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Europa necesita una nueva visión económica

MILÁN – Los shocks económicos globales de los últimos años han dejado a Europa en un estado de particular vulnerabilidad. Si bien prácticamente todos han sufrido alteraciones vinculadas al clima y a la pandemia, la Unión Europea también ha padecido el desenlace de la guerra de Ucrania a sus puertas, y su fuerte dependencia de las importaciones de energía implicó que las alzas de los precios -y la necesidad de dejar de comprar combustibles fósiles rusos- han tenido un impacto especialmente duro. Tanto el crecimiento como la seguridad económica están bajo presión.

Sin duda, algunos de estos fueron shocks de corto plazo. Las alteraciones relacionadas con la pandemia en general se han resuelto y hasta la inflación, que subió en el período posterior a la pandemia, parece estar mayormente bajo control, gracias a los esfuerzos de los bancos centrales de la UE, sobre todo el Banco Central Europeo. Da la sensación de que la cuestión estaría resuelta por completo dentro de los próximos 12 meses.

Pero la UE enfrenta una cantidad de desafíos económicos considerables que no desaparecerán así nomás. Por empezar, los crecientes riesgos de seguridad en su vecindario, combinados con las dudas cada vez mayores sobre la durabilidad del compromiso de Estados Unidos con la defensa europea, han ejercido presión sobre la UE para que fortalezca sus propias capacidades. Esto implica no solo más coordinación entre los países, sino también un incremento significativo del gasto de defensa general: el gasto total del bloque actualmente representa el 1,3% del PIB, muy por debajo de la meta del 2% del PIB de la OTAN.

Por otro lado, el crecimiento de la productividad, que ha venido languideciendo en gran parte del mundo, es especialmente bajo en Europa, y la brecha entre la UE y Estados Unidos se amplía  cada año. Con una tasa de desempleo que promedia el 6,5%, todavía queda un espacio de maniobra para que una mayor demanda agregada impulse el crecimiento, pero un crecimiento robusto de largo plazo será prácticamente imposible si Europa no logra solucionar el rezago de la productividad.

No será una tarea sencilla. El crecimiento de la productividad a largo plazo en las economías desarrolladas depende significativamente de un cambio estructural, impulsado, principalmente, por la innovación tecnológica. Es allí donde reside el principal problema de Europa: en diversas áreas, desde la inteligencia artificial y los semiconductores hasta la computación cuántica, Estados Unidos y hasta China dejan a Europa en el polvo.

Las razones principales para el déficit de innovación de la UE son muy conocidas. Tanto la investigación básica y aplicada como el desarrollo se han visto afectados por una desinversión crónica. La efectividad del financiamiento para la investigación básica se vio minada por una estrategia descentralizada, con programas nacionales mal coordinados y mal orientados que prevalecieron sobre el financiamiento y la administración a nivel de la UE. Por otra parte, la integración del mercado único sigue estando inconclusa, particularmente en el sector de servicios. Esto es especialmente importante en los campos digitales, donde los retornos sobre la inversión en innovación dependen del tamaño del mercado.

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La UE enfrenta otras barreras para convertirse en un polo de innovación. Una de ellas es la faltade infraestructura necesaria, especialmente las cantidades gigantescas de poder informático que se necesitan para entrenar los modelos de IA. (En la actualidad, la UE depende en gran medida de los gigantes tecnológicos estadounidenses para estas capacidades). Otra es que el capital de riesgo y el capital privado indispensables para respaldar la innovación -los inversores con la experiencia y la motivación para ayudar a los jóvenes emprendedores a construir empresas innovadoras- no es de fácil acceso, aunque existen ecosistemas empresariales prometedores en varios países.

Pero estas barreras se pueden superar. Y, de ser así, la UE cuenta con fortalezas importantes que puede capitalizar, empezando por una abundancia de talento que surge de universidades de primera clase. Por otra parte, los servicios sociales y los sistemas de seguridad social bien desarrollados de Europa brindan un nivel de seguridad económica que puede facilitarla toma de riesgo por parte de las empresas.

Sin embargo, a menos que la UE pueda capitalizar los motores tecnológicos del cambio estructural, partes de su economía seguirán estando dominadas por los sectores industriales tradicionales que han demostrado ser lentos a la hora de adoptar innovaciones que mejoren la productividad. En una economía global donde el valor cada vez más deriva de fuentes intangibles, la UE seguirá dependiendo de activos tangibles para crear valor. Y el profundo acerbo de capital humano de Europa se irá agotando, en tanto su mejor talento migre adonde las oportunidades sean más abundantes.

Europa debe decidir: puede permanecer en su curso actual, que seguramente conducirá a un estancamiento relativo, o puede trazar un sendero absolutamente nuevo. La última estrategia es más riesgosa, pero también tiene mucho más potencial de crecimiento. En el gobierno, las empresas, la política y la academia hay muchas personas que entienden los desafíos que enfrenta Europa y que tienen capacidad de sobra para diseñar, debatir, modificar e implementar un plan creativo de cara al futuro.  

Desafortunadamente, ese plan no parece ser una alta prioridad al interior de los países europeos o a nivel de la UE. No aparece en los debates políticos que rodean a las elecciones nacionales. Quizá lo que esté faltando sea un panorama claro de las posibles consecuencias de mantener el estatus quo y, más importante, una visión convincente que pueda inspirar y guiar la política y la inversión.

Cuando un recorrido es exigente, una visión clara del destino es vital para mantener a la gente motivada. Los tecnócratas muchas veces no saben reconocer esto, pero la propia Europa lo ha experimentado de primera mano en su intención de adoptar patrones de crecimiento y modelos económicos sustentables, donde exista una visión clara del destino. De la misma manera, los líderes de países en desarrollo exitosos suelen promover un panorama claro de su futuro deseado, para alentar y permitir las elecciones difíciles que se necesitan para construirlo.

No hay ninguna razón para pensar que la UE es incapaz de diseñar una nueva visión para su futuro y una hoja de ruta para la transformación digital y estructural que tanto necesita. Pero primero los europeos deben responder una pregunta simple pero crítica: ¿cómo debería ser la UE -en términos de innovación, economía, seguridad y resiliencia- de aquí a diez años?

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