Nuestro entendimiento tradicional de las comunidades musulmanas asume que cuando el Islam llega a una zona se arraiga profundamente en la población y en la cultura, produciendo poderosas variaciones locales. Una comunidad musulmana en los Emiratos Árabes Unidos es muy diferente a una en Nigeria, y ambas son muy distintas al Islam en Indonesia. Los eventos recientes en Rusia, sin embargo, constituyen una afrenta directa a ese entendimiento, lo que explica la osada decisión del presidente Vladimir Putin de apoyar la guerra contra el terrorismo lidereada por Estados Unidos (EU) después de los ataques del 11 de septiembre.
El escenario es el mismo entre las comunidades musulmanas en toda Rusia. Llegan activistas jóvenes a un área en particular, típicamente provenientes de países árabes. Ellos saben cómo trabajar con las agencias legales locales e inicialmente sus actividades se limitan a obtener información para desacreditar a los líderes religiosos locales existentes (cuya edad promedio es de más de 70) y a trabajar hábilmente con los medios locales para asegurarse de que esa información difamatoria sea publicitada. Entonces la comunidad religiosa cede, remueve a sus viejos líderes y los jóvenes retadores asumen el control.
Los nuevos líderes proceden asumiendo que no necesitan (y sin duda no deberían ) adaptarse a las distinciones nacionales o culturales entre musulmanes, pues su meta es la unificación islámica, no la diferenciación. Envían a los partidarios locales más prometedores al extranjero, no necesariamente a países árabes, sino también a Francia, Inglaterra y EU, para que se entrenen para realizar el mismo trabajo, ya sea en la región del Volga (hogar del 40% de los musulmanes de Rusia) o en cualquier otra. La participación en estas redes convence a los nuevos reclutas de que son parte de una organización globalmente integrada.
Operar esas redes cuesta dinero. Sin duda, a pesar de que la sabiduría convencional dicta que la principal división post Guerra Fría enfrenta a los pobres del sur contra los ricos del norte, el bullidero interno del Islam sugiere una lucha entre ricos y ricos. Las élites de Arabia Saudita y otros estados del Golfo Pérsico tienen la capacidad financiera de los países más avanzados, pero ni un solo estado árabe tiene un puesto en el Consejo de Seguridad o es miembro del G-7. En tanto que tales consejos internacionales de poder excluyan a los representantes del mundo islámico, una porción de esa élite que podría ser musulmana buscará retar al sistema, encontrando abundantes colaboradores locales comprometidos ideológicamente.
Así, los esfuerzos para lograr la unificación islámica son a lo mucho sólo un resultado indirecto del retraso económico relativo. Más bien, la mayor movilidad, los mercados ampliados y el acrecentado acceso a la información han hecho más porosas las fronteras tradicionales, y un mundo más globalizado ha llevado a la aparición de actores políticos en busca de ganar una mayor influencia en los consejos internacionales. El crecimiento constante de las redes de comunidades, unidas por una identidad religiosa que trasciende la organización jerárquica de las naciones y los estados, refleja esta naciente nueva realidad.
Las implicaciones teológicas y políticas de este impulso integral interno del Islam son muy distintas que las asociadas con el surgimiento del protestantismo en la cristiandad, pero hay ciertas similitudes obvias también. Por ejemplo, ambos comparten la inquietud religiosa de poner al individuo en contacto directo con Dios y ambos representan un reto radical para la dominación externa en el mundo temporal.
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Sin embargo, mientras la Reforma Protestante apuntaló un gran cambio ético que disparó el crecimiento del capitalismo y de la democracia liberal, el punto clave para los unificadores islámicos es establecer una mayor presencia colectiva . Mientras que la Reforma fue apoyada por élites nacionales que buscaban deshacerse de la hegemonía romana, el Islam integralista busca unificar la comunidad de creyentes liberándola del modelo de naciones estado musulmanas separadas, impuesto por occidente.
Como sucedió con el protestantismo, los nuevos acontecimientos al interior del Islam no pueden ser simplemente prohibidos. Por fortuna, no es demasiado tarde para evitar recurrir a la represión. Hasta ahora, los musulmanes en Rusia no han estado activamente involucrados en la vida política, con la evidente excepción de ciertas localidades, como Chechenia. En su mayor parte, están todavía concentrados en la transición de la autoridad religiosa en sus comunidades.
Este proceso significa que la movilización política es inevitable, facilitada por la fragmentación de la sociedad rusa y la debilidad de la identidad nacional de Rusia. Nuestra tarea es, por lo tanto, no sólo apoyar la autoridad de la legislación federal en toda Rusia, un objetivo clave desde el inicio de la administración del presidente Putin, sino encontrar y propagar estrategias a través de las cuales los musulmanes puedan preservar su identidad sin tomar las armas. Este es un esfuerzo que requiere de cooperación internacional, pues no puede lograrse sólo en un país. Debemos examinar la cultura y el comportamiento político de los musulmanes en Europa, China, India, EU y otros países.
Existen dos partes diferenciadas de este problema. Por un lado, nos enfrentamos a un elemento terrorista radical que no puede ser tratado constructivamente. Por otro, la lucha ideológica con el Islam integralista puede ser ganada sólo mostrando una identidad más fuerte y sólida. Quienes organizaron los ataques del 11 de septiembre claramente anticiparon las represalias, sin duda con la esperanza de que una respuesta indiscriminada fortaleciera las tendencias integralistas en el mundo entero. La retórica del presidente Bush acerca de una ``cruzada'' contra el terrorismo fue una respuesta de ese tipo. El exceso de muertes civiles en Afganistán (o, si de eso se trata, en Chechenia) es todavía más dañino.
Esto nos trae al tema de los valores comunes. La decisión del presidente Putin de apoyar el uso por parte de las fuerzas armadas estadounidenses de bases en Oriente Medio fue un paso riesgoso domésticamente. Los políticos rusos lo urgieron a regatear, argumentando que el presidente Bush le daría cualquier cosa: dinero, perdón de deuda y tecnología. Pero el presidente Putin se negó diciendo que la cooperación es tanto a favor de los intereses de Rusia como moralmente correcta.
Ahora debemos llevar esta colaboración un paso más adelante. Si hemos de ganarnos los corazones y las mentes musulmanas y socavar la amenaza del Islam integralista, debemos reconocer que no podemos defender la seguridad nacional al costo de ignorar los derechos y las libertades humanas.
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South Korea's latest political crisis is further evidence that the 1987 constitution has outlived its usefulness. To facilitate better governance and bolster policy stability, the country must establish a new political framework that includes stronger checks on the president and fosters genuine power-sharing.
argues that breaking the cycle of political crises will require some fundamental reforms.
Among the major issues that will dominate attention in the next 12 months are the future of multilateralism, the ongoing wars in Ukraine and the Middle East, and the threats to global stability posed by geopolitical rivalries and Donald Trump’s second presidency. Advances in artificial intelligence, if regulated effectively, offer a glimmer of hope.
asked PS contributors to identify the national and global trends to look out for in the coming year.
Nuestro entendimiento tradicional de las comunidades musulmanas asume que cuando el Islam llega a una zona se arraiga profundamente en la población y en la cultura, produciendo poderosas variaciones locales. Una comunidad musulmana en los Emiratos Árabes Unidos es muy diferente a una en Nigeria, y ambas son muy distintas al Islam en Indonesia. Los eventos recientes en Rusia, sin embargo, constituyen una afrenta directa a ese entendimiento, lo que explica la osada decisión del presidente Vladimir Putin de apoyar la guerra contra el terrorismo lidereada por Estados Unidos (EU) después de los ataques del 11 de septiembre.
El escenario es el mismo entre las comunidades musulmanas en toda Rusia. Llegan activistas jóvenes a un área en particular, típicamente provenientes de países árabes. Ellos saben cómo trabajar con las agencias legales locales e inicialmente sus actividades se limitan a obtener información para desacreditar a los líderes religiosos locales existentes (cuya edad promedio es de más de 70) y a trabajar hábilmente con los medios locales para asegurarse de que esa información difamatoria sea publicitada. Entonces la comunidad religiosa cede, remueve a sus viejos líderes y los jóvenes retadores asumen el control.
Los nuevos líderes proceden asumiendo que no necesitan (y sin duda no deberían ) adaptarse a las distinciones nacionales o culturales entre musulmanes, pues su meta es la unificación islámica, no la diferenciación. Envían a los partidarios locales más prometedores al extranjero, no necesariamente a países árabes, sino también a Francia, Inglaterra y EU, para que se entrenen para realizar el mismo trabajo, ya sea en la región del Volga (hogar del 40% de los musulmanes de Rusia) o en cualquier otra. La participación en estas redes convence a los nuevos reclutas de que son parte de una organización globalmente integrada.
Operar esas redes cuesta dinero. Sin duda, a pesar de que la sabiduría convencional dicta que la principal división post Guerra Fría enfrenta a los pobres del sur contra los ricos del norte, el bullidero interno del Islam sugiere una lucha entre ricos y ricos. Las élites de Arabia Saudita y otros estados del Golfo Pérsico tienen la capacidad financiera de los países más avanzados, pero ni un solo estado árabe tiene un puesto en el Consejo de Seguridad o es miembro del G-7. En tanto que tales consejos internacionales de poder excluyan a los representantes del mundo islámico, una porción de esa élite que podría ser musulmana buscará retar al sistema, encontrando abundantes colaboradores locales comprometidos ideológicamente.
Así, los esfuerzos para lograr la unificación islámica son a lo mucho sólo un resultado indirecto del retraso económico relativo. Más bien, la mayor movilidad, los mercados ampliados y el acrecentado acceso a la información han hecho más porosas las fronteras tradicionales, y un mundo más globalizado ha llevado a la aparición de actores políticos en busca de ganar una mayor influencia en los consejos internacionales. El crecimiento constante de las redes de comunidades, unidas por una identidad religiosa que trasciende la organización jerárquica de las naciones y los estados, refleja esta naciente nueva realidad.
Las implicaciones teológicas y políticas de este impulso integral interno del Islam son muy distintas que las asociadas con el surgimiento del protestantismo en la cristiandad, pero hay ciertas similitudes obvias también. Por ejemplo, ambos comparten la inquietud religiosa de poner al individuo en contacto directo con Dios y ambos representan un reto radical para la dominación externa en el mundo temporal.
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Sin embargo, mientras la Reforma Protestante apuntaló un gran cambio ético que disparó el crecimiento del capitalismo y de la democracia liberal, el punto clave para los unificadores islámicos es establecer una mayor presencia colectiva . Mientras que la Reforma fue apoyada por élites nacionales que buscaban deshacerse de la hegemonía romana, el Islam integralista busca unificar la comunidad de creyentes liberándola del modelo de naciones estado musulmanas separadas, impuesto por occidente.
Como sucedió con el protestantismo, los nuevos acontecimientos al interior del Islam no pueden ser simplemente prohibidos. Por fortuna, no es demasiado tarde para evitar recurrir a la represión. Hasta ahora, los musulmanes en Rusia no han estado activamente involucrados en la vida política, con la evidente excepción de ciertas localidades, como Chechenia. En su mayor parte, están todavía concentrados en la transición de la autoridad religiosa en sus comunidades.
Este proceso significa que la movilización política es inevitable, facilitada por la fragmentación de la sociedad rusa y la debilidad de la identidad nacional de Rusia. Nuestra tarea es, por lo tanto, no sólo apoyar la autoridad de la legislación federal en toda Rusia, un objetivo clave desde el inicio de la administración del presidente Putin, sino encontrar y propagar estrategias a través de las cuales los musulmanes puedan preservar su identidad sin tomar las armas. Este es un esfuerzo que requiere de cooperación internacional, pues no puede lograrse sólo en un país. Debemos examinar la cultura y el comportamiento político de los musulmanes en Europa, China, India, EU y otros países.
Existen dos partes diferenciadas de este problema. Por un lado, nos enfrentamos a un elemento terrorista radical que no puede ser tratado constructivamente. Por otro, la lucha ideológica con el Islam integralista puede ser ganada sólo mostrando una identidad más fuerte y sólida. Quienes organizaron los ataques del 11 de septiembre claramente anticiparon las represalias, sin duda con la esperanza de que una respuesta indiscriminada fortaleciera las tendencias integralistas en el mundo entero. La retórica del presidente Bush acerca de una ``cruzada'' contra el terrorismo fue una respuesta de ese tipo. El exceso de muertes civiles en Afganistán (o, si de eso se trata, en Chechenia) es todavía más dañino.
Esto nos trae al tema de los valores comunes. La decisión del presidente Putin de apoyar el uso por parte de las fuerzas armadas estadounidenses de bases en Oriente Medio fue un paso riesgoso domésticamente. Los políticos rusos lo urgieron a regatear, argumentando que el presidente Bush le daría cualquier cosa: dinero, perdón de deuda y tecnología. Pero el presidente Putin se negó diciendo que la cooperación es tanto a favor de los intereses de Rusia como moralmente correcta.
Ahora debemos llevar esta colaboración un paso más adelante. Si hemos de ganarnos los corazones y las mentes musulmanas y socavar la amenaza del Islam integralista, debemos reconocer que no podemos defender la seguridad nacional al costo de ignorar los derechos y las libertades humanas.