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La geopolítica del cambio climático

BRUSELAS — La Unión Europea está emergiendo como líder mundial en la lucha contra el cambio climático. Hace apenas una semana, los legisladores y gobiernos europeos alcanzaron un acuerdo importante sobre la Ley Europea del Clima, consagrando nuestro objetivo de lograr la neutralidad climática. Con el Pacto Verde como estrategia de crecimiento, y nuestro objetivo de reducir el nivel de emisiones en al menos un 55 % para 2030, la UE va bien encaminada para alcanzar la neutralidad climática en 2050. Pero Europa no está sola: a medida que crece el número de países que refuerzan sus compromisos de descarbonización, se está creando una masa crítica a nivel global.

Las recientes reuniones con John Kerry, enviado especial para el clima del Presidente de los Estados Unidos, muestran que la UE y los Estados Unidos vuelven a trabajar juntos para movilizar una coalición internacional e incrementar sustancialmente los objetivos climáticos de cara a la cumbre de Naciones Unidas sobre el clima (COP 26) que se celebrará en Glasgow en noviembre.

No hay tiempo que perder. El cambio climático incontrolado, con sus devastadoras sequías, hambrunas, inundaciones y desplazamientos de masas, provocaría nuevas oleadas migratorias y aumentaría significativamente la frecuencia y la intensidad de los conflictos por el agua, las tierras de cultivo y los recursos naturales. El coste de no actuar es muchísimo más alto que las inversiones necesarias para hacer frente al cambio climático y a la pérdida de biodiversidad.

Hacer frente a las crisis del clima y de la biodiversidad redundará en beneficio de todos, gracias a mejores puestos de trabajo, una atmósfera y un agua más limpias, menos pandemias y un mayor grado de salud y bienestar. Sin embargo, como sucede con cualquier gran transición, los próximos cambios perturbarán a algunos y beneficiarán a otros, creando tensiones entre países y en el seno de los mismos. No podemos ignorar los efectos geopolíticos asociados a la transición de una economía basada en los hidrocarburos a una economía sostenible basada en las energías renovables.

La propia transición provocará transferencias de poder en detrimento de los países que controlan y exportan combustibles fósiles y a favor de aquellos que dominen las tecnologías ecológicas del futuro. Por ejemplo, la eliminación progresiva de los combustibles fósiles mejorará significativamente la posición estratégica de la UE, en particular al reducir su dependencia de las importaciones de energía. En 2019, el 87% de nuestro petróleo y el 74% de nuestro gas procedían del extranjero, obligándonos a importar productos de combustibles fósiles por valor de 320.000 millones de euros (384.000 millones de dólares) ese año.

Además, con la transición ecológica, los tradicionales cuellos de botella estratégicos como el estrecho de Ormuz perderán importancia y serán, por tanto, menos peligrosos. Estos pasajes marítimos llevan décadas preocupando a los estrategas militares. Sin embargo, conforme vaya terminando la era del petróleo, estarán menos sujetos a la competencia entre las potencias regionales y mundiales por acceder a ellos y ejercer control.

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La eliminación progresiva de las importaciones de energía también contribuirá a reducir los ingresos y el poder geopolítico de países como Rusia, que actualmente depende en gran medida del mercado común de la UE. La pérdida de esta importante fuente de ingresos podría provocar inestabilidad a corto plazo, en particular si el Kremlin la considera una invitación al aventurerismo. Sin embargo, a largo plazo, un mundo que funcione con energía limpia puede ser también un mundo con una política más transparente y limpia, ya que los exportadores tradicionales de combustibles fósiles se verán forzados a diversificar sus economías, liberándose de la “maldición del petróleo” y de la corrupción que a menudo fomenta.

Ahora bien, la propia transición ecológica requerirá materias primas escasas, algunas de las cuales se concentran en países que ya han mostrado su voluntad de utilizar estos recursos naturales como instrumentos de política exterior. Esta vulnerabilidad creciente deberá abordarse de dos maneras: por un lado, reciclando más las materias primas clave y, por otro lado, forjando alianzas más amplias con los países exportadores.

Asimismo, mientras otros países no compartan el mismo nivel de ambición climática que la UE, existirá el riesgo de “fuga de carbono”. Por este motivo, estamos trabajando en un mecanismo de ajuste fronterizo de las emisiones de carbono. Sabemos que algunos países, incluso entre nuestros aliados, están preocupados por esto. Pero queremos ser claros: fijar un precio para los productos intensivos en carbono importados no pretende ser punitivo ni proteccionista.

Además de asegurarnos de que nuestros planes cumplan las normas de la Organización Mundial del Comercio, dialogaremos con antelación con nuestros socios internacionales para explicar lo que tenemos en mente. Nuestro objetivo es facilitar la cooperación y ayudar a otros a alcanzar sus objetivos climáticos. Esperamos que el mecanismo de ajuste fronterizo de las emisiones de carbono desencadene una carrera hacia la cima.

Aunque la transición ecológica dará lugar a economías más sostenibles y resilientes, no conducirá automáticamente a un mundo con menos conflictos o menos rivalidad geopolítica. En la UE no nos hacemos ilusiones, y tendremos que analizar el impacto de nuestras políticas en las distintas regiones, evaluando las posibles consecuencias y anticipando posibles riesgos.

Por ejemplo, en el Ártico, donde las temperaturas están aumentando con el doble de rapidez que la media mundial, Rusia, China y otros países ya están intentando establecer una presencia geopolítica sobre el terreno, así como sobre los recursos que antaño se encontraban bajo el hielo. Si bien todas estas potencias tienen gran interés en reducir las tensiones y “mantener el Ártico en el Ártico”, la actual pugna por posicionarse está poniendo en peligro a toda la región.

Al sur de Europa, existe un enorme potencial para generar energía solar y a partir del hidrógeno verde, así como para establecer nuevos modelos de crecimiento sostenible basados en energías renovables. Europa tendrá que cooperar estrechamente con los países del África subsahariana y otros países para aprovechar estas oportunidades.

La UE ha emprendido una transición ecológica porque la ciencia nos dice que debemos hacerlo, la economía es favorable a ello y la tecnología lo permite. Por todo ello, estamos convencidos de que un mundo basado en tecnologías limpias aumentará el bienestar de las personas y de la estabilidad política. Pero la senda para alcanzar este objetivo está plagada de riesgos y obstáculos.

Por ello, la geopolítica del cambio climático debe guiar nuestro pensamiento. El riesgo geopolítico no justifica modificar nuestro rumbo ni dar vuelta atrás. Por el contrario, es un impulso para acelerar nuestros esfuerzos en aras de una transición justa para todos. Y cuanto antes logremos que todo el mundo pueda beneficiarse de los bienes públicos globales, mejor.

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