MELBOURNE – Todo el mundo aborrece a un hipócrita. Cuando los Estados predican virtudes que no practican o ponen menos trabas a los aliados, los interlocutores comerciales o los correligionarios que a otros, irritación y falta de colaboración es lo menos que pueden esperarse. El de la adopción de decisiones internacionales es un asunto pragmático y cínico, pero la tolerancia para la doble vara de medir tiene sus límites.
MELBOURNE – Todo el mundo aborrece a un hipócrita. Cuando los Estados predican virtudes que no practican o ponen menos trabas a los aliados, los interlocutores comerciales o los correligionarios que a otros, irritación y falta de colaboración es lo menos que pueden esperarse. El de la adopción de decisiones internacionales es un asunto pragmático y cínico, pero la tolerancia para la doble vara de medir tiene sus límites.