GINEBRA/WASHINGTON DC – El mundo se estuvo preparando para el futuro creyendo, incorrectamente, que se parecerá al pasado. Pero mientras la COVID-19 coincide con ciclones en el sur de Asia y el Pacífico, y gigantescas mangas de langostas en el este de África, queda más claro que nunca cuán necesario es preparar al mundo para hacer frente a impactos inesperados. Se prevé que las epidemias, inundaciones, tormentas, sequías e incendios fuera de control serán más frecuentes y graves, y afectarán a cientos de millones de personas cada año.
La pandemia de la COVID-19 es un llamado de atención mundial. Como líderes de organizaciones internacionales entendemos tanto la grave amenaza como la oportunidad para lograr cambios que representa.
En particular, la COVID-19 y los recientes desastres climáticos mostraron que debemos aumentar ya la inversión para prepararnos para emergencias, en vez de esperar a que la próxima crisis nos golpee. La opción es clara: posponer y pagar o planificar y prosperar.
Creemos que invertir en la preparación para casos de desastre vale la pena, tanto en términos de las vidas humanas que se salvan como en términos económicos. Las investigaciones llevadas a cabo por la Comisión Global de Adaptación, por ejemplo, muestran que la relación costo/beneficio de las inversiones para la adaptación climática es de entre 2 y 10.
Pero estos montos son pequeños cuando se los compara con el costo de la falta de preparación. Los desastres naturales ya cuestan cientos de miles de millones de dólares por año; con un aumento de la temperatura de 2˚C, según una estimación, los daños por el cambio climático podría llegar a los 69 billones de USD para 2100.
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El costo humano también es elevado. Un análisis de la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja (IFRC, por su sigla en inglés) del año pasado halló que no hacer nada podría aumentar la cantidad de personas con necesidad de ayuda humanitaria internacional debido a inundaciones, tormentas, sequías e incendios (actualmente 108 millones) cada año en un 50 % para 2030. El total podría casi duplicarse, para llegar a los 200 millones de personas en 2050.
Además, el año próximo representa una oportunidad crítica para invertir en resiliencia, porque los gobiernos gastarán billones de dólares para reencauzar las economías después de la pandemia. El riesgo es que los recursos financieros, y con ellos el apetito político de cambio, disminuyan luego. Por eso este es el momento para que los países ricos ayuden a los más pobres a reiniciar sus economías e impulsar su resiliencia ante amenazas futuras, incluido el cambio climático.
Una de las cosas más importantes que pueden hacer los gobiernos es invertir para mejorar la obtención y el análisis de los datos sobre los riesgos de desastre que enfrentan sus países. Tan solo estar al tanto de una tormenta 24 horas antes o el conocimiento previo de una inminente ola de calor puede reducir las pérdidas resultantes un 30 %, mientras que gastar $800 millones en sistemas de alerta temprana en los países en vías de desarrollo podría ahorrar entre 3 mil millones y 16 mil millones de USD al año.
Por ejemplo, aunque el ciclón Amphan recientemente hizo estragos en la India y Bangladés y mató a docenas de personas, los sistemas de alerta temprana salvaron innumerables vidas más. Los pronósticos precisos, junto con décadas de planificación y preparación, permitieron a ambos países evacuar a más de tres millones de personas y reducir muchísimo la cantidad de muertes frente a lo que hubiera ocurrido en el pasado.
Los gobiernos y las organizaciones internacionales están trabajando para que la tecnología de alerta temprana resulte más accesible y eficaz a través de una nueva asociación para la acción temprana con información sobre riesgos. Esta iniciativa busca proteger mejor a 1000 millones de personas de los desastres para 2025, en especial aumentando el así llamado financiamiento basado en pronósticos, que usa proyecciones meteorológicas para otorgar a las comunidades vulnerables los recursos que necesitan para prepararse. Los esquemas de financiamiento innovadores como estos, que cuentan con el apoyo de los gobiernos alemán y británico entre otros, pueden salvar vidas y reducir los daños cuando ocurren las tormentas y las olas de calor.
Pero ninguna de esas soluciones será eficaz si el financiamiento y la información sobre las amenazas no llegan al nivel local. Las comunidades y organizaciones locales a menudo son quienes primero responden en las crisis y es fundamental empoderarlas para actuar.
Antes de que el ciclón Amphan tocase tierra, por ejemplo, la IFRC envió fondos a la división de la Luna Roja en Bangladés, que ayudó a que 20 000 personas vulnerables recibieran alimentos secos y agua potable, primeros auxilios, equipos de seguridad y transporte a refugios anticiclones. Al mismo tiempo, la división ayudó a implementar medidas de seguridad contra la COVID-19, como la desinfección de los refugios, la preparación de espacio adicional para permitir el distanciamiento social y la provisión de equipos de protección personal.
Las comunidades locales también suelen estar en la mejor situación para identificar soluciones eficaces. Después de que el tifón Ketsana golpeara Filipinas en 2009, por ejemplo, quienes vivían en asentamientos informales trabajaron con los funcionarios de la ciudad para diseñar viviendas resilientes que pudieran resistir futuras inundaciones.
A medida que los países emergen de la pandemia de la COVID-19 durante el próximo año, los líderes mundiales enfrentarán un momento decisivo. Aumentando la inversión en la preparación para casos de desastre, pueden crear su legado y fijar un curso más seguro para la humanidad durante la próxima década y para más adelante.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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GINEBRA/WASHINGTON DC – El mundo se estuvo preparando para el futuro creyendo, incorrectamente, que se parecerá al pasado. Pero mientras la COVID-19 coincide con ciclones en el sur de Asia y el Pacífico, y gigantescas mangas de langostas en el este de África, queda más claro que nunca cuán necesario es preparar al mundo para hacer frente a impactos inesperados. Se prevé que las epidemias, inundaciones, tormentas, sequías e incendios fuera de control serán más frecuentes y graves, y afectarán a cientos de millones de personas cada año.
La pandemia de la COVID-19 es un llamado de atención mundial. Como líderes de organizaciones internacionales entendemos tanto la grave amenaza como la oportunidad para lograr cambios que representa.
En particular, la COVID-19 y los recientes desastres climáticos mostraron que debemos aumentar ya la inversión para prepararnos para emergencias, en vez de esperar a que la próxima crisis nos golpee. La opción es clara: posponer y pagar o planificar y prosperar.
Creemos que invertir en la preparación para casos de desastre vale la pena, tanto en términos de las vidas humanas que se salvan como en términos económicos. Las investigaciones llevadas a cabo por la Comisión Global de Adaptación, por ejemplo, muestran que la relación costo/beneficio de las inversiones para la adaptación climática es de entre 2 y 10.
Ciertamente, prepararse para los grandes impactos implica desembolsos sustanciales. Crear resiliencia frente a los impactos climáticos podría costar entre 140 mil millones y 300 mil millones de USD al año para 2030, y cumplir las normas mínimas de la Organización Mundial de la Salud para la preparación contra pandemias costaría hasta 3400 millones de USD por año.
Pero estos montos son pequeños cuando se los compara con el costo de la falta de preparación. Los desastres naturales ya cuestan cientos de miles de millones de dólares por año; con un aumento de la temperatura de 2˚C, según una estimación, los daños por el cambio climático podría llegar a los 69 billones de USD para 2100.
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El costo humano también es elevado. Un análisis de la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja (IFRC, por su sigla en inglés) del año pasado halló que no hacer nada podría aumentar la cantidad de personas con necesidad de ayuda humanitaria internacional debido a inundaciones, tormentas, sequías e incendios (actualmente 108 millones) cada año en un 50 % para 2030. El total podría casi duplicarse, para llegar a los 200 millones de personas en 2050.
Además, el año próximo representa una oportunidad crítica para invertir en resiliencia, porque los gobiernos gastarán billones de dólares para reencauzar las economías después de la pandemia. El riesgo es que los recursos financieros, y con ellos el apetito político de cambio, disminuyan luego. Por eso este es el momento para que los países ricos ayuden a los más pobres a reiniciar sus economías e impulsar su resiliencia ante amenazas futuras, incluido el cambio climático.
Una de las cosas más importantes que pueden hacer los gobiernos es invertir para mejorar la obtención y el análisis de los datos sobre los riesgos de desastre que enfrentan sus países. Tan solo estar al tanto de una tormenta 24 horas antes o el conocimiento previo de una inminente ola de calor puede reducir las pérdidas resultantes un 30 %, mientras que gastar $800 millones en sistemas de alerta temprana en los países en vías de desarrollo podría ahorrar entre 3 mil millones y 16 mil millones de USD al año.
Por ejemplo, aunque el ciclón Amphan recientemente hizo estragos en la India y Bangladés y mató a docenas de personas, los sistemas de alerta temprana salvaron innumerables vidas más. Los pronósticos precisos, junto con décadas de planificación y preparación, permitieron a ambos países evacuar a más de tres millones de personas y reducir muchísimo la cantidad de muertes frente a lo que hubiera ocurrido en el pasado.
Los gobiernos y las organizaciones internacionales están trabajando para que la tecnología de alerta temprana resulte más accesible y eficaz a través de una nueva asociación para la acción temprana con información sobre riesgos. Esta iniciativa busca proteger mejor a 1000 millones de personas de los desastres para 2025, en especial aumentando el así llamado financiamiento basado en pronósticos, que usa proyecciones meteorológicas para otorgar a las comunidades vulnerables los recursos que necesitan para prepararse. Los esquemas de financiamiento innovadores como estos, que cuentan con el apoyo de los gobiernos alemán y británico entre otros, pueden salvar vidas y reducir los daños cuando ocurren las tormentas y las olas de calor.
Pero ninguna de esas soluciones será eficaz si el financiamiento y la información sobre las amenazas no llegan al nivel local. Las comunidades y organizaciones locales a menudo son quienes primero responden en las crisis y es fundamental empoderarlas para actuar.
Antes de que el ciclón Amphan tocase tierra, por ejemplo, la IFRC envió fondos a la división de la Luna Roja en Bangladés, que ayudó a que 20 000 personas vulnerables recibieran alimentos secos y agua potable, primeros auxilios, equipos de seguridad y transporte a refugios anticiclones. Al mismo tiempo, la división ayudó a implementar medidas de seguridad contra la COVID-19, como la desinfección de los refugios, la preparación de espacio adicional para permitir el distanciamiento social y la provisión de equipos de protección personal.
Las comunidades locales también suelen estar en la mejor situación para identificar soluciones eficaces. Después de que el tifón Ketsana golpeara Filipinas en 2009, por ejemplo, quienes vivían en asentamientos informales trabajaron con los funcionarios de la ciudad para diseñar viviendas resilientes que pudieran resistir futuras inundaciones.
A medida que los países emergen de la pandemia de la COVID-19 durante el próximo año, los líderes mundiales enfrentarán un momento decisivo. Aumentando la inversión en la preparación para casos de desastre, pueden crear su legado y fijar un curso más seguro para la humanidad durante la próxima década y para más adelante.
Traducción al español por www.Ant-Translation.com