Francia está de regreso en Europa... pero, ¿con qué condiciones?

Cuando Nikolas Sarkozy pasó a ser Presidente de Francia, declaró que su país volvía a ocupar una posición central en Europa. Desde entonces, Sarkozy se ha lanzado a la brecha política europea. Su energía, combinada con el talento negociador de la canciller alemana Angela Merkel, superó el antagonismo a un nuevo tratado para la reforma y volvió a poner a la Unión Europea en marcha después de dos años de una indecisión incapacitante, pero ese triunfo indicó sólo un regreso parcial al redil europeo. Ahora los franceses deben aclarar sus actitudes ambiguas para con Europa, que han afectado a las políticas nacionales durante decenios.

Durante medio siglo, Francia ha mezclado dos criterios radicalmente diferentes sobre Europa. Unos franceses ven la UE como una comunidad en la que los intereses nacionales convergen inexorablemente. En el otro extremo está la creencia gaullista de que la UE no es otra cosa que un "multiplicador de poder" para que Francia defienda sus intereses nacionales.

En lugar de utilizar a Europa para proyectar las ideas francesas por el continente, Francia debe adoptar y cultivar una actitud que propicie un reparto del poder y un compromiso auténticos. Semejante cambio radical tendría consecuencias profundas en un amplio espectro de políticas francesas, desde los asuntos internos y la economía de la UE hasta la política de asuntos exteriores y el papel de Europa en el mundo.

Pensemos en el Ejecutivo francés. El Presidente y los ministros del Gobierno tratan a Europa como su reducto político y, sin embargo, el Primer Ministro nunca asiste a las reuniones de la UE y el ministro de Asuntos Exteriores deja las decisiones internas de la UE en manos de un Secretario de Estado de rango inferior o un representante diplomático.

Entretanto, otros ministros contravienen las instrucciones del Gobierno para obtener de Bruselas lo que se ha denegado en París. Es evidente que se necesita encontrar un sistema mejor de formulación de políticas. Para empezar, se debe conceder un papel más importante al Parlamento francés y los ministros del Gobierno deben abandonar su costumbre de acusar a Bruselas siempre que quieren introducir reformas económicas o sociales impopulares.

Sarkozy está particularmente deseoso de que se escuche a Francia en materia de política económica. Su victoria en las elecciones se debió en gran medida a sus planes para reformar el mercado laboral y fomentar el trabajo y la innovación, pero, para que el resto de Europa tome en serio a Francia, Sarkozy tendrá que brindar algo más que simple crecimiento y puestos de trabajo. Tendrá que demostrar que Francia ha dejado de tratar a Europa como un chivo expiatorio para sus problemas económicos, estratagema que simplemente margina a Francia en los debates económicos. Así, tendrán que acabarse las polémicas contra la independencia del Banco Central Europeo y el efecto perjudicial del "euro alto".

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Además, para que se tomen en serio las opiniones de sus ministros sobre los asuntos monetarios de la UE, las credenciales financieras de Francia deberán mejorar. Durante años, Francia ha financiado uno de los gastos públicos mayores de Europa mediante déficits presupuestarios, pese a su compromiso de ajustar el presupuesto como parte del pacto de estabilidad y crecimiento de la UE. Muchos de los miembros de la UE temen que el gobierno de Sarkozy vuelva a incumplir las promesas francesas sobre el presupuesto, pues su petición de reducciones de los impuestos para impulsar el crecimiento entrañan un retraso del plazo para eliminar el déficit de Francia hasta 2012.

Asimismo, la prudencia francesa será objeto de un detenido ánalisis durante los debates de un nuevo marco financiero europeo, que pondrá a prueba la capacidad de Francia para considerar los presupuestos de la UE como algo más que un medio de redistribución de los fondos de la UE, en particular para los agricultores. La Política Agraria Común sigue representando más del 40 por ciento del gasto comunitario, pese a que el sector agrario representa tan sólo el 2 por ciento del empleo.

En cuanto a la seguridad mundial, está claro que los países de la UE sólo pueden ejercer una influencia internacional cuando hablan con una sola voz. Francia debe aclarar sus relaciones con la OTAN y el papel que se propone desempeñar en los foros transatlánticos, lo que significa abandonar la retórica antiamericana y dejar de hablar del "poder europeo", que es insignificante para la mayoría de los Estados de la UE. Los desacuerdos franceses y alemanes con los Estados Unidos en 2003 provocaron divisiones profundas en la UE, pero los recientes cambios de dirigentes políticos en Gran Bretaña, Francia y Alemania, junto con la llegada de un nuevo gobierno en los Estados Unidos a comienzos de 2009 podrían mejorar la cooperación transatlántica.

A continuación, Francia y la UE deben buscar un nuevo modelo para tratar con Rusia. A ese respecto, la Unión afronta un dilema. ¿Considera a Rusia un interlocutor poderoso o un vecino hostil? Si Francia quiere tomar la iniciativa en las relaciones de la UE con Moscú, debe mostrar mayor sensibilidad para con los temores que Rusia inspira a la Europa central y oriental. Los políticos franceses subestiman las repercusiones negativas en esos países de su reiterada referencia a un eje París-Berlín-Moscú y critican el entusiasmo "excesivo" por la alianza transatlántica.

Si Sarkozy quiere que Francia desempeñe un papel pleno en la configuración del futuro de la UE, deberá tener en cuenta todo esto. Las minorías dirigentes de Francia deben reconocer los errores del pasado y buscar formas mejores de afrontar los imperativos actuales. Los franceses de a pie deben reflexionar también sobre muchas cosas: nuestras actitudes para con el mercado, nuestras relaciones con el resto de Europa y nuestras opiniones sobre el resto del mundo, fuera de los límites de la UE. Si reconocemos las complejas realidades actuales, Francia podría estar de regreso en Europa.

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