PARIS – Los ataques violentos a las sedes diplomáticas de Estados Unidos en el norte de África y Oriente Medio una vez más plantean el interrogante de cómo responder cuando estadounidenses y otros occidentales son partícipes de una expresión provocadora que otros consideran blasfema. Si bien el ataque a la misión diplomática estadounidense en Benghazi, en el que fueron asesinados el embajador J. Christopher Stevens y tres miembros de su comitiva, bien puede haber estado planeado, como sostuvo el Departamento de Estado, los asesinos claramente aprovecharon la oportunidad generada por la indignación en respuesta a un filme anti-musulmán producido en Estados Unidos.
PARIS – Los ataques violentos a las sedes diplomáticas de Estados Unidos en el norte de África y Oriente Medio una vez más plantean el interrogante de cómo responder cuando estadounidenses y otros occidentales son partícipes de una expresión provocadora que otros consideran blasfema. Si bien el ataque a la misión diplomática estadounidense en Benghazi, en el que fueron asesinados el embajador J. Christopher Stevens y tres miembros de su comitiva, bien puede haber estado planeado, como sostuvo el Departamento de Estado, los asesinos claramente aprovecharon la oportunidad generada por la indignación en respuesta a un filme anti-musulmán producido en Estados Unidos.