NUEVA DELHI – A un amigo mío, un diplomático que retornaba a su país después de menos de tres años de servicio en la India, le preguntaron en su examen médico de salida cuántos atados de cigarrillos fumaba por día. Cuando respondió diciendo que era un no fumador acérrimo, el médico comentó que las radiografías de sus pulmones decían lo contrario. Pero mi amigo nunca había encendido un cigarrillo. Todo lo que había hecho era respirar el aire de Nueva Delhi, tres inviernos seguidos llenos de smog.
En efecto, así es de malo. Cuando llega noviembre, la India –y particularmente su capital- empiezan a ahogarse con una cortina espesa de smog que asfixia los pulmones, corroe las gargantas y dificulta la visión.
No se trata solamente de los gases notorios de diésel de Nueva Delhi provenientes de los escapes de los autos y los camiones. También hay fábricas industriales que diseminan humo, braseros de carbón en las aceras que mantienen abrigadas a las personas que viven en la calle, cocinas de carbón utilizadas por chaiwallahs (vendedores de té) a la vera del camino y hasta rastrojos agrícolas quemados por los agricultores en los estados vecinos de Punjab y Haryana. Todos estos agentes contaminantes del aire invaden la capital y se suman a las emisiones vehiculares y al polvo que la Madre Naturaleza ya le ha conferido en abundancia a Nueva Delhi.
Nueva Delhi tuvo apenas tres “días de aire limpio” en todo 2017. Pero la peor calidad del aire está en invierno, cuando el aire contaminado se junta con la niebla del invierno y queda atrapado, dándole a la capital una opacidad grisácea que restringe la visibilidad, demora los vuelos y reduce el tránsito de la ciudad a una caravana aún más contaminante.
Las consecuencias son alarmantes. La cantidad de muertes prematuras debido a la contaminación del aire está en aumento. La mala calidad del aire hoy le cuesta a la India por lo menos el 1% del PIB cada año en enfermedades respiratorias, menor productividad y mayor hospitalización, y quizá les esté quitando a los indios tres años de vida.
Según el informe “Estado Global del Aire” publicado por el Instituto de Efectos sobre la Salud, la cantidad absoluta de muertes relacionadas con el ozono en la India aumentó un sorprendente 150% de 1990 a 2015. Las implicancias económicas del deterioro de la calidad del aire son igualmente inquietantes. Un estudio del Banco Mundial de 2013 estimó que las cargas sociales y el ingreso laboral perdido debido a la contaminación del aire representaban casi el 8,5% del PIB de la India. Las pérdidas laborales (en términos de cantidad de días hombre, por ejemplo) como consecuencia de la contaminación ambiental superaron los 55.000 millones de dólares en 2013, y se estima que las muertes prematuras le han costado al país unos 505.000 millones de dólares, o aproximadamente el 7,6% del PIB.
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Es más, un estudio reciente reveló que el aire tóxico de la India también está disuadiendo a los ejecutivos de aceptar puestos en Nueva Delhi: la gente está rechazando empleos lucrativos para salvar sus pulmones.
En 2015, el ex corresponsal del New York Times en el sur de Asia, Gardiner Harris, explicó que abandonaba su puesto prematuramente porque el solo hecho de vivir en Nueva Delhi estaba afectando la salud de sus hijos. Al describir las aflicciones asmáticas de su hijo de ocho años, Harris escribió que Nueva Delhi “padece una crisis respiratoria pediátrica grave”, en la que “casi la mitad de los 4,4 millones de niños en edad escolar de la ciudad tienen daño pulmonar irreversible como resultado del aire venenoso”. Él y otros expatriados, dijo, “hacemos carrera a costa de nuestros hijos”, y concluyó que era “poco ético para quienes tienen la posibilidad de criar voluntariamente a sus hijos aquí”. De modo que tomó a sus hijos y se marchó de la India.
La mayoría de los indios no tienen esa opción. Deben vivir con lo que los medios suelen llamar el “polvo asesino” de Nueva Delhi –partículas suspendidas respirables que se alojan en los pulmones y dificultan la respiración-. Un estudio de niños en edad escolar de Nueva Delhi entre 4 y 17 años, realizado por el Instituto Nacional del Cáncer Chittaranjan con sede en Kolkata, determinó que los indicadores fundamentales de salud respiratoria y función pulmonar eran 2 a 4 veces peores que en los niños en edad escolar en otras partes. Y el daño era irreversible.
La India necesita que mejorar la calidad del aire sea una prioridad nacional. Necesita crear planes de acción estatales y nacionales para un aire limpio; fijar nuevas metas estrictas para las emisiones de las plantas termoeléctricas, las chimeneas de las fábricas y los escapes de automóviles, y establecer un sistema apropiado de monitoreo de la contaminación del aire.
Y necesita actuar rápido. Según la Organización Mundial de la Salud, 13 de las 20 ciudades más contaminadas del mundo están en la India. Más de un millón de indios mueren cada año por la mala condición del aire.
Frente a esta catástrofe nacional, la complacencia del gobierno es abrumadora, pero no sorprendente. La discusión pública sobre el deterioro de la calidad del aire de la India y sus efectos en la salud de la gente –y, en consecuencia, la conciencia del problema- es asombrosamente limitada. Los políticos de la India necesitan diseñar un plan de acción que genere una ola de presión pública sobre el gobierno para abordar la cuestión frontalmente. La población india, que tan fácilmente se distrae con cuestiones de política de identidad como la construcción de templos y la revisión de la historia, debería exigir algo mucho más fundamental: la capacidad de respirar.
El compositor satírico Tom Lehrer es conocido por haberle advertido al público que si visitan una ciudad norteamericana: “Sólo dos cosas a las que deben estar atentos/No beban el agua y no respiren el aire”. Adaptada para la India, es una canción perfecta para una crisis que se ha convertido en una amenaza existencial.
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Donald Trump is offering a vision of crony rentier capitalism that has enticed many captains of industry and finance. In catering to their wishes for more tax cuts and less regulation, he would make most Americans’ lives poorer, harder, and shorter.
explains what a Republican victory in the 2024 election would mean for most Americans’ standard of living.
Elon Musk recently admitted that Donald Trump's policy agenda would lead to economic turmoil. But if their plan to eliminate government waste involves cuts to entitlement programs such as Social Security and Medicare, rather than the necessary military, diplomatic, and financial reforms, recovery will remain elusive.
argues that only a tycoon could love Donald Trump’s proposed tariffs, deportations, and spending cuts.
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NUEVA DELHI – A un amigo mío, un diplomático que retornaba a su país después de menos de tres años de servicio en la India, le preguntaron en su examen médico de salida cuántos atados de cigarrillos fumaba por día. Cuando respondió diciendo que era un no fumador acérrimo, el médico comentó que las radiografías de sus pulmones decían lo contrario. Pero mi amigo nunca había encendido un cigarrillo. Todo lo que había hecho era respirar el aire de Nueva Delhi, tres inviernos seguidos llenos de smog.
En efecto, así es de malo. Cuando llega noviembre, la India –y particularmente su capital- empiezan a ahogarse con una cortina espesa de smog que asfixia los pulmones, corroe las gargantas y dificulta la visión.
No se trata solamente de los gases notorios de diésel de Nueva Delhi provenientes de los escapes de los autos y los camiones. También hay fábricas industriales que diseminan humo, braseros de carbón en las aceras que mantienen abrigadas a las personas que viven en la calle, cocinas de carbón utilizadas por chaiwallahs (vendedores de té) a la vera del camino y hasta rastrojos agrícolas quemados por los agricultores en los estados vecinos de Punjab y Haryana. Todos estos agentes contaminantes del aire invaden la capital y se suman a las emisiones vehiculares y al polvo que la Madre Naturaleza ya le ha conferido en abundancia a Nueva Delhi.
Nueva Delhi tuvo apenas tres “días de aire limpio” en todo 2017. Pero la peor calidad del aire está en invierno, cuando el aire contaminado se junta con la niebla del invierno y queda atrapado, dándole a la capital una opacidad grisácea que restringe la visibilidad, demora los vuelos y reduce el tránsito de la ciudad a una caravana aún más contaminante.
Las consecuencias son alarmantes. La cantidad de muertes prematuras debido a la contaminación del aire está en aumento. La mala calidad del aire hoy le cuesta a la India por lo menos el 1% del PIB cada año en enfermedades respiratorias, menor productividad y mayor hospitalización, y quizá les esté quitando a los indios tres años de vida.
Según el informe “Estado Global del Aire” publicado por el Instituto de Efectos sobre la Salud, la cantidad absoluta de muertes relacionadas con el ozono en la India aumentó un sorprendente 150% de 1990 a 2015. Las implicancias económicas del deterioro de la calidad del aire son igualmente inquietantes. Un estudio del Banco Mundial de 2013 estimó que las cargas sociales y el ingreso laboral perdido debido a la contaminación del aire representaban casi el 8,5% del PIB de la India. Las pérdidas laborales (en términos de cantidad de días hombre, por ejemplo) como consecuencia de la contaminación ambiental superaron los 55.000 millones de dólares en 2013, y se estima que las muertes prematuras le han costado al país unos 505.000 millones de dólares, o aproximadamente el 7,6% del PIB.
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En 2015, el ex corresponsal del New York Times en el sur de Asia, Gardiner Harris, explicó que abandonaba su puesto prematuramente porque el solo hecho de vivir en Nueva Delhi estaba afectando la salud de sus hijos. Al describir las aflicciones asmáticas de su hijo de ocho años, Harris escribió que Nueva Delhi “padece una crisis respiratoria pediátrica grave”, en la que “casi la mitad de los 4,4 millones de niños en edad escolar de la ciudad tienen daño pulmonar irreversible como resultado del aire venenoso”. Él y otros expatriados, dijo, “hacemos carrera a costa de nuestros hijos”, y concluyó que era “poco ético para quienes tienen la posibilidad de criar voluntariamente a sus hijos aquí”. De modo que tomó a sus hijos y se marchó de la India.
La mayoría de los indios no tienen esa opción. Deben vivir con lo que los medios suelen llamar el “polvo asesino” de Nueva Delhi –partículas suspendidas respirables que se alojan en los pulmones y dificultan la respiración-. Un estudio de niños en edad escolar de Nueva Delhi entre 4 y 17 años, realizado por el Instituto Nacional del Cáncer Chittaranjan con sede en Kolkata, determinó que los indicadores fundamentales de salud respiratoria y función pulmonar eran 2 a 4 veces peores que en los niños en edad escolar en otras partes. Y el daño era irreversible.
La India necesita que mejorar la calidad del aire sea una prioridad nacional. Necesita crear planes de acción estatales y nacionales para un aire limpio; fijar nuevas metas estrictas para las emisiones de las plantas termoeléctricas, las chimeneas de las fábricas y los escapes de automóviles, y establecer un sistema apropiado de monitoreo de la contaminación del aire.
Y necesita actuar rápido. Según la Organización Mundial de la Salud, 13 de las 20 ciudades más contaminadas del mundo están en la India. Más de un millón de indios mueren cada año por la mala condición del aire.
Frente a esta catástrofe nacional, la complacencia del gobierno es abrumadora, pero no sorprendente. La discusión pública sobre el deterioro de la calidad del aire de la India y sus efectos en la salud de la gente –y, en consecuencia, la conciencia del problema- es asombrosamente limitada. Los políticos de la India necesitan diseñar un plan de acción que genere una ola de presión pública sobre el gobierno para abordar la cuestión frontalmente. La población india, que tan fácilmente se distrae con cuestiones de política de identidad como la construcción de templos y la revisión de la historia, debería exigir algo mucho más fundamental: la capacidad de respirar.
El compositor satírico Tom Lehrer es conocido por haberle advertido al público que si visitan una ciudad norteamericana: “Sólo dos cosas a las que deben estar atentos/No beban el agua y no respiren el aire”. Adaptada para la India, es una canción perfecta para una crisis que se ha convertido en una amenaza existencial.