El terremoto en Pakistán se agrega a la racha de espantosos desastres naturales del año pasado: el tsunami en el Océano Indico, las sequías mortales en Níger y otros países de África, los huracanes Katrina y Rita, los deslaves en América Central y los incendios forestales en Portugal.
Estos eventos no están relacionados entre sí y la vulnerabilidad de la humanidad a los peligros naturales es tan vieja como nuestra especie. Con todo, también hay cosas en común -y advertencias para todos nosotros: no estamos preparados para las catástrofes masivas, de las cuales seguramente habrá más.
El enorme crecimiento de la población ha expuesto a un gran número de gente a nuevos tipos de vulnerabilidades extremas. Actualmente hay 6.5 mil millones de personas en el planeta, casi 4 mil millones más que hace cincuenta años. De acuerdo con las Naciones Unidas, con las tendencias actuales, la población mundial llegará a aproximadamente 9.1 mil millones de personas para el año 2050.
A medida que la población aumenta, miles de millones de personas se aglomeran en áreas vulnerables de la Tierra -cerca de las costas golpeadas por tormentas y niveles del mar que suben, en las laderas de las montañas susceptibles a derrumbes y terremotos, o en regiones asoladas por sequías, hambrunas y enfermedades donde el agua escasea. Generalmente, los más pobres de los pobres son quienes se ven forzados a ocupar los lugares más riesgosos para vivir y trabajar -y también para morir cuando las catástrofes naturales golpean.
Muchos de los peligros claves están aumentando en frecuencia y en intensidad. El cambio climático es responsable en parte. Es probable que tanto el número como la fuerza de los huracanes se estén incrementando como resultado del aumento de las temperaturas de la superficie del mar ocasionado por el calentamiento global producido por el hombre. La Tierra se calentará más en las próximas décadas, lo que traerá incendios mayores y más frecuentes, deslaves, ondas de calor, sequías y huracanes poderosos.
De igual manera, vemos el surgimiento y la propagación de nuevas enfermedades contagiosas como el SIDA, el SRAS y la fiebre aviar. A medida que la población humana se agolpa en nuevas partes del planeta y entra en contacto con nuevos hábitats de animales, las enfermedades infecciosas se extienden de los animales a los humanos. Ese es el caso del SIDA y la fiebre aviar. Es probable que surjan otras enfermedades contagiosas o que se hagan más severas (como el dengue en Asia este año), como resultado de cambios en el clima y en la interacción entre humanos y animales.
Otro elemento común en todos estos desastres es nuestra lamentable falta de preparación, especialmente para ayudar a los miembros más pobres de la sociedad. Después de que el huracán Katrina azotó los Estados Unidos, descubrimos que el Presidente Bush había nombrado a un compinche en vez de un profesional como jefe de la agencia encargada de la ayuda de emergencia de ese país. El personal y el equipo que se necesitaban para atender la crisis estaban al otro lado del mundo en Irak.
De igual manera, Pakistán estaba sustancialmente mal equipado para lidiar con el terremoto reciente, en parte porque, como los Estados Unidos, gasta de más en sus fuerzas armadas y gasta de menos en el sistema de salud pública y en la preparación para emergencias. Las agencias internacionales de ayuda también tienen poco dinero y recursos.
Los gobiernos deberían tomar algunas medidas básicas. Primero, deberían de hacer una evaluación cuidadosa del tipo de riesgos específicos a los que se enfrentan sus países, incluyendo los riesgos derivados de epidemias, el cambio climático, fenómenos atmosféricos extremos y terremotos. Tales evaluaciones requieren establecer y mantener un sistema de asesoría científica de alto nivel y calidad. Bush, por ejemplo, podría mejorar ampliamente la seguridad global y la de Estados Unidos si empezara a escuchar a los principales científicos y pusiera menos atención a los grupos de presión políticos en lo que se refiere a los riesgos crecientes del cambio climático generado por el hombre.
Hay un acervo creciente de conocimientos para ayudar a realizar este trabajo. El Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, que yo dirijo, concluyó recientemente una evaluación global de distintos tipos de peligros naturales, como sequías, terremotos e inundaciones en colaboración con el Banco Mundial. Con métodos de estadística y cartografía avanzados se identificó la forma en que estas amenazas están repartidas alrededor del mundo. Otros colegas del Instituto de la Tierra e institutos de investigación similares están realizando estimaciones minuciosas de cómo estos riesgos evolucionan ante los cambios en el clima y la población del planeta y en los patrones de los viajes internacionales y los asentamientos humanos.
Pero los líderes políticos no están usando adecuadamente este tipo de información científica, en parte, principalmente, por las divisiones profundas que persisten entre la comunidad científica, los políticos y el público en general. En gran medida, el público no está enterado del conocimiento científico que tenemos con relación a las amenazas y riesgos a los que nos enfrentamos y de que podemos reducirlos si los prevemos.
Los políticos, en general, son expertos en ganar votos o en construir alianzas más que en comprender los procesos globales subyacentes del clima, la energía, las enfermedades y la producción de alimentos que afectan a todos los habitantes de nuestro planeta. Incluso diferentes grupos de científicos -de la salud, el clima, la sismología y otras especialidades- no se comunican adecuadamente entre sí, a pesar de que las amenazas actuales frecuentemente se relacionan con distintas disciplinas científicas.
Si queremos superar los peligros a los que nos enfrentamos, se debe cerrar la brecha entre los políticos y los científicos, y entre los científicos mismos. A lo largo del año la naturaleza nos ha recordado lo que está en juego.
La mala noticia es que las amenazas seguramente se intensificarán en los próximos años a medida que nuestro planeta se pueble más y esté más sujeto a los cambios provocados por el hombre. La buena noticia es que contamos con los conocimientos científicos y la tecnología para atender estos peligros mejor que nunca. Podemos construir un futuro más seguro, pero sólo si estamos dispuestos a utilizar el conocimiento y las habilidades científicas para el bien común.
El terremoto en Pakistán se agrega a la racha de espantosos desastres naturales del año pasado: el tsunami en el Océano Indico, las sequías mortales en Níger y otros países de África, los huracanes Katrina y Rita, los deslaves en América Central y los incendios forestales en Portugal.
Estos eventos no están relacionados entre sí y la vulnerabilidad de la humanidad a los peligros naturales es tan vieja como nuestra especie. Con todo, también hay cosas en común -y advertencias para todos nosotros: no estamos preparados para las catástrofes masivas, de las cuales seguramente habrá más.
El enorme crecimiento de la población ha expuesto a un gran número de gente a nuevos tipos de vulnerabilidades extremas. Actualmente hay 6.5 mil millones de personas en el planeta, casi 4 mil millones más que hace cincuenta años. De acuerdo con las Naciones Unidas, con las tendencias actuales, la población mundial llegará a aproximadamente 9.1 mil millones de personas para el año 2050.
A medida que la población aumenta, miles de millones de personas se aglomeran en áreas vulnerables de la Tierra -cerca de las costas golpeadas por tormentas y niveles del mar que suben, en las laderas de las montañas susceptibles a derrumbes y terremotos, o en regiones asoladas por sequías, hambrunas y enfermedades donde el agua escasea. Generalmente, los más pobres de los pobres son quienes se ven forzados a ocupar los lugares más riesgosos para vivir y trabajar -y también para morir cuando las catástrofes naturales golpean.
Muchos de los peligros claves están aumentando en frecuencia y en intensidad. El cambio climático es responsable en parte. Es probable que tanto el número como la fuerza de los huracanes se estén incrementando como resultado del aumento de las temperaturas de la superficie del mar ocasionado por el calentamiento global producido por el hombre. La Tierra se calentará más en las próximas décadas, lo que traerá incendios mayores y más frecuentes, deslaves, ondas de calor, sequías y huracanes poderosos.
De igual manera, vemos el surgimiento y la propagación de nuevas enfermedades contagiosas como el SIDA, el SRAS y la fiebre aviar. A medida que la población humana se agolpa en nuevas partes del planeta y entra en contacto con nuevos hábitats de animales, las enfermedades infecciosas se extienden de los animales a los humanos. Ese es el caso del SIDA y la fiebre aviar. Es probable que surjan otras enfermedades contagiosas o que se hagan más severas (como el dengue en Asia este año), como resultado de cambios en el clima y en la interacción entre humanos y animales.
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Otro elemento común en todos estos desastres es nuestra lamentable falta de preparación, especialmente para ayudar a los miembros más pobres de la sociedad. Después de que el huracán Katrina azotó los Estados Unidos, descubrimos que el Presidente Bush había nombrado a un compinche en vez de un profesional como jefe de la agencia encargada de la ayuda de emergencia de ese país. El personal y el equipo que se necesitaban para atender la crisis estaban al otro lado del mundo en Irak.
De igual manera, Pakistán estaba sustancialmente mal equipado para lidiar con el terremoto reciente, en parte porque, como los Estados Unidos, gasta de más en sus fuerzas armadas y gasta de menos en el sistema de salud pública y en la preparación para emergencias. Las agencias internacionales de ayuda también tienen poco dinero y recursos.
Los gobiernos deberían tomar algunas medidas básicas. Primero, deberían de hacer una evaluación cuidadosa del tipo de riesgos específicos a los que se enfrentan sus países, incluyendo los riesgos derivados de epidemias, el cambio climático, fenómenos atmosféricos extremos y terremotos. Tales evaluaciones requieren establecer y mantener un sistema de asesoría científica de alto nivel y calidad. Bush, por ejemplo, podría mejorar ampliamente la seguridad global y la de Estados Unidos si empezara a escuchar a los principales científicos y pusiera menos atención a los grupos de presión políticos en lo que se refiere a los riesgos crecientes del cambio climático generado por el hombre.
Hay un acervo creciente de conocimientos para ayudar a realizar este trabajo. El Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, que yo dirijo, concluyó recientemente una evaluación global de distintos tipos de peligros naturales, como sequías, terremotos e inundaciones en colaboración con el Banco Mundial. Con métodos de estadística y cartografía avanzados se identificó la forma en que estas amenazas están repartidas alrededor del mundo. Otros colegas del Instituto de la Tierra e institutos de investigación similares están realizando estimaciones minuciosas de cómo estos riesgos evolucionan ante los cambios en el clima y la población del planeta y en los patrones de los viajes internacionales y los asentamientos humanos.
Pero los líderes políticos no están usando adecuadamente este tipo de información científica, en parte, principalmente, por las divisiones profundas que persisten entre la comunidad científica, los políticos y el público en general. En gran medida, el público no está enterado del conocimiento científico que tenemos con relación a las amenazas y riesgos a los que nos enfrentamos y de que podemos reducirlos si los prevemos.
Los políticos, en general, son expertos en ganar votos o en construir alianzas más que en comprender los procesos globales subyacentes del clima, la energía, las enfermedades y la producción de alimentos que afectan a todos los habitantes de nuestro planeta. Incluso diferentes grupos de científicos -de la salud, el clima, la sismología y otras especialidades- no se comunican adecuadamente entre sí, a pesar de que las amenazas actuales frecuentemente se relacionan con distintas disciplinas científicas.
Si queremos superar los peligros a los que nos enfrentamos, se debe cerrar la brecha entre los políticos y los científicos, y entre los científicos mismos. A lo largo del año la naturaleza nos ha recordado lo que está en juego.
La mala noticia es que las amenazas seguramente se intensificarán en los próximos años a medida que nuestro planeta se pueble más y esté más sujeto a los cambios provocados por el hombre. La buena noticia es que contamos con los conocimientos científicos y la tecnología para atender estos peligros mejor que nunca. Podemos construir un futuro más seguro, pero sólo si estamos dispuestos a utilizar el conocimiento y las habilidades científicas para el bien común.