaró que el asesino de Mahatma Gandhi, un hindú nacionalista era un patriota, mientras que un partido extremista del bando de Modi anunció una campaña para erigir bustos del asesino en todo el país.
El chauvinismo desatado no tiene límites. El propio Modi hizo la vergonzosa declaración – durante un discurso pronunciado en un hospital, nada menos – de que la representación del dios hindú Ganesh, con cabeza de elefante en un cuerpo humano, era testimonio del conocimiento de los antiguos hindúes sobre cirugía plástica.
El ministro de educación abruptamente eliminó el alemán como tercer idioma optativo en las escuelas públicas y lo sustituyó con el sánscrito. Además, la organización de voluntarios Rashtriya Swayamsevak Sangh, inspirada en los grupos fascistas de los años 1920 – incluidos los pantalones cortos de caqui y los bastones – declaró que emprendería una campaña de Ghar wapasi (“regreso a casa”), o reconversión de las minorías al hinduísmo del cual supuestamente sus antepasados se habían apartado en el pasado remoto.
Las controversias resultantes han sacudido al país y se han convertido en el foco del discurso político, dejando de lado a las políticas económicas de Modi. En efecto, las protestas de los partidos de oposición han paralizado al parlamento, lo que ha hecho que el gobierno no pueda proponer – ya no se diga adoptar – elementos importantes de la legislación para la reforma económica pendiente, como la ley para aumentar la participación de la propiedad extranjera en el sector de los seguros al 49%.
Con todo, Modi no ha dicho nada para calmar a sus partidarios ni para apaciguar a sus críticos, lo que ha provocado preocupación entre los inversionistas – en particular los extranjeros – sobre su capacidad para controlar a sus propios electores. Por ejemplo, Lorenz Reibling, de la firma alemana-estadounidense Taurus Investment Holdings, planteó algunas preguntas – comenzando con las implicaciones de las recientes invectivas contra los cristianos y musulmanes y las propuestas de conversión – antes de comprometerse a realizar una inversión importante en el país.
Como dijo Reibling, “La conversión y la limpieza étnica o religiosa no están bien vistas aquí en Alemania en particular. El sueño extravagante de una India 100% hindú sería una India con poco o ningún apoyo externo. Eso no es lo que merece la India”. Comentó que si se sujeta a los cristianos en particular a una “inquisición al revés”, estos reducirán las inversiones considerablemente. Añadió que, de manera similar, los inversionistas del Medio Oriente responderían a una política antimusulmana excluyendo a la India de sus carteras.
Reibling dista de ser el único inversionista que tiene esos temores; en efecto, solo expresaba lo que sus colegas inversionistas en el extranjero han estado discutiendo entre sí. Las alarmas ya sonaron.
Modi se encuentra en una posición poco envidiable con respecto a sus partidarios: no puede vivir con ellos y no puede vivir sin ellos. A menos que logre encontrar una forma de resolver su dilema político, las esperanzas de un “milagro de Modi” en la economía de la India se desvanecerán tan pronto como se crearon.
Traducción de Kena Nequiz