El Sheik Yamani, ex Ministro de Energía de Arabia Saudita y arquitecto fundador de la OPEP, dijo alguna vez, “la edad de piedra llegó a su fin no por falta de piedras, y la edad del petróleo va terminar pero no por falta de petróleo”. Los humanos dejaron de usar la piedra porque el bronce y el hierro eran materiales superiores. ¿Pero realmente dejaremos de usar el petróleo cuando otras tecnologías de la energía nos pueden ofrecer ventajas superiores similares?
La amenaza de que se agoten los escasos recursos energéticos del mundo se ha mantenido firmemente en el pensamiento popular desde las crisis petroleras de los años 1970. Nuestro miedo no se limita tampoco al petróleo. Por ejemplo, el bestseller clásico Los límites del crecimiento de 1972 predijo que el mundo se quedaría sin oro en 1981, sin plata y sin mercurio en 1985 y sin zinc en 1990. Hoy tenemos el beneficio de la retrospectiva pero aun ahora muchas de las discusiones sobre el tema se basan en la lógica de Los límites del crecimiento.
Además, la cuestión no es simplemente que no se nos han agotado los recursos naturales. El economista estadounidense Julian Simon supuestamente lanzó un reto en 1980 a un grupo de ambientalistas diciéndoles que si la escasez se fuera a medir en términos de precios mayores, deberían invertir en acciones de cualquier metal en bruto. Los ambientalistas invirtieron en cromo, cobre, níquel, estaño y tungsteno y eligieron un período de diez años. Para septiembre de 1990, cada uno de los metales había bajado de precio: el cromo en un 5%, el estaño en un enorme 74%.
Los agoreros de la fatalidad perdieron. Más importante, no podrían haber triunfado aun si hubieran invertido en petróleo, comestibles, azúcar, café, algodón, lana, minerales o fosfatos: todas estas mercancías se han hecho más baratas.
Actualmente, el petróleo es la mercancía más importante y valiosa con que se comercia internacionalmente y la preocupación recurrente de que nos lo estamos acabando subraya su significado para nuestra civilización. Sin embargo, las estimaciones estadísticas de su agotamiento esconden mucho más de lo que revelan. Un yacimiento petrolero típico produce solamente un 20% de sus reservas y casi un 63% permanecen enterradas incluso cuando se utilizan las tecnologías más avanzadas.
Además, los economistas sostienen que el consumo per capita de energía está disminuyendo debido a un uso más eficiente. En las últimas tres décadas, la eficiencia del combustible en el sector automotriz ha aumentado en más de un 60%, mientras que la riqueza total producida por unidad de energía se ha duplicado durante el mismo período.
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Pero mientras los precios de los metales han caído, los del petróleo están alcanzando récords históricos. La razón es simple: la utilización del metal se ha sustituido con muchas alternativas, pero la mayoría de ellas aún requieren como insumos los derivados del petróleo y los esfuerzos realizados durante décadas para desarrollar suficientes fuentes alternativas de energía han sido poco exitosos.
Entonces, si no es fácil encontrar sustitutos del petróleo, las sociedades modernas deberían enfocarse en las fuentes de la demanda, cuya mayor parte proviene del sector de los transportes. En efecto, más del 80% del consumo de energía procedente del petróleo de las sociedades modernas, ya sea en forma de electricidad o de combustible, se utiliza para el transporte de personas a sus lugares de trabajo. ¿Realmente es necesario todo este consumo de petróleo?
Con el aumento de la contribución de los servicios al PIB global, ahora es tiempo de examinar nuevamente la necesidad de transportarse para ir al trabajo. Los empleados del sector de los servicios se desplazan diariamente sólo para estar presentes en un ambiente que no los necesita económicamente porque intercambian más información que bienes físicos. ¿En verdad necesitamos agrupar a tantas personas por tan pocas ganancias y a un costo tan alto?
El costo no sólo se limita a los recursos naturales, que deberían preservarse y pasarse a las generaciones futuras en lugar de que la nuestra los agote. El aumento del tiempo utilizado en desplazarse es una carga tanto para la productividad nacional como para la calidad de vida en las ciudades modernas. Una encuesta realizada en la ciudad de Mumbai, en la India, reveló que el viaje promedio diario en tren de los trabajadores era de 22 kilómetros, mientras que la rápida urbanización ahí y en muchos otros lugares del mundo en desarrollo probablemente aumentará la duración de los traslados.
Del mismo modo, el transporte aéreo de pasajeros está dominado por los viajes de negocios. Pero, dada la capacidad de transmisión de alta velocidad de datos de las telecomunicaciones y de la tecnología de la información actuales, ahora es posible reducir los viajes de negocios significativamente. Mientras que el fenómeno de subcontratación está atenuando la necesidad de la migración laboral, la migración interna se puede limitar todavía más por medio de la utilización de oficinas en casa, que a la larga pueden reducir la presión sobre los bienes raíces, las redes de transportes públicos, los caminos y los aeropuertos. En efecto, en general los viajes humanos deberían limitarse cada vez más al turismo y a los viajes de placer.
Actualmente tenemos la infraestructura tecnológica para llevar la mayoría de la información relacionada con el trabajo a los empleados y permitirles al mismo tiempo colaborar estrechamente. Esto requiere un cambio en el estilo de vida que los gobiernos deberían empezar a promover que los patrones y los empleados adoptaran.
Si lo hacen, la edad del petróleo no terminará. Pero la edad de las preocupación al respecto tal vez sí.
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In 2024, global geopolitics and national politics have undergone considerable upheaval, and the world economy has both significant weaknesses, including Europe and China, and notable bright spots, especially the US. In the coming year, the range of possible outcomes will broaden further.
offers his predictions for the new year while acknowledging that the range of possible outcomes is widening.
El Sheik Yamani, ex Ministro de Energía de Arabia Saudita y arquitecto fundador de la OPEP, dijo alguna vez, “la edad de piedra llegó a su fin no por falta de piedras, y la edad del petróleo va terminar pero no por falta de petróleo”. Los humanos dejaron de usar la piedra porque el bronce y el hierro eran materiales superiores. ¿Pero realmente dejaremos de usar el petróleo cuando otras tecnologías de la energía nos pueden ofrecer ventajas superiores similares?
La amenaza de que se agoten los escasos recursos energéticos del mundo se ha mantenido firmemente en el pensamiento popular desde las crisis petroleras de los años 1970. Nuestro miedo no se limita tampoco al petróleo. Por ejemplo, el bestseller clásico Los límites del crecimiento de 1972 predijo que el mundo se quedaría sin oro en 1981, sin plata y sin mercurio en 1985 y sin zinc en 1990. Hoy tenemos el beneficio de la retrospectiva pero aun ahora muchas de las discusiones sobre el tema se basan en la lógica de Los límites del crecimiento.
Además, la cuestión no es simplemente que no se nos han agotado los recursos naturales. El economista estadounidense Julian Simon supuestamente lanzó un reto en 1980 a un grupo de ambientalistas diciéndoles que si la escasez se fuera a medir en términos de precios mayores, deberían invertir en acciones de cualquier metal en bruto. Los ambientalistas invirtieron en cromo, cobre, níquel, estaño y tungsteno y eligieron un período de diez años. Para septiembre de 1990, cada uno de los metales había bajado de precio: el cromo en un 5%, el estaño en un enorme 74%.
Los agoreros de la fatalidad perdieron. Más importante, no podrían haber triunfado aun si hubieran invertido en petróleo, comestibles, azúcar, café, algodón, lana, minerales o fosfatos: todas estas mercancías se han hecho más baratas.
Actualmente, el petróleo es la mercancía más importante y valiosa con que se comercia internacionalmente y la preocupación recurrente de que nos lo estamos acabando subraya su significado para nuestra civilización. Sin embargo, las estimaciones estadísticas de su agotamiento esconden mucho más de lo que revelan. Un yacimiento petrolero típico produce solamente un 20% de sus reservas y casi un 63% permanecen enterradas incluso cuando se utilizan las tecnologías más avanzadas.
Además, los economistas sostienen que el consumo per capita de energía está disminuyendo debido a un uso más eficiente. En las últimas tres décadas, la eficiencia del combustible en el sector automotriz ha aumentado en más de un 60%, mientras que la riqueza total producida por unidad de energía se ha duplicado durante el mismo período.
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Pero mientras los precios de los metales han caído, los del petróleo están alcanzando récords históricos. La razón es simple: la utilización del metal se ha sustituido con muchas alternativas, pero la mayoría de ellas aún requieren como insumos los derivados del petróleo y los esfuerzos realizados durante décadas para desarrollar suficientes fuentes alternativas de energía han sido poco exitosos.
Entonces, si no es fácil encontrar sustitutos del petróleo, las sociedades modernas deberían enfocarse en las fuentes de la demanda, cuya mayor parte proviene del sector de los transportes. En efecto, más del 80% del consumo de energía procedente del petróleo de las sociedades modernas, ya sea en forma de electricidad o de combustible, se utiliza para el transporte de personas a sus lugares de trabajo. ¿Realmente es necesario todo este consumo de petróleo?
Con el aumento de la contribución de los servicios al PIB global, ahora es tiempo de examinar nuevamente la necesidad de transportarse para ir al trabajo. Los empleados del sector de los servicios se desplazan diariamente sólo para estar presentes en un ambiente que no los necesita económicamente porque intercambian más información que bienes físicos. ¿En verdad necesitamos agrupar a tantas personas por tan pocas ganancias y a un costo tan alto?
El costo no sólo se limita a los recursos naturales, que deberían preservarse y pasarse a las generaciones futuras en lugar de que la nuestra los agote. El aumento del tiempo utilizado en desplazarse es una carga tanto para la productividad nacional como para la calidad de vida en las ciudades modernas. Una encuesta realizada en la ciudad de Mumbai, en la India, reveló que el viaje promedio diario en tren de los trabajadores era de 22 kilómetros, mientras que la rápida urbanización ahí y en muchos otros lugares del mundo en desarrollo probablemente aumentará la duración de los traslados.
Del mismo modo, el transporte aéreo de pasajeros está dominado por los viajes de negocios. Pero, dada la capacidad de transmisión de alta velocidad de datos de las telecomunicaciones y de la tecnología de la información actuales, ahora es posible reducir los viajes de negocios significativamente. Mientras que el fenómeno de subcontratación está atenuando la necesidad de la migración laboral, la migración interna se puede limitar todavía más por medio de la utilización de oficinas en casa, que a la larga pueden reducir la presión sobre los bienes raíces, las redes de transportes públicos, los caminos y los aeropuertos. En efecto, en general los viajes humanos deberían limitarse cada vez más al turismo y a los viajes de placer.
Actualmente tenemos la infraestructura tecnológica para llevar la mayoría de la información relacionada con el trabajo a los empleados y permitirles al mismo tiempo colaborar estrechamente. Esto requiere un cambio en el estilo de vida que los gobiernos deberían empezar a promover que los patrones y los empleados adoptaran.
Si lo hacen, la edad del petróleo no terminará. Pero la edad de las preocupación al respecto tal vez sí.