PRINCETON – Cuando era niño, mi padre solía llevarme a caminar a lo largo de un río o a la playa. Pasábamos junto a gente que pescaba, tal vez enrollando carretes de hilos con peces luchando en sus extremos. Una vez vi a un hombre sacar un pez pequeño de un cubo y atravesarlo, mientras todavía se meneaba de un lado para el otro, con un anzuelo vacío para usarlo como cebo.
En otra ocasión, cuando el camino nos llevó a un tranquilo curso de agua, vi a un hombre sentado que observaba su línea, al parecer en paz con el mundo, mientras los peces que había pescado se agitaban en vano a su lado, dando bocanadas en el aire. Mi padre me dijo que no entendía cómo alguien podía disfrutar de un tarde sacando peces del agua y haciéndoles sufrir una muerte lenta.
Estos recuerdos de niñez volvieron de pronto cuando leí Worse things happen at sea: the welfare of wild-caught fish ("Peores cosas ocurren en el mar: la situación de los peces capturados en mar abierto") un revelador informe aparecido el mes pasado en fishcount.org.uk. En la mayor parte del mundo se acepta que, si se ha de matar animales para fines de alimentación, debería ser sin sufrimiento. Por lo general, las normativas de los mataderos exigen que se haga que los animales queden inconscientes de manera instantánea antes de matarlos o, en el caso de las matanzas rituales, tan cerca de lo instantáneo como lo permitan los preceptos religiosos.
No ocurre así en el caso de los peces. No existen normativas sobre la forma de matar los peces capturados en el mar ni, en la mayoría de los lugares, para los de las piscifactorías. Los peces capturados por las redes de los barcos de arrastre se lanzan sobre la cubierta del barco hasta que mueren por sofocación. Atravesar peces vivos con anzuelos para usarlos como cebos es una práctica comercial normal: la pesca de línea larga, por ejemplo, usa cientos o hasta miles de anzuelos en una sola línea que puede tener entre 50 y 100 kilómetros de largo. Cuando los peces muerden el anzuelo, lo más probable es que queden atrapados por horas antes de que se retire la línea.
De manera similar, la pesca comercial depende a menudo de las redes de enmalle, murallas de finos entramados en los que los peces quedan atrapados, con frecuencia por las agallas. Pueden morir por asfixia en la red porque, con las agallas oprimidas, no pueden respirar. Si no ocurre así, pueden quedar atrapados durante muchas horas antes de que se retiren las redes.
Sin embargo, la revelación más estremecedora del informe es la enorme cantidad de peces sobre los que los seres humanos infligen estas muertes. Alison Mood, autora del informe, calculó la que bien puede ser la primera estimación sistemática del tamaño de las capturas globales de peces de mar abierto, al usar los informes de tonelajes de las distintas especies de peces capturados y dividir por el peso promedio estimado de cada especie. Calcula que está en el orden de un billón, aunque podría llegar a ser 2,7 billones de peces.
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Para poner esto en perspectiva, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación estima que cada año se mata 60 mil millones de animales para consumo humano, lo que equivale a cerca de nueve animales por cada ser humano que habita el planeta. Si tomamos la estimación más baja de Mood, de un billón, la cifra comparable para los peces es 150. Esto no incluye los miles de millones de peces que se capturan de manera ilegal ni los que se capturan por accidente y terminan siendo desechados, ni los peces que se atraviesan con anzuelos para ser usados como cebo.
Muchos de estos peces se consumen indirectamente: se los convierte en harina de pescado que sirve de alimento a granjas industriales de pollos o piscifactorías. Una salmonera típica consume de 3 a 4 kilos de peces de mar abierto por cada kilo de salmón que produce.
Supongamos que toda esta pesca es sostenible, aunque por supuesto no lo es. Sería reconfortante creer que matar a una escala así de grande no tiene importancia porque los peces no sienten dolor. Sin embargo, sus sistemas nerviosos son lo suficientemente similares a los de los pájaros y los mamíferos como para sugerir que sí lo sienten. Cuando los peces experimentan algo que podría causar dolor físico a otros animales, se comportan de maneras que sugieren dolor, y el cambio de comportamiento puede durar varias horas. (Es un mito el que los peces tienen sólo memoria de corto plazo). Los peces aprenden a evitar experiencias desagradables, como los choques eléctricos. Y los analgésicos reducen los síntomas del dolor que de lo contrario mostrarían.
Victoria Braithwaite, profesora de actividades pesqueras y biología de la Universidad Estatal de Pensilvania, probablemente ha dedicado más tiempo a estudiar este tema que ningún otro científico. Su reciente libro Do Fish Feel Pain? (¿Sienten dolor los peces?) muestra que los peces no sólo son capaces de sentir dolor, sino que son mucho más inteligentes que lo que la mayor parte de la gente cree. El año pasado, un panel científico de la Unión Europea llegó a la conclusión de que la mayor parte de la evidencia indica que los peces sí sienten dolor.
¿Por qué son los peces las víctimas olvidadas de nuestra mesa? ¿Porque tienen sangre fría y están cubiertos de escamas? ¿Porque no pueden dar voz a su dolor? Sea cual sea la explicación, se están acumulando evidencias de que la pesca comercial causa un nivel inimaginable de dolor y sufrimiento. Necesitamos aprender a capturar y matar los peces de mar abierto de una manera humana o, si eso no es posible, encontrar alternativas menos crueles y más sostenibles que los reemplacen en nuestra dieta.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
PRINCETON – Cuando era niño, mi padre solía llevarme a caminar a lo largo de un río o a la playa. Pasábamos junto a gente que pescaba, tal vez enrollando carretes de hilos con peces luchando en sus extremos. Una vez vi a un hombre sacar un pez pequeño de un cubo y atravesarlo, mientras todavía se meneaba de un lado para el otro, con un anzuelo vacío para usarlo como cebo.
En otra ocasión, cuando el camino nos llevó a un tranquilo curso de agua, vi a un hombre sentado que observaba su línea, al parecer en paz con el mundo, mientras los peces que había pescado se agitaban en vano a su lado, dando bocanadas en el aire. Mi padre me dijo que no entendía cómo alguien podía disfrutar de un tarde sacando peces del agua y haciéndoles sufrir una muerte lenta.
Estos recuerdos de niñez volvieron de pronto cuando leí Worse things happen at sea: the welfare of wild-caught fish ("Peores cosas ocurren en el mar: la situación de los peces capturados en mar abierto") un revelador informe aparecido el mes pasado en fishcount.org.uk. En la mayor parte del mundo se acepta que, si se ha de matar animales para fines de alimentación, debería ser sin sufrimiento. Por lo general, las normativas de los mataderos exigen que se haga que los animales queden inconscientes de manera instantánea antes de matarlos o, en el caso de las matanzas rituales, tan cerca de lo instantáneo como lo permitan los preceptos religiosos.
No ocurre así en el caso de los peces. No existen normativas sobre la forma de matar los peces capturados en el mar ni, en la mayoría de los lugares, para los de las piscifactorías. Los peces capturados por las redes de los barcos de arrastre se lanzan sobre la cubierta del barco hasta que mueren por sofocación. Atravesar peces vivos con anzuelos para usarlos como cebos es una práctica comercial normal: la pesca de línea larga, por ejemplo, usa cientos o hasta miles de anzuelos en una sola línea que puede tener entre 50 y 100 kilómetros de largo. Cuando los peces muerden el anzuelo, lo más probable es que queden atrapados por horas antes de que se retire la línea.
De manera similar, la pesca comercial depende a menudo de las redes de enmalle, murallas de finos entramados en los que los peces quedan atrapados, con frecuencia por las agallas. Pueden morir por asfixia en la red porque, con las agallas oprimidas, no pueden respirar. Si no ocurre así, pueden quedar atrapados durante muchas horas antes de que se retiren las redes.
Sin embargo, la revelación más estremecedora del informe es la enorme cantidad de peces sobre los que los seres humanos infligen estas muertes. Alison Mood, autora del informe, calculó la que bien puede ser la primera estimación sistemática del tamaño de las capturas globales de peces de mar abierto, al usar los informes de tonelajes de las distintas especies de peces capturados y dividir por el peso promedio estimado de cada especie. Calcula que está en el orden de un billón, aunque podría llegar a ser 2,7 billones de peces.
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Para poner esto en perspectiva, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación estima que cada año se mata 60 mil millones de animales para consumo humano, lo que equivale a cerca de nueve animales por cada ser humano que habita el planeta. Si tomamos la estimación más baja de Mood, de un billón, la cifra comparable para los peces es 150. Esto no incluye los miles de millones de peces que se capturan de manera ilegal ni los que se capturan por accidente y terminan siendo desechados, ni los peces que se atraviesan con anzuelos para ser usados como cebo.
Muchos de estos peces se consumen indirectamente: se los convierte en harina de pescado que sirve de alimento a granjas industriales de pollos o piscifactorías. Una salmonera típica consume de 3 a 4 kilos de peces de mar abierto por cada kilo de salmón que produce.
Supongamos que toda esta pesca es sostenible, aunque por supuesto no lo es. Sería reconfortante creer que matar a una escala así de grande no tiene importancia porque los peces no sienten dolor. Sin embargo, sus sistemas nerviosos son lo suficientemente similares a los de los pájaros y los mamíferos como para sugerir que sí lo sienten. Cuando los peces experimentan algo que podría causar dolor físico a otros animales, se comportan de maneras que sugieren dolor, y el cambio de comportamiento puede durar varias horas. (Es un mito el que los peces tienen sólo memoria de corto plazo). Los peces aprenden a evitar experiencias desagradables, como los choques eléctricos. Y los analgésicos reducen los síntomas del dolor que de lo contrario mostrarían.
Victoria Braithwaite, profesora de actividades pesqueras y biología de la Universidad Estatal de Pensilvania, probablemente ha dedicado más tiempo a estudiar este tema que ningún otro científico. Su reciente libro Do Fish Feel Pain? (¿Sienten dolor los peces?) muestra que los peces no sólo son capaces de sentir dolor, sino que son mucho más inteligentes que lo que la mayor parte de la gente cree. El año pasado, un panel científico de la Unión Europea llegó a la conclusión de que la mayor parte de la evidencia indica que los peces sí sienten dolor.
¿Por qué son los peces las víctimas olvidadas de nuestra mesa? ¿Porque tienen sangre fría y están cubiertos de escamas? ¿Porque no pueden dar voz a su dolor? Sea cual sea la explicación, se están acumulando evidencias de que la pesca comercial causa un nivel inimaginable de dolor y sufrimiento. Necesitamos aprender a capturar y matar los peces de mar abierto de una manera humana o, si eso no es posible, encontrar alternativas menos crueles y más sostenibles que los reemplacen en nuestra dieta.