NUEVA YORK – Los sistemas naturales de nuestro planeta están muy interconectados y son vitales para la vida y la actividad económica. Pero las realidades aplastantes de la crisis climática y de la pérdida de biodiversidad se tornan más y más evidentes con cada año que pasa. En su Informe de riesgos globales de 2023, el Foro Económico Mundial advierte que seis de los diez riesgos más importantes del próximo decenio serán resultado directo de la pérdida y degradación de la naturaleza. En un contexto de tormentas e inundaciones extremas, sequías e incendios forestales devastadores, zonas oceánicas muertas y escasez de alimentos, hay cada vez más demandas de un cambio sistémico. Las crisis que enfrentamos se profundizarán a menos que modifiquemos el rumbo.
Lograr acuerdos mundiales en un mundo tan fracturado es difícil, pero aun así hay motivos para el optimismo. A fines de 2022 la Convención de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (CBD) obtuvo un gran avance, después de muchos años de languidecer en una relativa oscuridad. En la cumbre de la COP15 celebrada en Montreal en diciembre, los países asistentes finalizaron cuatro años de negociaciones y aprobaron el Marco de Kunming‑Montreal para la Biodiversidad Global (GBF), el acuerdo intergubernamental sobre biodiversidad más significativo en más de un decenio.
Conforme al GBF, los gobiernos se comprometen a proteger el 30% de la superficie terrestre y oceánica y de las reservas de agua dulce del mundo de aquí a 2030; mejorar la sostenibilidad de las prácticas agrícolas, acuícolas, pesqueras y forestales; y restaurar el 30% de los ecosistemas degradados. El marco establece diversos caminos para aumentar la escala de las soluciones en los niveles nacional e internacional. Incluye anticipos de fondos, compromisos financieros y un plan de implementación, y ya ha comenzado a incentivar acciones de parte de empresas, gobiernos y asociaciones civiles.
Pero todavía hay tareas cruciales por hacer. El 20 de febrero, los países integrantes de la ONU se reunieron en Nueva York para colocar una última pieza fundamental del rompecabezas de la gobernanza oceánica: un nuevo tratado para la conservación y gestión sostenible de la biodiversidad marina en altamar.
Las áreas de altamar abarcan dos tercios de la superficie oceánica y casi la mitad del planeta, y son el hogar de hasta diez millones de especies, muchas de las cuales todavía no están identificadas. Pero una importante parte de esa biodiversidad no se ve, y por tanto, no recibe atención. Por eso la vida en este vasto territorio está bajo amenaza constante por la falta de regulación de actividades como el transporte marítimo y la pesca y por la fiscalización deficiente de las leyes actuales.
El altamar es de todos y no es de nadie. Como sucede con muchos otros recursos compartidos, no se ha acordado un marco integral para la conservación y el uso sostenible de las aguas extraterritoriales. Pero los grandes petreles, las tortugas laúd, los tiburones y las ballenas que tratamos de proteger en la cercanía de la costa pasan buena parte de la vida en altamar, de modo que es evidente la necesidad de fortalecer las estrategias mundiales de protección, gestión y vigilancia de estas áreas.
La vida marina no reconoce jurisdicciones legales. Para que la conservación de especies migratorias y ecosistemas transfronterizos sea efectiva, necesitamos con urgencia un tratado mundial de altamar, que a su vez facilitará la implementación del ambicioso nuevo marco de la CBD. Sin ese tratado, las probabilidades de éxito de la CBD serán mucho menores, ya que hoy no hay una instancia internacional con poder para establecer áreas protegidas en altamar. La Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar obliga a los estados a evaluar el impacto de las actividades humanas sobre las aguas territoriales, pero no hay un mecanismo mundial similar aplicable a las extraterritoriales. Lo que hay es una mezcla de mecanismos de evaluación para diferentes organismos encargados de regular regiones de altamar separadas, sin criterios mínimos de calidad o coherencia.
¿Qué tiene que suceder en la cumbre de Nueva York? Para que un nuevo tratado de altamar sea efectivo debe alcanzar varios objetivos. El primero es proveer a los países poderes legales para establecer y gestionar una red de áreas marinas protegidas en altamar que sea representativa, ya que esto es esencial para lograr proteger al menos el 30% de los océanos de aquí a 2030.
Además, hay que fortalecer la gobernanza de las actividades humanas con incidencia sobre las aguas extraterritoriales, estableciendo para ello normas de evaluación y gestión medioambiental sólidas y modernas. Y hay que garantizar la provisión de suficiente apoyo financiero, científico y técnico a los países que lo requieran.
También necesitamos un mecanismo para compartir en forma justa y equitativa los beneficios de los recursos genéticos marinos, así como un procedimiento de votación para aquellos casos en los que buscar un consenso apelando a la buena voluntad de las partes resulte insuficiente. De lo contrario, uno o dos países podrán impedir avances incluso en temas donde hay coincidencia mayoritaria.
Sólo con la firma de un sólido tratado de altamar y con acciones más audaces en el contexto de los tratados que ya existen (sobre todo en lo referido a la gestión de pesquerías) podremos proteger la salud oceánica. Tenemos que adaptarnos con rapidez a actividades nuevas como la minería en mar profundo; así como al incremento de frecuencia de las colisiones entre buques y grandes animales y la creciente contaminación material, sonora y lumínica. Para esto se necesita una gestión más integral de los océanos como un todo. En momentos de declive de la salud oceánica, mantener el statu quo no es una opción viable.
Las negociaciones para el primer tratado internacional oceánico en más de cuarenta años, y el primero que se ocupa de la conservación y el uso sostenible de la vida marina en altamar, ofrecen otra oportunidad para reequilibrar nuestra relación con la naturaleza. Hay que aprovechar el ímpetu generado por la COP15 de Montreal y fijar un rumbo que nos ayude a encarar los grandes riesgos que enfrentará nuestro planeta durante el próximo decenio.
Traducción: Esteban Flamini
NUEVA YORK – Los sistemas naturales de nuestro planeta están muy interconectados y son vitales para la vida y la actividad económica. Pero las realidades aplastantes de la crisis climática y de la pérdida de biodiversidad se tornan más y más evidentes con cada año que pasa. En su Informe de riesgos globales de 2023, el Foro Económico Mundial advierte que seis de los diez riesgos más importantes del próximo decenio serán resultado directo de la pérdida y degradación de la naturaleza. En un contexto de tormentas e inundaciones extremas, sequías e incendios forestales devastadores, zonas oceánicas muertas y escasez de alimentos, hay cada vez más demandas de un cambio sistémico. Las crisis que enfrentamos se profundizarán a menos que modifiquemos el rumbo.
Lograr acuerdos mundiales en un mundo tan fracturado es difícil, pero aun así hay motivos para el optimismo. A fines de 2022 la Convención de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (CBD) obtuvo un gran avance, después de muchos años de languidecer en una relativa oscuridad. En la cumbre de la COP15 celebrada en Montreal en diciembre, los países asistentes finalizaron cuatro años de negociaciones y aprobaron el Marco de Kunming‑Montreal para la Biodiversidad Global (GBF), el acuerdo intergubernamental sobre biodiversidad más significativo en más de un decenio.
Conforme al GBF, los gobiernos se comprometen a proteger el 30% de la superficie terrestre y oceánica y de las reservas de agua dulce del mundo de aquí a 2030; mejorar la sostenibilidad de las prácticas agrícolas, acuícolas, pesqueras y forestales; y restaurar el 30% de los ecosistemas degradados. El marco establece diversos caminos para aumentar la escala de las soluciones en los niveles nacional e internacional. Incluye anticipos de fondos, compromisos financieros y un plan de implementación, y ya ha comenzado a incentivar acciones de parte de empresas, gobiernos y asociaciones civiles.
Pero todavía hay tareas cruciales por hacer. El 20 de febrero, los países integrantes de la ONU se reunieron en Nueva York para colocar una última pieza fundamental del rompecabezas de la gobernanza oceánica: un nuevo tratado para la conservación y gestión sostenible de la biodiversidad marina en altamar.
Las áreas de altamar abarcan dos tercios de la superficie oceánica y casi la mitad del planeta, y son el hogar de hasta diez millones de especies, muchas de las cuales todavía no están identificadas. Pero una importante parte de esa biodiversidad no se ve, y por tanto, no recibe atención. Por eso la vida en este vasto territorio está bajo amenaza constante por la falta de regulación de actividades como el transporte marítimo y la pesca y por la fiscalización deficiente de las leyes actuales.
El altamar es de todos y no es de nadie. Como sucede con muchos otros recursos compartidos, no se ha acordado un marco integral para la conservación y el uso sostenible de las aguas extraterritoriales. Pero los grandes petreles, las tortugas laúd, los tiburones y las ballenas que tratamos de proteger en la cercanía de la costa pasan buena parte de la vida en altamar, de modo que es evidente la necesidad de fortalecer las estrategias mundiales de protección, gestión y vigilancia de estas áreas.
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La vida marina no reconoce jurisdicciones legales. Para que la conservación de especies migratorias y ecosistemas transfronterizos sea efectiva, necesitamos con urgencia un tratado mundial de altamar, que a su vez facilitará la implementación del ambicioso nuevo marco de la CBD. Sin ese tratado, las probabilidades de éxito de la CBD serán mucho menores, ya que hoy no hay una instancia internacional con poder para establecer áreas protegidas en altamar. La Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar obliga a los estados a evaluar el impacto de las actividades humanas sobre las aguas territoriales, pero no hay un mecanismo mundial similar aplicable a las extraterritoriales. Lo que hay es una mezcla de mecanismos de evaluación para diferentes organismos encargados de regular regiones de altamar separadas, sin criterios mínimos de calidad o coherencia.
¿Qué tiene que suceder en la cumbre de Nueva York? Para que un nuevo tratado de altamar sea efectivo debe alcanzar varios objetivos. El primero es proveer a los países poderes legales para establecer y gestionar una red de áreas marinas protegidas en altamar que sea representativa, ya que esto es esencial para lograr proteger al menos el 30% de los océanos de aquí a 2030.
Además, hay que fortalecer la gobernanza de las actividades humanas con incidencia sobre las aguas extraterritoriales, estableciendo para ello normas de evaluación y gestión medioambiental sólidas y modernas. Y hay que garantizar la provisión de suficiente apoyo financiero, científico y técnico a los países que lo requieran.
También necesitamos un mecanismo para compartir en forma justa y equitativa los beneficios de los recursos genéticos marinos, así como un procedimiento de votación para aquellos casos en los que buscar un consenso apelando a la buena voluntad de las partes resulte insuficiente. De lo contrario, uno o dos países podrán impedir avances incluso en temas donde hay coincidencia mayoritaria.
Sólo con la firma de un sólido tratado de altamar y con acciones más audaces en el contexto de los tratados que ya existen (sobre todo en lo referido a la gestión de pesquerías) podremos proteger la salud oceánica. Tenemos que adaptarnos con rapidez a actividades nuevas como la minería en mar profundo; así como al incremento de frecuencia de las colisiones entre buques y grandes animales y la creciente contaminación material, sonora y lumínica. Para esto se necesita una gestión más integral de los océanos como un todo. En momentos de declive de la salud oceánica, mantener el statu quo no es una opción viable.
Las negociaciones para el primer tratado internacional oceánico en más de cuarenta años, y el primero que se ocupa de la conservación y el uso sostenible de la vida marina en altamar, ofrecen otra oportunidad para reequilibrar nuestra relación con la naturaleza. Hay que aprovechar el ímpetu generado por la COP15 de Montreal y fijar un rumbo que nos ayude a encarar los grandes riesgos que enfrentará nuestro planeta durante el próximo decenio.
Traducción: Esteban Flamini