livingston4_ KAMIL KRZACZYNSKIAFP via Getty Images_prideparade Kamil Krzaczynski/AFP via Getty Images

Dos hurras por la política de identidad

NUEVA YORK – Los críticos de la política identitaria plantean que prestar atención a asuntos como la raza, el género y la sexualidad distrae de la política “de verdad”, con lo que suelen referirse a la lucha entre el trabajo y el capital sobre la distribución de los recursos materiales. Pero esa mirada supone que la identidad de clase es un hecho objetivo, un dato sociológico o un índice que leer de una gráfica. En realidad, la identidad de clase sólo se puede conocer a partir de su expresión en palabras y hechos. Es tan subjetiva o “performativa” como, digamos, el género como se lo ha llegado a entender en la teoría cuir.

Permítaseme entonces defender la política identitaria cuestionando las tres suposiciones que de ella hacen sus críticos. Primero, dan por sentado que cualquier posición que se distancie del universalismo de la Ilustración representa una amenaza a la idea de igualdad, y también a los derechos humanos. Segundo, creen que la política identitaria es esencialista; los roles sociales se asignan según los orígenes sociales, excluyendo lo que pueda lograr una individualidad dada.

Por último, suponen que la identidad de clase va primero, porque, al menos bajo el capitalismo, incluye y describe una mayor proporción de la vida social, permitiendo hacer causa común en temas de raza, etnicidad, género y nacionalidad.

No defiendo los protocolos lingüísticos que ahora están caracterizando las culturas de las empresas, universidades y escuelas de Estados Unidos y otros países. En mi opinión, la vigilancia del lenguaje, la "cultura de la cancelación" y patologías similares son extremos residuales del tipo que florece cuando se inventan nuevas ideas sobre la individualidad y nuevas formas de hacer política.

El surgimiento de las sociedades de mercado redefinió tanto al individuo como su relación con el estado. A fines del siglo dieciocho, hacia el término de esa transición, el “hombre racional” de la Ilustración ya no se entendía como el producto de una ciudadanía virtuosa, o de la religión. En lugar de ello, era el resultado de derechos naturales encarnados en un ser humano que, en teoría, podía afirmarlos en la sociedad civil de manera separada e incluso en contra del estado.

Uso el pronombre masculino a propósito. El “hombre racional” surgido de la Ilustración no era una mujer, ni tampoco venía de África (ni era originario de ningún otro continente colonizado por los estados europeos entre 1400 y 1800).

Secure your copy of PS Quarterly: Age of Extremes
PS_Quarterly_Q2-24_1333x1000_No-Text

Secure your copy of PS Quarterly: Age of Extremes

The newest issue of our magazine, PS Quarterly: Age of Extremes, is here. To gain digital access to all of the magazine’s content, and receive your print copy, subscribe to PS Premium now.

Subscribe Now

Estas exclusiones “naturales” se mantuvieron hasta el siglo veinte, cuando los movimientos por el socialismo, el voto femenino, los derechos civiles y la descolonización ampliaron el alcance de la libertad. El concepto de humanidad (y, por ende, de democracia) más inclusivo que representaban tuvo que hacer frente a la oposición tanto de los liberales (con su defensa del individualismo posesivo moderno epitomizado por el hombre que se hace a sí mismo) como de los reaccionarios.

Hasta aquí con el universalismo de la Ilustración. Como entendieron los líderes de los movimientos afroamericanos y panafricanos de fines del siglo diecinueve y el siglo veinte, su electorado no estaba interesado en ajustarse a las normas de la cultura europea blanca. La solidaridad racial no era impuesta meramente por las circunstancias de nacimiento, las ciencias naturales o los regímenes de apartheid, sino algo que podían elegir como forma de liberación de sus pueblos. En todo caso, en los Estados Unidos hizo posible la articulación de la “estética negra” que, desde la década de 1890, ha animado la innovación cultural estadounidense trazando, tarjando, borrando y redibujando la línea del color.

Lo mismo se puede decir para el esencialismo que supuestamente regula la identidad. También aquí las identificaciones que a los liberales y reaccionales les parecen escandalosas -por ejemplo, la inmensa variedad de roles y designaciones de género de las que hoy disponen los jóvenes-, se determinan por opción, no por circunstancias de nacimiento, las ciencias naturales, o regímenes sociales heredados y regímenes morales. Y, en gran medida, estas nuevas opciones están relacionadas con la llegada de la sociedad posindustrial.

¿Cómo así? Hasta la década de 1920, la incesante búsqueda de utilidades bajo el capitalismo significó que más y más horas de vigilia se destinaran al trabajo remunerado dedicado a la producción de bienes necesarios como alimentos, vestuario y vivienda. Desde entonces, el trabajo socialmente necesario -las horas que toma reproducir las bases materiales de la civilización como la conocemos- se ha reducido radicalmente. En las economías avanzadas actuales, los servicios superan por lejos a la manufactura como fuentes de empleo, el gasto en consumo discrecional impulsa el crecimiento del PGB y las utilidades están inmóviles en las arcas corporativas, ya que no se las necesita para invertir en un capital fijo que elevaría la productividad y los resultados de la producción de bienes.

Como resultado, la posición de clase producida por la relación entre capital y trabajo ha perdido prominencia social y significado cultural. Mucha gente, los jóvenes en especial, tienen menos razones para identificarse con su ocupación y más motivos para buscar una identidad y un propósito más allá o, adicionalmente a, lo que su lugar de trabajo les permite.

Mientras tanto, las ciencias naturales han abierto formas de crear posiciones de sujeto no limitadas por orígenes sexuales. Cuando se hizo realidad el primero de estos hitos científicos -la píldora de control de la natalidad- imaginar identidades femeninas desligadas de la maternidad se convirtió en rutina, en lugar de un abandono radical de la convención social.

Y así la prioridad ontológica de la clase en el pensamiento político de las izquierdas y derechas sólo se puede justificar si se insiste en la definición de una naturaleza humana específica de la tradición marxista y de la ética protestante, que proponen que el trabajo es la “esencia del Hombre”. En todo caso, como los demás supuestos que sirven para criticar la política identitaria, esto no funciona para imaginar el futuro, por la sencilla razón de que ignora el pasado.

Se podría objetar que las “posiciones de sujeto” no son más que bienes simbólicos que las corporaciones y autoridades pueden vender en lugar de una justicia distributiva sustancial. Pero la legitimación de posiciones de sujetos antes considerados “no naturales” -proceso llevado a cabo principalmente por movimientos y estatutos por los derechos civiles- ha tenido efectos medibles y materiales. También aquí la manera en que imaginemos el futuro no debe pasar por alto el pasado.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

https://prosyn.org/tCg3wREes