El poder de una unión energética europea

DUBLÍN – Una de las máximas prioridades establecidas por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, antes de su elección el verano pasado fue la creación de una unión energética europea. Estaba en lo cierto. Si se la implementa de manera apropiada, una política energética más cohesiva podría lograr tres objetivos estratégicos simultáneamente.

Al coordinar la investigación y la inversión, fomentar la conservación e integrar los mercados de energía, una unión energética ayudaría a combatir el cambio climático, le proporcionaría a Europa el estímulo económico que tanto necesita y protegería al continente de las oscilaciones en el suministro, como las causadas por las crisis en el norte de África y Ucrania.

Por supuesto, la capacidad de acción de la Unión Europea depende de la voluntad de los estados que la conforman; y, aunque algunos líderes del continente han defendido la iniciativa, otros se han mostrado menos entusiastas. Una prueba crucial de su resolución colectiva será si están dispuestos o no a respaldar proyectos clave de infraestructura que cumplan con los tres objetivos.

Un buen ejemplo de un proyecto de estas características es la Iniciativa de Red Marítima de los Países del Mar del Norte, una propuesta que asociaría parques eólicos marítimos con una nueva red regional, y les permitiría a los países equilibrar los suministros variables de energía entre fronteras. La idea -propuesta por primera vez en un memorándum de entendimiento de 2009 firmado por nueve estados miembro de la UE y Noruega- tiene un enorme potencial; para 2030, los vientos del Mar del Norte podrían proporcionarle a Europa un 10% de su electricidad -libre de carbono-. Pero si el proyecto ha de seguir adelante, necesita con urgencia un mandato político.

La red integrada se puede concebir como un gran anillo que conecte Noruega con el Reino Unido, y luego cruce el canal hacia Francia, Bélgica y Holanda, antes de adentrarse en Alemania y regresar a Escandinavia. Su implementación le permitiría a Europa introducir una zona de libre comercio para energía renovable, reduciendo la necesidad de almacenamiento y de capacidad excedente para responder ante suministros variables de energía. La red no sólo se solventaría a sí misma; una vez implementada, reduciría el costo de los nuevos parques eólicos en un 30%, al brindarles una conexión existente a los mercados de energía.

Un sistema energético interconectado tendría particularmente sentido para el Reino Unido y Alemania, que podrían utilizar la diferencia horaria de una hora entre ellos para suavizar los picos y bajas en la demanda. La producción de energía renovable es, por naturaleza, intermitente, y sólo la cantidad de fuentes de energía fluctuantes en Alemania ya está llevando su red existente al límite. La interconexión también reduciría la cantidad de nuevas líneas de transmisión en tierra que el país necesita. El gobierno alemán generó un documento de políticas que describe de qué manera podría funcionar un mercado regional más integrado.

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El año pasado, el Reino Unido igualó las inversiones de Alemania en energía limpia. Gastó unos 15.200 millones de dólares en paneles solares y parques eólicos. Sin embargo, Gran Bretaña necesitará hacer mucho más si quiere cumplir con los objetivos climáticos. Según un informe parlamentario, "el costo de desarrollar una supergrilla de estas características podría ser muy elevado… pero quizá traiga aparejado un conjunto de beneficios económicos que incluyen decenas de miles de nuevos empleos en la industria renovable marítima". Una iniciativa regional también le permitiría al primer ministro David Cameron responder a la oposición dentro de su partido a las plantas energéticas renovables en tierra.

Cada uno de los países involucrados en el proyecto se beneficiaría con su construcción. Holanda y Bélgica necesitan una manera costo-eficiente de desarrollar sus propios recursos marítimos. Dinamarca ya se beneficia de un mercado de electricidad interconectado; y la lección que ha aprendido es que tiene sentido aumentar la integración. Noruega podría vender su hidroelectricidad y asegurar un suministro de respaldo en caso de que el cambio climático agotara sus recursos. Los avances en la tecnología de cableado le permitirían a Irlanda conectarse a Francia, ofreciendo una ruta alternativa para los mercados europeos si el Reino Unido decide permanecer fuera de la red.

El plan de inversión de 315.000 millones de euros (360.000 millones de dólares) de Juncker, propuesto en diciembre, incluye unos 87.000 millones de euros en proyectos de interconexión. Sería sensato combinarlos en una iniciativa única, con normas comunes en materia de tecnología, planificación y regulaciones. Esto reduciría el costo del capital en préstamos del Banco Europeo de Inversiones y le daría un impulso a las compañías de tecnología europeas.

Los estados bálticos también están planeando su propia red marítima. Pero no es sólo el norte de Europa el que podría beneficiarse con una estrategia de esta naturaleza. Los países del sudeste y mediterráneos de Europa también podrían resultar favorecidos si compartieran la energía.

Gran parte del marco legal y regulatorio necesario ya existe. No hay ninguna necesidad de cambios en los tratados o de una legislación nueva y compleja. Lo único que se necesita es dirección política, para que la Comisión Europea pueda establecer las estructuras de gobernancia necesarias.

La fortaleza del compromiso de Europa con una verdadera unión energética se revelará cuando el Consejo Europeo se reúna el 19 de marzo. Entre las decisiones que tomará está la de decidir si construirá o no redes regionales. Si la UE y sus estados miembro llegan a un acuerdo, podrían impulsar sus economías y, al mismo tiempo, mejorar su seguridad energética. Si no, podrían terminar comprándole la tecnología a China o a Estados Unidos, que estarán invirtiendo en sus propias redes en los próximos años.

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