BRUSELAS – Desde la movilización masiva que precedió la Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático de 2019 (COP15) en Copenhague, el mundo ha comenzado a traducir palabras e intenciones en acciones reales sobre el cambio climático. El liderazgo europeo –desde los gobiernos, la sociedad civil y las empresas- ha jugado un papel crucial para impulsar estos avances. Considerando todo lo que queda por hacer, este liderazgo debe continuar y fortalecerse.
No se deberían subestimar los éxitos de la última década. En 2010, cuando estaba comenzando mi periodo como comisionada europea de asuntos climáticos, solo los ecologistas radicales tenían el objetivo de lograr cero emisiones. Muchos pensaban que el objetivo de reducción de emisiones de entre un 80% y un 95% definido en la primera estrategia de largo plazo de la Unión Europea era demasiado ambicioso.
En esos años, pocos habrían creído que dentro de una década China surgiría como un gigante de las renovables o que Volkswagen y la compañía danesa de transporte naviero Maersk se fijarían la meta de alcanzar la neutralidad de carbono para 2050. El anuncio en simultáneo de Volkswagen de que producirá 22 millones de vehículos eléctricos a lo largo de la siguiente década habría parecido algo descabellado.
Sin embargo, en el mundo actual estos cambios se están convirtiendo en la nueva normalidad. La popularidad de las finanzas verdes está en aumento; las personas van cambiando sus dietas y hábitos de consumo; los alcaldes toman medidas para reducir la polución del aire; se está produciendo el cierre de plantas energéticas a carbón; y las tecnologías de bajo carbono se están desarrollando más rápido que los esperado. Se trata de un cambio bienvenido pero todavía insuficiente: los científicos –incluidos aquellos que participan del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC)- siguen advirtiendo que se nos acaba el tiempo para evitar sus peores efectos.
Hoy los habitantes de todo el mundo exigen acciones contra el cambio climático más urgentemente que nunca. A muchos les ha conmovido Greta Thunberg, una activista sueca de 16 años que pasó de manifestarse contra el cambio climático afuera del parlamento sueco a hablar en las Naciones Unidas y el Foro Económico Mundial de Davos. En toda Europa, los datos de las encuestas revelan un apoyo generalizado a la adopción de políticas climáticas ambiciosas. Y una abrumadora mayoría de los europeos de todo el espectro político reconoce que tiene sentido cooperar internacionalmente en estas materias.
El mes pasado, en un esfuerzo por realizar las acciones necesarias, el Secretario General de la ONU António Guterres reveló sus planes de efectuar una cumbre climática en septiembre en Nueva York. Al hacerlo, llamó a los participantes a dejar de lado sus diferencias y ofrecer “planes realistas y concretos” para mantener el aumento de la temperatura mundial dentro de los 1,5ºC de los niveles preindustriales, según el último informe del IPCC.
En tiempos de turbulencias políticas que se reflejan en el ascenso de partidos populistas en varios países, esta es una propuesta atrevida. El mundo debería abrazarla y Europa debería liderar el
Si se trata de soluciones, Europa está bastante adelantada. Por ejemplo, Dinamarca, mi país de origen y al que se ha pedido que lidere las conversaciones sobre energía en la cumbre de la ONU, ha integrado grandes cantidades de energía eólica a su red eléctrica. Suecia, que gestionará con India la industria WorkStream, ha creado la primera planta siderúrgica del mundo no alimentada por combustibles fósiles. Los avances no se limitan al norte de Europa: Rumanía tiene el mayor parque eólico terrestre del continente, Polonia produce buses eléctricos y Austria es líder en el ámbito de las edificaciones ecológicas.
Pero es el momento de poner el acelerador, como los líderes europeos reconocen cada vez más. Eso significa hacer de la transición a una economía con bajo uso de carbono (con cero emisiones para 2050) un elemento central de la narrativa europea.
Si así se hace, se enviaría una fuerte señal a los ciudadanos europeos de que sus líderes les escuchan, y se estimularía a otros a cumplir los compromisos que asumieron en la cumbre climática de París de 2016. Como el mayor mercado mundial, la UE una tiene una influencia fundamental. Si desarrolla las finanzas verdes, las energías renovables y el transporte inocuo para el clima a lo largo de la próxima década, el resto del planeta recibirá rápidamente el mensaje de que es inevitable la transición a un bajo uso de carbono, y que se está acelerando.
Tras las elecciones al Parlamento Europeo de este mes se dará una oportunidad de oro de establecer una transición verde que beneficie a todos como una meta europea común. Idealmente, eso ocurrirá en septiembre, cuando se realice la conferencia de la ONU. Con una estrategia inteligente, coherente y unida, la UE podría convertirse en un modelo de crecimiento económico responsable para el siglo veintiuno. Pero el reloj avanza.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
BRUSELAS – Desde la movilización masiva que precedió la Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático de 2019 (COP15) en Copenhague, el mundo ha comenzado a traducir palabras e intenciones en acciones reales sobre el cambio climático. El liderazgo europeo –desde los gobiernos, la sociedad civil y las empresas- ha jugado un papel crucial para impulsar estos avances. Considerando todo lo que queda por hacer, este liderazgo debe continuar y fortalecerse.
No se deberían subestimar los éxitos de la última década. En 2010, cuando estaba comenzando mi periodo como comisionada europea de asuntos climáticos, solo los ecologistas radicales tenían el objetivo de lograr cero emisiones. Muchos pensaban que el objetivo de reducción de emisiones de entre un 80% y un 95% definido en la primera estrategia de largo plazo de la Unión Europea era demasiado ambicioso.
En esos años, pocos habrían creído que dentro de una década China surgiría como un gigante de las renovables o que Volkswagen y la compañía danesa de transporte naviero Maersk se fijarían la meta de alcanzar la neutralidad de carbono para 2050. El anuncio en simultáneo de Volkswagen de que producirá 22 millones de vehículos eléctricos a lo largo de la siguiente década habría parecido algo descabellado.
Sin embargo, en el mundo actual estos cambios se están convirtiendo en la nueva normalidad. La popularidad de las finanzas verdes está en aumento; las personas van cambiando sus dietas y hábitos de consumo; los alcaldes toman medidas para reducir la polución del aire; se está produciendo el cierre de plantas energéticas a carbón; y las tecnologías de bajo carbono se están desarrollando más rápido que los esperado. Se trata de un cambio bienvenido pero todavía insuficiente: los científicos –incluidos aquellos que participan del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC)- siguen advirtiendo que se nos acaba el tiempo para evitar sus peores efectos.
Hoy los habitantes de todo el mundo exigen acciones contra el cambio climático más urgentemente que nunca. A muchos les ha conmovido Greta Thunberg, una activista sueca de 16 años que pasó de manifestarse contra el cambio climático afuera del parlamento sueco a hablar en las Naciones Unidas y el Foro Económico Mundial de Davos. En toda Europa, los datos de las encuestas revelan un apoyo generalizado a la adopción de políticas climáticas ambiciosas. Y una abrumadora mayoría de los europeos de todo el espectro político reconoce que tiene sentido cooperar internacionalmente en estas materias.
El mes pasado, en un esfuerzo por realizar las acciones necesarias, el Secretario General de la ONU António Guterres reveló sus planes de efectuar una cumbre climática en septiembre en Nueva York. Al hacerlo, llamó a los participantes a dejar de lado sus diferencias y ofrecer “planes realistas y concretos” para mantener el aumento de la temperatura mundial dentro de los 1,5ºC de los niveles preindustriales, según el último informe del IPCC.
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Si se trata de soluciones, Europa está bastante adelantada. Por ejemplo, Dinamarca, mi país de origen y al que se ha pedido que lidere las conversaciones sobre energía en la cumbre de la ONU, ha integrado grandes cantidades de energía eólica a su red eléctrica. Suecia, que gestionará con India la industria WorkStream, ha creado la primera planta siderúrgica del mundo no alimentada por combustibles fósiles. Los avances no se limitan al norte de Europa: Rumanía tiene el mayor parque eólico terrestre del continente, Polonia produce buses eléctricos y Austria es líder en el ámbito de las edificaciones ecológicas.
Pero es el momento de poner el acelerador, como los líderes europeos reconocen cada vez más. Eso significa hacer de la transición a una economía con bajo uso de carbono (con cero emisiones para 2050) un elemento central de la narrativa europea.
Si así se hace, se enviaría una fuerte señal a los ciudadanos europeos de que sus líderes les escuchan, y se estimularía a otros a cumplir los compromisos que asumieron en la cumbre climática de París de 2016. Como el mayor mercado mundial, la UE una tiene una influencia fundamental. Si desarrolla las finanzas verdes, las energías renovables y el transporte inocuo para el clima a lo largo de la próxima década, el resto del planeta recibirá rápidamente el mensaje de que es inevitable la transición a un bajo uso de carbono, y que se está acelerando.
Tras las elecciones al Parlamento Europeo de este mes se dará una oportunidad de oro de establecer una transición verde que beneficie a todos como una meta europea común. Idealmente, eso ocurrirá en septiembre, cuando se realice la conferencia de la ONU. Con una estrategia inteligente, coherente y unida, la UE podría convertirse en un modelo de crecimiento económico responsable para el siglo veintiuno. Pero el reloj avanza.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen