PARÍS – El acuerdo sobre el cambio climático alcanzado en esta ciudad el 12 de diciembre fue una enriquecedora victoria para la diplomacia. Ambos aspectos, tanto el acuerdo propiamente dicho como el ambiente de cooperación que impregnaba a las actuaciones, ejemplarizan un cambio radical de lo fue la fracasada cumbre de Copenhague del año 2009. Pero, si bien debemos felicitar a los líderes mundiales por su éxito, París marca el comienzo, no el final, del camino. Ahora es nuestro deber colectivo vigilar que nuestros líderes cumplan con sus responsabilidades y cerciorarnos de que ellos conviertan las promesas en acciones – especialmente en las regiones más vulnerables del mundo, como ser el África.
Debemos aplaudir a China, India, Estados Unidos y la Unión Europea por sus compromisos de acción climática previos a la Cumbre de París. Los compromisos asumidos por estos países crearon el sentido de responsabilidad, confianza y solidaridad que permitió que 195 naciones no solamente llegaran a un acuerdo puntual, sino que ellas pongan en marcha una serie de ciclos de cinco años, que cada vez son más ambiciosos, con el propósito de eliminar gradualmente las emisiones de gases de efecto invernadero durante el presente siglo. Esta es una señal clara de que la era de carbono ha alcanzado un punto de inflexión; consecuentemente, habrá más inversión en energías renovables.
Los países también se comprometieron a trabajar más arduamente para proteger a los más vulnerables del mundo, al centrarse en limitar el calentamiento global promedio a tan sólo 1,5º centígrados por encima de los niveles preindustriales. Y, los países desarrollados comprometieron al menos 100 mil millones de dólares anuales para la financiación del clima con el objetivo de ayudar a que los países menos desarrollados reduzcan sus emisiones de carbono y se preparen para hacer frente al cambio climático. Por primera vez, un acuerdo internacional ofrece fondos a los países menos desarrollados para cubrir parte de las pérdidas y daños causados por las crisis del clima.
Sin embargo, para dar cumplimiento al Acuerdo de París, debemos asegurarnos de que los gobiernos cumplan con sus promesas. Los objetivos nacionales en materia de reducción de emisiones son voluntarios, y no están estipulados en el acuerdo, por lo tanto, no son jurídicamente vinculantes. En términos prácticos y duros, todavía no hay nada concreto para frenar la extracción de combustibles fósiles o detener el uso de carbón para generar electricidad por parte de países altamente contaminantes. Los países desarrollados no realizaron compromisos individuales, y aún no se aclaró cuál es el año de inicio de la adaptación de la financiación. Debemos mantener la presión para garantizar que la financiación prometida para el clima sea suficiente con el propósito que los países menos desarrollados tengan la capacidad de adaptación frente a los cambios climáticos actuales y futuros.
Todo esto debe llevar a cabo de forma urgente. El efecto acumulativo de las anteriores décadas de emisiones significa que no habrá ninguna posibilidad de una solución de última hora.
En África, el cambio climático puede que ya sea responsable de la caída en los niveles de agua en los ríos de África occidental; la disminución de los arrecifes de coral en aguas tropicales; la menor producción de frutas en el Sahel; la menor cantidad de peces en la región de los Grandes Lagos; y, de la propagación de la malaria en las tierras altas de Kenia. Si no se realizan importantes recortes en las emisiones de gases de efecto invernadero, seremos testigos de situaciones mucho peores. Al poner en peligro la satisfacción de necesidades humanas básicas, como lo son los alimentos y el agua, el cambio climático será un catalizador para la inestabilidad, la migración y los conflictos. África pagará un precio muy alto.
Afortunadamente, ahora sabemos que podemos evitar un cambio climático catastrófico, y que al mismo tiempo aún podemos proporcionar la energía necesaria para mantener el crecimiento económico, crear empleos y sacar a millones de personas de la pobreza. Los muchos beneficios de seguir una senda de desarrollo que es baja en carbono incluyen no solamente un aíre más limpio y mejor seguridad energética, sino también oportunidades que surgen mediante las energías renovables y descentralizadas.
Estas oportunidades son especialmente cruciales para África, donde más de 620 millones de personas viven sin electricidad. El costo decreciente de la energía solar, las baterías, y la iluminación LED significa que ahora fuentes renovables pueden proporcionar energía asequible y moderna. En Kenia, por ejemplo, las mujeres masai en Magadi quienes fueron entrenadas para instalar energía solar han llevado electricidad a 2,000 hogares en tan sólo dos años.
No obstante, para que este potencial económico y social se convierta en una realidad, los líderes africanos deben combatir la corrupción. Ellos deben lograr que la gestión de sus servicios públicos sea más transparente, deben fortalecer las normativas e incrementar el gasto público en infraestructura energética.
Tras ello, deben llegar las inversiones y el financiamiento. Este no es un asunto de ayuda, sino de equidad, dado que África contribuye muy poco a las emisiones mundiales, pero sufre más que cualquier otro continente por el cambio climático. Invertir en energía que es baja en carbono también se fundamenta en una lógica empresarial sólida: impulsa a las empresas de tecnología y promueve el emprendimiento social a nivel mundial.
Me complace que dos iniciativas puestas en marcha en París sean las que nos lleven más lejos en el camino de la energía renovable. Europa y Canadá comprometieron 10 mil millones de dólares destinados a un proyecto ambicioso denominado Iniciativa de Energía Renovable de África, que pretende instalar diez gigavatios de capacidad solar, eólica y geotérmica hasta finales de la década. Y, Francia e India lanzaron la Alianza Internacional de la Energía Solar para recaudar más de un millón de millones de dólares hasta el año 2030 para implementar energía solar en más de 100 países en desarrollo.
El acuerdo de París ha trazado las primeras grandes directrices de una solución para el cambio climático. Sin embargo, hasta que sus objetivos se traduzcan en acciones, los países menos desarrollados del mundo no pueden darse por convencidos sobre que los países desarrollados actúan con seriedad en cuanto a la equidad – o a la “justicia climática”.
Para África, el año 2015 debe ser un punto de inflexión. Si los ciudadanos del mundo vigilan la responsabilidad que tienen sus líderes en cuanto a cumplir con los objetivos que se han fijado, esto será una realidad. En pocas palabras, la responsabilidad histórica del futuro del planeta descansa sobre los hombros de todos nosotros.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos
PARÍS – El acuerdo sobre el cambio climático alcanzado en esta ciudad el 12 de diciembre fue una enriquecedora victoria para la diplomacia. Ambos aspectos, tanto el acuerdo propiamente dicho como el ambiente de cooperación que impregnaba a las actuaciones, ejemplarizan un cambio radical de lo fue la fracasada cumbre de Copenhague del año 2009. Pero, si bien debemos felicitar a los líderes mundiales por su éxito, París marca el comienzo, no el final, del camino. Ahora es nuestro deber colectivo vigilar que nuestros líderes cumplan con sus responsabilidades y cerciorarnos de que ellos conviertan las promesas en acciones – especialmente en las regiones más vulnerables del mundo, como ser el África.
Debemos aplaudir a China, India, Estados Unidos y la Unión Europea por sus compromisos de acción climática previos a la Cumbre de París. Los compromisos asumidos por estos países crearon el sentido de responsabilidad, confianza y solidaridad que permitió que 195 naciones no solamente llegaran a un acuerdo puntual, sino que ellas pongan en marcha una serie de ciclos de cinco años, que cada vez son más ambiciosos, con el propósito de eliminar gradualmente las emisiones de gases de efecto invernadero durante el presente siglo. Esta es una señal clara de que la era de carbono ha alcanzado un punto de inflexión; consecuentemente, habrá más inversión en energías renovables.
Los países también se comprometieron a trabajar más arduamente para proteger a los más vulnerables del mundo, al centrarse en limitar el calentamiento global promedio a tan sólo 1,5º centígrados por encima de los niveles preindustriales. Y, los países desarrollados comprometieron al menos 100 mil millones de dólares anuales para la financiación del clima con el objetivo de ayudar a que los países menos desarrollados reduzcan sus emisiones de carbono y se preparen para hacer frente al cambio climático. Por primera vez, un acuerdo internacional ofrece fondos a los países menos desarrollados para cubrir parte de las pérdidas y daños causados por las crisis del clima.
Sin embargo, para dar cumplimiento al Acuerdo de París, debemos asegurarnos de que los gobiernos cumplan con sus promesas. Los objetivos nacionales en materia de reducción de emisiones son voluntarios, y no están estipulados en el acuerdo, por lo tanto, no son jurídicamente vinculantes. En términos prácticos y duros, todavía no hay nada concreto para frenar la extracción de combustibles fósiles o detener el uso de carbón para generar electricidad por parte de países altamente contaminantes. Los países desarrollados no realizaron compromisos individuales, y aún no se aclaró cuál es el año de inicio de la adaptación de la financiación. Debemos mantener la presión para garantizar que la financiación prometida para el clima sea suficiente con el propósito que los países menos desarrollados tengan la capacidad de adaptación frente a los cambios climáticos actuales y futuros.
Todo esto debe llevar a cabo de forma urgente. El efecto acumulativo de las anteriores décadas de emisiones significa que no habrá ninguna posibilidad de una solución de última hora.
En África, el cambio climático puede que ya sea responsable de la caída en los niveles de agua en los ríos de África occidental; la disminución de los arrecifes de coral en aguas tropicales; la menor producción de frutas en el Sahel; la menor cantidad de peces en la región de los Grandes Lagos; y, de la propagación de la malaria en las tierras altas de Kenia. Si no se realizan importantes recortes en las emisiones de gases de efecto invernadero, seremos testigos de situaciones mucho peores. Al poner en peligro la satisfacción de necesidades humanas básicas, como lo son los alimentos y el agua, el cambio climático será un catalizador para la inestabilidad, la migración y los conflictos. África pagará un precio muy alto.
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Afortunadamente, ahora sabemos que podemos evitar un cambio climático catastrófico, y que al mismo tiempo aún podemos proporcionar la energía necesaria para mantener el crecimiento económico, crear empleos y sacar a millones de personas de la pobreza. Los muchos beneficios de seguir una senda de desarrollo que es baja en carbono incluyen no solamente un aíre más limpio y mejor seguridad energética, sino también oportunidades que surgen mediante las energías renovables y descentralizadas.
Estas oportunidades son especialmente cruciales para África, donde más de 620 millones de personas viven sin electricidad. El costo decreciente de la energía solar, las baterías, y la iluminación LED significa que ahora fuentes renovables pueden proporcionar energía asequible y moderna. En Kenia, por ejemplo, las mujeres masai en Magadi quienes fueron entrenadas para instalar energía solar han llevado electricidad a 2,000 hogares en tan sólo dos años.
No obstante, para que este potencial económico y social se convierta en una realidad, los líderes africanos deben combatir la corrupción. Ellos deben lograr que la gestión de sus servicios públicos sea más transparente, deben fortalecer las normativas e incrementar el gasto público en infraestructura energética.
Tras ello, deben llegar las inversiones y el financiamiento. Este no es un asunto de ayuda, sino de equidad, dado que África contribuye muy poco a las emisiones mundiales, pero sufre más que cualquier otro continente por el cambio climático. Invertir en energía que es baja en carbono también se fundamenta en una lógica empresarial sólida: impulsa a las empresas de tecnología y promueve el emprendimiento social a nivel mundial.
Me complace que dos iniciativas puestas en marcha en París sean las que nos lleven más lejos en el camino de la energía renovable. Europa y Canadá comprometieron 10 mil millones de dólares destinados a un proyecto ambicioso denominado Iniciativa de Energía Renovable de África, que pretende instalar diez gigavatios de capacidad solar, eólica y geotérmica hasta finales de la década. Y, Francia e India lanzaron la Alianza Internacional de la Energía Solar para recaudar más de un millón de millones de dólares hasta el año 2030 para implementar energía solar en más de 100 países en desarrollo.
El acuerdo de París ha trazado las primeras grandes directrices de una solución para el cambio climático. Sin embargo, hasta que sus objetivos se traduzcan en acciones, los países menos desarrollados del mundo no pueden darse por convencidos sobre que los países desarrollados actúan con seriedad en cuanto a la equidad – o a la “justicia climática”.
Para África, el año 2015 debe ser un punto de inflexión. Si los ciudadanos del mundo vigilan la responsabilidad que tienen sus líderes en cuanto a cumplir con los objetivos que se han fijado, esto será una realidad. En pocas palabras, la responsabilidad histórica del futuro del planeta descansa sobre los hombros de todos nosotros.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos