BRIDGETOWN – La amenaza existencial de la crisis climática proyecta una larga sombra sobre el planeta. Sus efectos no se distribuyen por igual: los países vulnerables, en particular los pequeños estados insulares en desarrollo (PEID) como el mío, están en primera línea. Debemos hacer frente al aumento de nivel de los mares, a fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes e intensos y a la destrucción de nuestros medios de subsistencia. Para hacer frente a estos retos y reforzar la resiliencia de nuestros pueblos y sistemas, muchos dirigentes (entre los que me incluyo) han tenido que rediseñar políticas y reimaginar la relación entre el gobierno y los gobernados.
El avance de los mares puede afectar en forma directa a 250 millones de personas a fines de este siglo, pero ya es una realidad para decenas de millones de personas en los países costeros de baja altitud y en los PEID. En otros lugares, la gente sufre sequías e incendios prolongados. Estas fuerzas ponen en peligro territorios, economías y nuestra propia existencia; y para contrarrestarlas no sólo se necesitan acciones urgentes, sino también una transformación de la conciencia global: reconocer nuestra humanidad compartida y que nuestros destinos están entrelazados. Es decir, esta crisis exige solidaridad mundial.
Como receptora en 2025 del Premio Zayed a la Fraternidad Humana, creo que reconocer la responsabilidad de cuidarnos mutuamente es un elemento esencial de la respuesta al cambio climático, tan importante como las medidas científicas, tecnológicas, financieras y diplomáticas. Así como una familia sostiene a sus miembros más vulnerables, la comunidad mundial debe reunirse en torno a los países que soportan el peso de una crisis de cuya creación no son responsables.
Tal como existe, la arquitectura financiera mundial no está preparada para hacer frente a la crisis climática. Fue diseñada para una era diferente, que no contemplaba la interconexión de las economías y de los ecosistemas ni los peligros del calentamiento global. Por ejemplo, las instituciones de Bretton Woods se crearon hace más de ochenta años con el objetivo de ayudar a las economías europeas a recuperarse de la Segunda Guerra Mundial.
Pero la escala y la urgencia sin precedentes de la crisis climática demandan nuevos modos de movilizar los fondos que necesitan los países en desarrollo para medidas de mitigación y adaptación frente al cambio climático. Se necesita una reforma del sistema que ponga el desarrollo sostenible, la resiliencia climática y el acceso equitativo a financiación como prioridades principales. No es caridad, sino invertir en nuestro futuro colectivo. Cuando a algunos se los deja morir, sufrirá tarde o temprano toda la humanidad, presente y futura.
La Iniciativa de Bridgetown, de la que muchos países vulnerables son promotores, pide que los bancos multilaterales de desarrollo amplíen su capacidad de otorgamiento de préstamos y tengan en cuenta las realidades de la vulnerabilidad climática en sus marcos de evaluación de riesgos. También pide un aumento de la financiación concesional, ya que el acceso a donaciones y préstamos a bajo interés es esencial para los países que enfrentan la emergencia climática. Y propone mecanismos innovadores, por ejemplo canjes de deuda por naturaleza y deuda por clima, que permitan a un mismo tiempo aliviar el peso de las deudas y generar los recursos financieros que necesitan los países vulnerables para asumir el control de sus transiciones climáticas y crear economías y sociedades más resilientes.
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
Subscribe to Digital or Digital Plus now to secure your discount.
Subscribe Now
Pero no es sólo cuestión de financiación. También se necesita un cambio de paradigma en la forma de entender el desarrollo, para pasar de la mera búsqueda del crecimiento del PIB a una mirada más holística que valore la justicia social, la sostenibilidad ambiental y el bienestar humano. Esto requiere un replanteamiento fundamental de los modelos económicos. En un planeta finito, el crecimiento infinito es sencillamente imposible. Debemos adoptar una economía circular que mejore la eficiencia en el uso de recursos, minimice el derroche y promueva el consumo sostenible.
En última instancia, el cambio depende de la fraternidad mundial. Debemos reconocer que en un mundo interconectado, nuestras acciones tienen consecuencias para los demás; y que proteger el planeta es una responsabilidad compartida. Esto implica una distribución equitativa de la carga del cambio climático, de modo que quienes menos han contribuido al problema no sufran sus peores efectos.
Dirigir un pequeño país insular como Barbados me ha enseñado valiosas lecciones sobre el poder de la comunidad y la resiliencia, así como la importancia de la visión a largo plazo. Hemos debido aprender del peor modo la forma de adaptarnos a los cambios en las condiciones climáticas e innovar frente a la adversidad. Y hemos comprendido el valor de empoderar a las comunidades para que hagan suyos los esfuerzos de adaptación, y el que tienen las soluciones basadas en la naturaleza para crear resiliencia. Estas lecciones, nacidas de la necesidad, no son exclusivas de Barbados; pueden guiar a todos los países, sin importar su tamaño o riqueza, hacia un futuro más sostenible.
He dicho muchas veces que el mundo espera de los PEID liderazgo ante la crisis climática no porque seamos ricos o poderosos, sino porque liderar es nuestra única alternativa. La verdad ineludible es que ya no podemos actuar en solitario: debemos unirnos todos a la lucha por proteger el planeta para las generaciones venideras.
Más que un problema medioambiental, la crisis climática es un reto global que exige una respuesta colectiva. No podemos permitir que las fronteras nacionales, las ideologías políticas o los intereses económicos nos dividan. Estamos ante una prueba fundamental de nuestra humanidad compartida, y para superarla, necesitamos solidaridad global: gente común y corriente actuando día a día.
To have unlimited access to our content including in-depth commentaries, book reviews, exclusive interviews, PS OnPoint and PS The Big Picture, please subscribe
Within his first month back in the White House, Donald Trump has upended US foreign policy and launched an all-out assault on the country’s constitutional order. With US institutions bowing or buckling as the administration takes executive power to unprecedented extremes, the establishment of an authoritarian regime cannot be ruled out.
The rapid advance of AI might create the illusion that we have created a form of algorithmic intelligence capable of understanding us as deeply as we understand one another. But these systems will always lack the essential qualities of human intelligence.
explains why even cutting-edge innovations are not immune to the world’s inherent unpredictability.
US Vice President J.D. Vance's speech at this year's Munich Security Conference made it clear that the long postwar era of Atlanticism is over, and that Europeans now must take their sovereignty into their own hands. With ample resources to do so, all that is required is the collective political will.
explains what the European Union must do now that America has walked away from the transatlantic relationship.
BRIDGETOWN – La amenaza existencial de la crisis climática proyecta una larga sombra sobre el planeta. Sus efectos no se distribuyen por igual: los países vulnerables, en particular los pequeños estados insulares en desarrollo (PEID) como el mío, están en primera línea. Debemos hacer frente al aumento de nivel de los mares, a fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes e intensos y a la destrucción de nuestros medios de subsistencia. Para hacer frente a estos retos y reforzar la resiliencia de nuestros pueblos y sistemas, muchos dirigentes (entre los que me incluyo) han tenido que rediseñar políticas y reimaginar la relación entre el gobierno y los gobernados.
El avance de los mares puede afectar en forma directa a 250 millones de personas a fines de este siglo, pero ya es una realidad para decenas de millones de personas en los países costeros de baja altitud y en los PEID. En otros lugares, la gente sufre sequías e incendios prolongados. Estas fuerzas ponen en peligro territorios, economías y nuestra propia existencia; y para contrarrestarlas no sólo se necesitan acciones urgentes, sino también una transformación de la conciencia global: reconocer nuestra humanidad compartida y que nuestros destinos están entrelazados. Es decir, esta crisis exige solidaridad mundial.
Como receptora en 2025 del Premio Zayed a la Fraternidad Humana, creo que reconocer la responsabilidad de cuidarnos mutuamente es un elemento esencial de la respuesta al cambio climático, tan importante como las medidas científicas, tecnológicas, financieras y diplomáticas. Así como una familia sostiene a sus miembros más vulnerables, la comunidad mundial debe reunirse en torno a los países que soportan el peso de una crisis de cuya creación no son responsables.
Tal como existe, la arquitectura financiera mundial no está preparada para hacer frente a la crisis climática. Fue diseñada para una era diferente, que no contemplaba la interconexión de las economías y de los ecosistemas ni los peligros del calentamiento global. Por ejemplo, las instituciones de Bretton Woods se crearon hace más de ochenta años con el objetivo de ayudar a las economías europeas a recuperarse de la Segunda Guerra Mundial.
Pero la escala y la urgencia sin precedentes de la crisis climática demandan nuevos modos de movilizar los fondos que necesitan los países en desarrollo para medidas de mitigación y adaptación frente al cambio climático. Se necesita una reforma del sistema que ponga el desarrollo sostenible, la resiliencia climática y el acceso equitativo a financiación como prioridades principales. No es caridad, sino invertir en nuestro futuro colectivo. Cuando a algunos se los deja morir, sufrirá tarde o temprano toda la humanidad, presente y futura.
La Iniciativa de Bridgetown, de la que muchos países vulnerables son promotores, pide que los bancos multilaterales de desarrollo amplíen su capacidad de otorgamiento de préstamos y tengan en cuenta las realidades de la vulnerabilidad climática en sus marcos de evaluación de riesgos. También pide un aumento de la financiación concesional, ya que el acceso a donaciones y préstamos a bajo interés es esencial para los países que enfrentan la emergencia climática. Y propone mecanismos innovadores, por ejemplo canjes de deuda por naturaleza y deuda por clima, que permitan a un mismo tiempo aliviar el peso de las deudas y generar los recursos financieros que necesitan los países vulnerables para asumir el control de sus transiciones climáticas y crear economías y sociedades más resilientes.
Winter Sale: Save 40% on a new PS subscription
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
Subscribe to Digital or Digital Plus now to secure your discount.
Subscribe Now
Pero no es sólo cuestión de financiación. También se necesita un cambio de paradigma en la forma de entender el desarrollo, para pasar de la mera búsqueda del crecimiento del PIB a una mirada más holística que valore la justicia social, la sostenibilidad ambiental y el bienestar humano. Esto requiere un replanteamiento fundamental de los modelos económicos. En un planeta finito, el crecimiento infinito es sencillamente imposible. Debemos adoptar una economía circular que mejore la eficiencia en el uso de recursos, minimice el derroche y promueva el consumo sostenible.
En última instancia, el cambio depende de la fraternidad mundial. Debemos reconocer que en un mundo interconectado, nuestras acciones tienen consecuencias para los demás; y que proteger el planeta es una responsabilidad compartida. Esto implica una distribución equitativa de la carga del cambio climático, de modo que quienes menos han contribuido al problema no sufran sus peores efectos.
Dirigir un pequeño país insular como Barbados me ha enseñado valiosas lecciones sobre el poder de la comunidad y la resiliencia, así como la importancia de la visión a largo plazo. Hemos debido aprender del peor modo la forma de adaptarnos a los cambios en las condiciones climáticas e innovar frente a la adversidad. Y hemos comprendido el valor de empoderar a las comunidades para que hagan suyos los esfuerzos de adaptación, y el que tienen las soluciones basadas en la naturaleza para crear resiliencia. Estas lecciones, nacidas de la necesidad, no son exclusivas de Barbados; pueden guiar a todos los países, sin importar su tamaño o riqueza, hacia un futuro más sostenible.
He dicho muchas veces que el mundo espera de los PEID liderazgo ante la crisis climática no porque seamos ricos o poderosos, sino porque liderar es nuestra única alternativa. La verdad ineludible es que ya no podemos actuar en solitario: debemos unirnos todos a la lucha por proteger el planeta para las generaciones venideras.
Más que un problema medioambiental, la crisis climática es un reto global que exige una respuesta colectiva. No podemos permitir que las fronteras nacionales, las ideologías políticas o los intereses económicos nos dividan. Estamos ante una prueba fundamental de nuestra humanidad compartida, y para superarla, necesitamos solidaridad global: gente común y corriente actuando día a día.