BERLÍN – El sistema alimentario mundial no funciona. Aunque produce calorías más que suficientes para alimentar a todo el mundo, unos 811 millones de personas (más del 10% de la población mundial) se van a dormir con hambre todas las noches. Lamentablemente, no hay todavía una gobernanza eficaz que asegure el acceso universal a los alimentos. Por eso es necesario darle máxima prioridad a un esfuerzo mundial coordinado que resuelva los aspectos inmediatos y futuros de la crisis del hambre.
Hoy las cuatro dimensiones de la seguridad alimentaria (disponibilidad, acceso, estabilidad y utilización) están en riesgo, por la combinación de efectos negativos de cuatro factores: cambio climático, conflictos bélicos, COVID‑19 y costos. Estas «cuatro C», al alterar el comercio internacional y provocar un encarecimiento de los alimentos, plantean un problema de aumento del hambre en el corto plazo. Al mismo tiempo, la crisis climática creada por el hombre supone una amenaza en el mediano a largo plazo.
El cambio climático ya empezó a afectar el entorno para la producción de alimentos. En regiones tan diferentes como el Cuerno de África y el Medio Oeste de los Estados Unidos, la agricultura se ve dificultada por una serie excepcional de sequías, olas de calor e inundaciones. El reciente sexto informe de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático no deja lugar a duda: las consecuencias de la crisis climática sobre los sistemas alimentarios de todo el mundo serán cada vez peores.
Esta situación de por sí terrible se agrava por la guerra de Rusia contra Ucrania. Los conflictos armados siempre han sido grandes causas de hambre, por lo general en el nivel regional. Pero la guerra en Ucrania, que involucra a dos de los mayores productores mundiales de commodities agrícolas, genera distorsión en el comercio internacional, con el resultado de que en marzo, el índice de precios de los alimentos elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura alcanzó un máximo histórico.
Los precios de productos básicos como la harina y el aceite vegetal se han triplicado en algunas regiones desde que comenzó la guerra. Además, los productores de alimentos se enfrentan a una escalada de precios de los fertilizantes basados en combustibles fósiles, de los que Rusia es uno de los mayores exportadores. En los países más afectados, el encarecimiento de los alimentos puede poner en riesgo la estabilidad social. Sirve de ejemplo el alza de precios de 2008, que generó agitación social e inestabilidad en más de veinte países.
A esto hay que agregarle la COVID‑19. Según la ONU, la pandemia fue causa de hambre para decenas de millones de personas. Y los confinamientos contra el virus provocaron alteraciones en las cadenas de suministro, lo que suma presión alcista sobre los precios de los alimentos.
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No se acaban allí los desafíos para los sistemas alimentarios. El consumo excesivo de calorías baratas (posible gracias al comercio internacional de productos básicos e insumos basados en los combustibles fósiles) genera obesidad y graves problemas ambientales en todo el mundo. Pero los efectos negativos de los sistemas de producción sobre el medioambiente se suelen desestimar como meras externalidades económicas.
Más en general, y a pesar de la Cumbre de la ONU sobre los Sistemas Alimentarios celebrada el pasado septiembre, escasean enfoques holísticos para la transformación de los sistemas alimentarios, y la agricultura industrializada conserva su predominio.
Es decir que hay mucho por hacer. Pero las amenazas contra la seguridad alimentaria mundial se incrementarán si en el intento de poner fin a la crisis del hambre en lo inmediato, las autoridades siguen pasando por alto las crisis climática y de biodiversidad y demorando las medidas necesarias para crear sistemas alimentarios más sostenibles. Por ejemplo, posponer la implementación de la estrategia «De la granja a la mesa» de la Unión Europea, como algunos proponen, no proveerá la cantidad de alimento necesaria en los próximos meses y reducirá todavía más la resiliencia de la agricultura europea.
En vista de los crecientes riesgos para la seguridad alimentaria, no podemos descartar la posibilidad de que la producción agrícola en los sectores de alimentos, forrajes, fibras y combustibles resulte insuficiente para satisfacer la demanda. Frente a una escasez de suministros y a alteraciones en el comercio internacional, tendremos que establecer prioridades.
Para contrarrestar los efectos de la guerra en Ucrania y de las cuatro C se necesita una respuesta global coordinada. La gran pregunta es si el sistema multilateral será capaz de ofrecer una plataforma activa donde los estados y todas las partes interesadas puedan manejar con eficacia estos desafíos. Si los mecanismos multilaterales actuales no están a la altura de la tarea, la solidaridad internacional demanda una respuesta rápida del G7.
De hecho, el G7 ya ha puesto manos a la obra, y hay nuevas promesas de equipar a los mecanismos multilaterales de financiación para dar apoyo a las naciones necesitadas. Pero además, los países del G7 deben formular un firme compromiso de compartir con las economías más pobres los granos que hoy se usan como forraje y para la producción de biocombustible.
Esa medida sería la prueba de que los países ricos aprendieron la enseñanza de la pandemia de COVID‑19, cuando no compartieron suficientes kits de diagnóstico, vacunas y otros suministros con los países pobres. Un acuerdo del G7 puede ofrecer una solución rápida, generar confianza y movilizar al sistema multilateral contra esta y futuras crisis alimentarias.
Insistimos, es vital que las respuestas inmediatas a la crisis del hambre faciliten la transformación de los sistemas alimentarios a largo plazo. Se dice que Albert Einstein definió la locura como hacer lo mismo de siempre y esperar resultados diferentes. Entonces ¿por qué tratar de reactivar un sistema disfuncional en medio de una crisis? La iniciativa del G7 puede crear un punto de partida para la muy necesaria transformación de los sistemas alimentarios en todo el mundo. La alternativa es más hambre y más inestabilidad.
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The Norwegian finance ministry recently revealed just how much the country has benefited from Russia's invasion of Ukraine, estimating its windfall natural-gas revenues for 2022-23 to be around $111 billion. Yet rather than transferring these gains to those on the front line, the government is hoarding them.
argue that the country should give its windfall gains from gas exports to those on the front lines.
BERLÍN – El sistema alimentario mundial no funciona. Aunque produce calorías más que suficientes para alimentar a todo el mundo, unos 811 millones de personas (más del 10% de la población mundial) se van a dormir con hambre todas las noches. Lamentablemente, no hay todavía una gobernanza eficaz que asegure el acceso universal a los alimentos. Por eso es necesario darle máxima prioridad a un esfuerzo mundial coordinado que resuelva los aspectos inmediatos y futuros de la crisis del hambre.
Hoy las cuatro dimensiones de la seguridad alimentaria (disponibilidad, acceso, estabilidad y utilización) están en riesgo, por la combinación de efectos negativos de cuatro factores: cambio climático, conflictos bélicos, COVID‑19 y costos. Estas «cuatro C», al alterar el comercio internacional y provocar un encarecimiento de los alimentos, plantean un problema de aumento del hambre en el corto plazo. Al mismo tiempo, la crisis climática creada por el hombre supone una amenaza en el mediano a largo plazo.
El cambio climático ya empezó a afectar el entorno para la producción de alimentos. En regiones tan diferentes como el Cuerno de África y el Medio Oeste de los Estados Unidos, la agricultura se ve dificultada por una serie excepcional de sequías, olas de calor e inundaciones. El reciente sexto informe de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático no deja lugar a duda: las consecuencias de la crisis climática sobre los sistemas alimentarios de todo el mundo serán cada vez peores.
Esta situación de por sí terrible se agrava por la guerra de Rusia contra Ucrania. Los conflictos armados siempre han sido grandes causas de hambre, por lo general en el nivel regional. Pero la guerra en Ucrania, que involucra a dos de los mayores productores mundiales de commodities agrícolas, genera distorsión en el comercio internacional, con el resultado de que en marzo, el índice de precios de los alimentos elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura alcanzó un máximo histórico.
Los precios de productos básicos como la harina y el aceite vegetal se han triplicado en algunas regiones desde que comenzó la guerra. Además, los productores de alimentos se enfrentan a una escalada de precios de los fertilizantes basados en combustibles fósiles, de los que Rusia es uno de los mayores exportadores. En los países más afectados, el encarecimiento de los alimentos puede poner en riesgo la estabilidad social. Sirve de ejemplo el alza de precios de 2008, que generó agitación social e inestabilidad en más de veinte países.
A esto hay que agregarle la COVID‑19. Según la ONU, la pandemia fue causa de hambre para decenas de millones de personas. Y los confinamientos contra el virus provocaron alteraciones en las cadenas de suministro, lo que suma presión alcista sobre los precios de los alimentos.
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No se acaban allí los desafíos para los sistemas alimentarios. El consumo excesivo de calorías baratas (posible gracias al comercio internacional de productos básicos e insumos basados en los combustibles fósiles) genera obesidad y graves problemas ambientales en todo el mundo. Pero los efectos negativos de los sistemas de producción sobre el medioambiente se suelen desestimar como meras externalidades económicas.
Más en general, y a pesar de la Cumbre de la ONU sobre los Sistemas Alimentarios celebrada el pasado septiembre, escasean enfoques holísticos para la transformación de los sistemas alimentarios, y la agricultura industrializada conserva su predominio.
Es decir que hay mucho por hacer. Pero las amenazas contra la seguridad alimentaria mundial se incrementarán si en el intento de poner fin a la crisis del hambre en lo inmediato, las autoridades siguen pasando por alto las crisis climática y de biodiversidad y demorando las medidas necesarias para crear sistemas alimentarios más sostenibles. Por ejemplo, posponer la implementación de la estrategia «De la granja a la mesa» de la Unión Europea, como algunos proponen, no proveerá la cantidad de alimento necesaria en los próximos meses y reducirá todavía más la resiliencia de la agricultura europea.
En vista de los crecientes riesgos para la seguridad alimentaria, no podemos descartar la posibilidad de que la producción agrícola en los sectores de alimentos, forrajes, fibras y combustibles resulte insuficiente para satisfacer la demanda. Frente a una escasez de suministros y a alteraciones en el comercio internacional, tendremos que establecer prioridades.
Para contrarrestar los efectos de la guerra en Ucrania y de las cuatro C se necesita una respuesta global coordinada. La gran pregunta es si el sistema multilateral será capaz de ofrecer una plataforma activa donde los estados y todas las partes interesadas puedan manejar con eficacia estos desafíos. Si los mecanismos multilaterales actuales no están a la altura de la tarea, la solidaridad internacional demanda una respuesta rápida del G7.
De hecho, el G7 ya ha puesto manos a la obra, y hay nuevas promesas de equipar a los mecanismos multilaterales de financiación para dar apoyo a las naciones necesitadas. Pero además, los países del G7 deben formular un firme compromiso de compartir con las economías más pobres los granos que hoy se usan como forraje y para la producción de biocombustible.
Esa medida sería la prueba de que los países ricos aprendieron la enseñanza de la pandemia de COVID‑19, cuando no compartieron suficientes kits de diagnóstico, vacunas y otros suministros con los países pobres. Un acuerdo del G7 puede ofrecer una solución rápida, generar confianza y movilizar al sistema multilateral contra esta y futuras crisis alimentarias.
Insistimos, es vital que las respuestas inmediatas a la crisis del hambre faciliten la transformación de los sistemas alimentarios a largo plazo. Se dice que Albert Einstein definió la locura como hacer lo mismo de siempre y esperar resultados diferentes. Entonces ¿por qué tratar de reactivar un sistema disfuncional en medio de una crisis? La iniciativa del G7 puede crear un punto de partida para la muy necesaria transformación de los sistemas alimentarios en todo el mundo. La alternativa es más hambre y más inestabilidad.
Traducción: Esteban Flamini