oral vaccination Caisii Mao/NurPhoto via Getty Images

Un último empujón para la vacunación

GHAZIABAD, UTTAR PRADESH – Una niña de cuatro años recientemente acudió a la sala de guardia donde trabajo como médica residente. Estaba retorciéndose de dolor y tenía convulsiones. Mi equipo y yo actuamos rápidamente para activar el protocolo de convulsiones, aplicar un goteo intravenoso y suministrar todos los medicamentos apropiados. Luego realizamos una prueba: soplé aire en su dirección y colapsó de dolor; le ofrecí agua y su agonía se agudizó profundamente. El diagnóstico era claro: tenía rabia –y ya era demasiado tarde para salvarla.

La familia de la niña sabía que la había mordido un perro, pero les habían dicho que unas hierbas tradicionales la curarían, así que se demoraron en llevarla al hospital. Murió menos de un día después de que la atendiéramos. Si sus padres la hubieran llevado al hospital de inmediato para que le aplicaran el suero antirrábico y la vacuna adecuada, todavía estaría viva. Los gritos atormentados de su madre desconsolada todavía me retumban en la cabeza.

Como médica residente en pediatría, no soy ajena a la muerte. Pero ver cómo una niña inocente sucumbe ante una enfermedad que se puede prevenir tan fácilmente mediante una simple intervención es un dolor muy profundo. Después de todo, la niña que vi morir ese día no era una anomalía.

A pesar del enorme progreso en la expansión de la vacunación global, la Organización Mundial de la Salud informa que la cobertura se ha estancado en aproximadamente el 85% en los últimos años. Según UNICEF, casi 20 millones de niños de menos de un año no recibieron las tres dosis recomendadas de DPT (la vacuna triple para la difteria, la tos convulsa y el tétanos) en 2017, y casi 21 millones no recibieron una dosis única de la vacuna contra el sarampión. La OMS estima que 1,5 millones de muertes podrían evitarse todos los años si aumentara la cobertura de la vacunación global.

Es más, se han producido déficits persistentes en el suministro de suplementos de vitamina A –un componente importante de los protocolos de vacunación, muchas veces administrado junto con las vacunas de rutina-. Esto ha contribuido a la ceguera en 1,4 millones de personas –de las cuales el 75% vive en Asia y África.

La historia en mi país, la India, es consistente con esta realidad global. La India tiene un sistema de atención médica fuerte. Y, en 1985, el gobierno creó el Plan de Vacunación Universal –un programa aclamado que apunta a ofrecer una cobertura de por lo menos el 85%.

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Sin embargo, según UNICEF, el promedio nacional de vacunación de la India está en apenas el 62%, y se ha progresado poco en los últimos años. La India tiene más niños sin vacunar -7,4 millones- que cualquier otro país.

Como suele suceder, la cobertura de la vacunación refleja inequidades profundas. Los niños en zonas rurales tienen menos probabilidades que sus pares urbanos de haber recibido un conjunto completo de vacunas; las niñas reciben muchas menos vacunas que los varones; y los niños pobres están en peores condiciones que los más adinerados.

El hospital en el que trabajo está ubicado en los barrios marginales de Ghaziabad, India, que tienen una enorme población de migrantes que han abandonado sus pueblos en busca de empleo. Las condiciones son difíciles: la superpoblación, las malas condiciones de higiene y un suministro de agua errático y de baja calidad minan la salud de todos los residentes –especialmente los niños-. La drogadicción es endémica.

En muchos casos, ambos padres deben trabajar muchas horas para llegar a fin de mes. No tienen el dinero suficiente para comprar alimentos saludables y variados, y alimentan a sus hijos esencialmente con arroz de muy mala calidad. No sorprende que tengan poco tiempo o recursos para dedicar a satisfacer las necesidades de atención médica básica de sus hijos, como la vacunación.

Esta injusticia es indefendible. Recién cuando ahondamos en las verdades más profundas nos damos cuenta de la magnitud de las atrocidades en el mundo. Los niños que se enferman, que quedan discapacitados o que muchas veces mueren por causas prevenibles están entre los fracasos más vergonzosos de la humanidad, particularmente si consideramos que, según la OMS, ninguna intervención médica preventiva es más costo-efectiva que la vacunación.

Si bien expandir la cobertura de la vacunación es, sin duda, difícil, no hay excusas para no hacer un progreso sostenido con soluciones de bajo costo, escalables y sostenibles. Para llevar los planes de vacunación a las puertas de los desventajados, los gobiernos y la sociedad civil deben trabajar en conjunto para establecer y expandir canales eficientes de suministro de vacunas, que tengan en cuenta las diferentes barreras que van desde la falta de conciencia hasta el costo de bolsillo.

Si hubiera sido vacunada contra la rabia, esa niña de cuatro años podría haber vivido, ir a la escuela, hacer amigos, enamorarse, sufrir desengaños amorosos y volver a enamorarse. Podría inclusive haber decidido dedicarse a estudiar para recibirse de médica como yo. En cambio, murió, habiendo apenas vivido, con una horrible agonía.

Debe hacerse frente a las brechas persistentes en la cobertura de vacunación como en condiciones de guerra. Los niños seguirán sufriendo y muriendo –y las madres devastadas seguirán llorando por ellos- si no entablamos la batalla. De no hacerlo, seguiremos perdiendo vidas inocentes y habrá madres que se lamentarán en voz alta y durante mucho tiempo. Ya no podemos hacer la vista gorda ante su sufrimiento. No podemos desoír sus lamentos.

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