GINEBRA – Las escenas de muerte y miseria que ocurren cada vez con mayor frecuencia en las aguas del Mediterráneo y del sudeste de Asia han enfocado una renovada atención sobre una de las actividades más antiguas de la humanidad: la migración. Ha llegado el momento de aceptar la realidad de que, al igual que las olas en los mares que muchos de los migrantes atraviesan, no se pueden detener los flujos cambiantes del movimiento humano. Es por ello que la comunidad internacional debe gestionar la migración con comprensión y compasión.
Hoy en día, alrededor de 250 millones de migrantes viven y trabajan en todo el mundo; y, sin que quepa ninguna duda en el transcurso de los próximos meses y años muchos más se les unirán. Tenemos que poner en práctica políticas para gestionar los flujos de personas en formas que beneficien a los países de origen, tránsito y destino de los migrantes. Y, por supuesto, tenemos que garantizar el bienestar de los propios migrantes. Esto convoca a que se tomen acciones en cuatro frentes.
Para empezar, los líderes de los países de destino – ya sean países en Europa, África, América, Asia u Oceanía – no deben dar la espalda a los desesperados y desdichados. Para muchos funcionarios electos, la migración plantea un dilema político complejo: cómo conciliar las demandas de sus ciudadanos con los intereses de los migrantes. Estos líderes tienen que encontrar la valentía para argumentar a favor de una política de migración humana.
Sin embargo, con demasiada frecuencia los migrantes son utilizados como chivos expiatorios. Ciertamente, los inmigrantes deben estar de acuerdo con adaptarse a las culturas y costumbres de los países en los que se establecen. Pero el público en los países de destino, por su parte, debe reconocer el papel fundamental que los recién llegados pueden desempeñar en la economía. Los inmigrantes van a reducir las carencias de habilidades en ámbitos de importancia crítica, realizan trabajos que otros no pueden o no quieren realizar, y reemplazan la fuerza laboral de un país a medida que la misma envejece o se reduce. Según el Instituto para la investigación económica (IFO) con sede en Múnich, Alemania por sí sola necesitará un estimado de 32 millones de inmigrantes hasta el año 2035 para mantener un equilibrio adecuado entre su población en edad de trabajar y la que no está en edad de trabajar.
En segundo lugar, tenemos que garantizar que los migrantes que optan por enviar dinero a sus países de origen pueden hacerlo de la manera más fácil y barata posible. En el año 2014, las remesas de los migrantes a los países en desarrollo ascendieron a una cifra estimada de $436 mil millones – esta suma hace que se vea pequeña la suma total anual que la comunidad internacional gasta en ayuda oficial al desarrollo.
Pero, lamentablemente los intermediarios financieros se quedan en promedio con el 9% de los preciados ingresos que los migrantes envían a casa. La reducción de la participación de los intermediarios aumentaría los ingresos de las familias de los migrantes en sus países de origen, incrementaría las oportunidades económicas en dichos países y ayudaría a reducir la pobreza y, consecuentemente, contribuiría a la estabilidad mundial.
En tercer lugar, debemos proporcionar a los sistemas de inmigración los recursos necesarios para procesar solicitudes de asilo de forma rápida, justa y abierta, de manera que se protejan a los refugiados y estos sean reasentados de manera segura. Los países europeos, por ejemplo, tienen que idear mecanismos para compartir el flujo de migrantes entrantes. El mundo desarrollado a veces siente, equivocadamente, que se le está pidiendo cuidar a una cantidad desproporcionada de personas que buscan una vida mejor. En realidad, el 70% de los refugiados buscan protección en los países en desarrollo. Líbano, por ejemplo, tiene una población total de 4,5 millones de personas. Hasta finales de este año, es probable que alberge a aproximadamente dos millones de refugiados, quienes se vieron impulsados a dejar sus hogares por el conflicto violento en la vecina Siria y en otros lugares.
Aquellos que migran hoy lo hacen por las mismas razones que una vez estimularon a millones de europeos a abandonar sus países. Huyen de la pobreza, la guerra o la opresión, o están en busca de una vida mejor en una tierra nueva. Además, muchos de los inmigrantes actuales, como por ejemplo los que fluyen en grandes cantidades hacia el Líbano (y Jordania) tienen solicitudes legales de asilo en virtud de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados del año 1951 y el posterior Protocolo relacionado al Estatuto de los Refugiados del 1967. Cuando los refugiados potenciales se ven bloqueados por barreras en alta mar, detenidos por períodos excesivos en condiciones insatisfactorias, o se les niega la entrada debido a interpretaciones legales restrictivas, se pierde la protección que brinda el derecho internacional.
Por último, los esfuerzos de interdicción deberían centrarse en los traficantes de migrantes, no en las personas a quienes ellos explotan. Debemos tener cuidado de no conducir a la migración a ámbitos aún más clandestinos, y también debemos evitar ofrecer oportunidades adicionales a bandas criminales que para obtener ganancias deshonestas aprovechan de manera abusiva de la desesperación de los migrantes.
Esta no es una convocatoria para que la migración sea incontrolada. Sin embargo, es importante que aceptemos el hecho de que los esfuerzos para bloquear la migración están destinados al fracaso, con consecuencias desastrosas para las vidas humanas – ya sean vidas que se pierden en barcos que se hunden en el Mediterráneo y el Mar de Andamán o vidas que se ven amenazadas por violencia xenófoba en Sudáfrica, India, u otro lugares.
La construcción de vallas más altas no puede ser la respuesta. La migración continuará hasta que saquemos a los más pobres y vulnerables de las condiciones de las que actualmente están huyendo. A principios del año 1980, yo trabajaba en la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, y recuerdo cómo los líderes políticos, los intelectuales y los académicos de Europa se unieron para apoyar a la causa de los balseros que huían de Vietnam. Hoy el mundo tiene el deber moral de unirse de la misma manera.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos
GINEBRA – Las escenas de muerte y miseria que ocurren cada vez con mayor frecuencia en las aguas del Mediterráneo y del sudeste de Asia han enfocado una renovada atención sobre una de las actividades más antiguas de la humanidad: la migración. Ha llegado el momento de aceptar la realidad de que, al igual que las olas en los mares que muchos de los migrantes atraviesan, no se pueden detener los flujos cambiantes del movimiento humano. Es por ello que la comunidad internacional debe gestionar la migración con comprensión y compasión.
Hoy en día, alrededor de 250 millones de migrantes viven y trabajan en todo el mundo; y, sin que quepa ninguna duda en el transcurso de los próximos meses y años muchos más se les unirán. Tenemos que poner en práctica políticas para gestionar los flujos de personas en formas que beneficien a los países de origen, tránsito y destino de los migrantes. Y, por supuesto, tenemos que garantizar el bienestar de los propios migrantes. Esto convoca a que se tomen acciones en cuatro frentes.
Para empezar, los líderes de los países de destino – ya sean países en Europa, África, América, Asia u Oceanía – no deben dar la espalda a los desesperados y desdichados. Para muchos funcionarios electos, la migración plantea un dilema político complejo: cómo conciliar las demandas de sus ciudadanos con los intereses de los migrantes. Estos líderes tienen que encontrar la valentía para argumentar a favor de una política de migración humana.
Sin embargo, con demasiada frecuencia los migrantes son utilizados como chivos expiatorios. Ciertamente, los inmigrantes deben estar de acuerdo con adaptarse a las culturas y costumbres de los países en los que se establecen. Pero el público en los países de destino, por su parte, debe reconocer el papel fundamental que los recién llegados pueden desempeñar en la economía. Los inmigrantes van a reducir las carencias de habilidades en ámbitos de importancia crítica, realizan trabajos que otros no pueden o no quieren realizar, y reemplazan la fuerza laboral de un país a medida que la misma envejece o se reduce. Según el Instituto para la investigación económica (IFO) con sede en Múnich, Alemania por sí sola necesitará un estimado de 32 millones de inmigrantes hasta el año 2035 para mantener un equilibrio adecuado entre su población en edad de trabajar y la que no está en edad de trabajar.
En segundo lugar, tenemos que garantizar que los migrantes que optan por enviar dinero a sus países de origen pueden hacerlo de la manera más fácil y barata posible. En el año 2014, las remesas de los migrantes a los países en desarrollo ascendieron a una cifra estimada de $436 mil millones – esta suma hace que se vea pequeña la suma total anual que la comunidad internacional gasta en ayuda oficial al desarrollo.
Pero, lamentablemente los intermediarios financieros se quedan en promedio con el 9% de los preciados ingresos que los migrantes envían a casa. La reducción de la participación de los intermediarios aumentaría los ingresos de las familias de los migrantes en sus países de origen, incrementaría las oportunidades económicas en dichos países y ayudaría a reducir la pobreza y, consecuentemente, contribuiría a la estabilidad mundial.
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En tercer lugar, debemos proporcionar a los sistemas de inmigración los recursos necesarios para procesar solicitudes de asilo de forma rápida, justa y abierta, de manera que se protejan a los refugiados y estos sean reasentados de manera segura. Los países europeos, por ejemplo, tienen que idear mecanismos para compartir el flujo de migrantes entrantes. El mundo desarrollado a veces siente, equivocadamente, que se le está pidiendo cuidar a una cantidad desproporcionada de personas que buscan una vida mejor. En realidad, el 70% de los refugiados buscan protección en los países en desarrollo. Líbano, por ejemplo, tiene una población total de 4,5 millones de personas. Hasta finales de este año, es probable que alberge a aproximadamente dos millones de refugiados, quienes se vieron impulsados a dejar sus hogares por el conflicto violento en la vecina Siria y en otros lugares.
Aquellos que migran hoy lo hacen por las mismas razones que una vez estimularon a millones de europeos a abandonar sus países. Huyen de la pobreza, la guerra o la opresión, o están en busca de una vida mejor en una tierra nueva. Además, muchos de los inmigrantes actuales, como por ejemplo los que fluyen en grandes cantidades hacia el Líbano (y Jordania) tienen solicitudes legales de asilo en virtud de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados del año 1951 y el posterior Protocolo relacionado al Estatuto de los Refugiados del 1967. Cuando los refugiados potenciales se ven bloqueados por barreras en alta mar, detenidos por períodos excesivos en condiciones insatisfactorias, o se les niega la entrada debido a interpretaciones legales restrictivas, se pierde la protección que brinda el derecho internacional.
Por último, los esfuerzos de interdicción deberían centrarse en los traficantes de migrantes, no en las personas a quienes ellos explotan. Debemos tener cuidado de no conducir a la migración a ámbitos aún más clandestinos, y también debemos evitar ofrecer oportunidades adicionales a bandas criminales que para obtener ganancias deshonestas aprovechan de manera abusiva de la desesperación de los migrantes.
Esta no es una convocatoria para que la migración sea incontrolada. Sin embargo, es importante que aceptemos el hecho de que los esfuerzos para bloquear la migración están destinados al fracaso, con consecuencias desastrosas para las vidas humanas – ya sean vidas que se pierden en barcos que se hunden en el Mediterráneo y el Mar de Andamán o vidas que se ven amenazadas por violencia xenófoba en Sudáfrica, India, u otro lugares.
La construcción de vallas más altas no puede ser la respuesta. La migración continuará hasta que saquemos a los más pobres y vulnerables de las condiciones de las que actualmente están huyendo. A principios del año 1980, yo trabajaba en la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, y recuerdo cómo los líderes políticos, los intelectuales y los académicos de Europa se unieron para apoyar a la causa de los balseros que huían de Vietnam. Hoy el mundo tiene el deber moral de unirse de la misma manera.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos