helicopter fire environment ABDUL QODIR/AFP/Getty Images

La economía y la crisis climática

BOGOTÁ – La semana pasada ocurrieron dos hechos importantes que inciden directamente en el debate internacional sobre el cambio climático y el modo de enfrentarlo. El primero fue la publicación de un informe del Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC por la sigla en inglés), que expone con precisión lo que hay que hacer para alcanzar los objetivos del acuerdo de París sobre el clima (2015). El segundo fue el anuncio de que William Nordhaus, economista de la Universidad Yale, recibirá el Premio Nobel de Economía de este año (compartido) por su trabajo para “integrar el cambio climático al análisis macroeconómico a largo plazo”.

El primer hecho debería ser un llamado de atención para la comunidad internacional. El informe del IPCC exhorta a los gobiernos a tomar medidas urgentes para lograr una reducción considerable de las emisiones de gases de efecto invernadero durante la próxima década. Advierte que si se permite un aumento de la temperatura global media superior a 1,5 °C –o en el peor de los casos, 2 °C– por encima de los niveles preindustriales, las consecuencias pueden ser catastróficas, y comenzarán a sentirse ya en 2040.

Peor aún, el informe muestra que las “contribuciones determinadas a nivel nacional” (NDC), que los países firmantes del acuerdo de París determinan en forma voluntaria, son muy insuficientes. Incluso si se las cumple, la media de temperaturas globales habrá aumentado más de 3 °C en 2100, y seguirá subiendo después de eso. Es evidente que llegado el momento de revisar las NDC, las autoridades deberán aumentarlas considerablemente.

Pero se necesitan acciones sustanciales mucho antes de 2030. De lo contrario, el mundo sufrirá daños irreversibles en la forma de aumento de nivel de los mares, pérdida de biodiversidad y deterioro de ecosistemas terrestres y marinos, incluida la posible extinción de los arrecifes de coral de todo el mundo. Estos hechos tendrán un grave impacto sobre los suministros de agua y los estándares de vida y sanitarios de la población mundial. Y no hace falta decir que a mayor calentamiento, peores serán los efectos.

Que se haya elegido a Nordhaus para recibir el Premio Nobel es auspicioso. Pero aun así, hay que señalar que su metodología para estudiar el cambio climático tiende a ser bastante conservadora, es decir, gradualista. Nordhaus se basa en el análisis económico tradicional, que “descuenta” el valor actual del consumo futuro según la tasa de rendimiento del capital (tipo de interés). Es decir, cien dólares dentro de medio siglo pueden valer quince dólares, diez o incluso menos hoy, según el tipo de interés usado. Pero cualquier iniciativa para combatir el cambio climático supone costos en el presente, que son necesariamente superiores a valores actuales. Eso lleva a recomendar que esos costos se vayan abonando lentamente.

El problema de esta metodología es que es injusta hacia las generaciones futuras (que no pueden incidir en las decisiones actuales), porque por definición, calcula su bienestar a un valor descontado. Si nos tomamos en serio la equidad intergeneracional, el principal factor que debemos tener en cuenta es el grado de mejora de las tecnologías futuras respecto de las actuales. Es decir, la tasa de descuento socialmente adecuada debería ser la tasa de cambio tecnológico, que es mucho menor que los tipos de interés del mercado.

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Además, puede decirse que el análisis económico tradicional es injusto no sólo hacia las generaciones futuras, sino también hacia los individuos: preguntémosle a un anciano que tenga una pensión inadecuada (o inexistente) si su bienestar actual vale menos que su consumo pasado.

Una metodología mucho mejor la desarrolló Nicholas Stern, de la London School of Economics. En su ahora famoso informe sobre la economía del cambio climático, ya en 2006 Stern pedía acelerar las acciones para combatirlo. En su opinión, el costo de un calentamiento global descontrolado superaría con creces el gasto de enfrentarlo a tiempo.

Otra alternativa la desarrolló Martin Weitzman, de la Universidad Harvard. Weitzman se basa en herramientas analíticas similares a las que usa Nordhaus, pero su trabajo también tiene en cuenta los riesgos catastróficos asociados con el cambio climático. En tal sentido, su metodología es similar a la del IPCC y a la del Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA), que concluyeron que un calentamiento global superior a ciertos niveles tendrá efectos realmente desastrosos.

En mi opinión, el Comité del Nobel tendría que haber reconocido no sólo a Nordhaus sino también a algunos de estos otros economistas del cambio climático, en particular Stern. El hecho es que la humanidad no puede permitirse encarar esta cuestión gradualmente. El Informe Stern, el último informe del IPCC y el PNUMA coinciden en que es necesario incrementar sustancialmente los esfuerzos actuales de reducción de las emisiones. Esto implica acelerar la transición global a tecnologías de energía limpia (incluido el sector transporte), mejorar la eficiencia en la producción y el consumo de energía, revertir la deforestación, mejorar el uso de la tierra y promover innovaciones tecnológicas que faciliten todos estos procesos.

El mensaje del informe del IPCC es claro. Todos los países deben incrementar sus metas de reducción de emisiones y reforzar sus compromisos conforme al acuerdo de París. Y el país que es históricamente responsable de la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero –Estados Unidos– debe volver al acuerdo y mostrar liderazgo en la cuestión una vez más.

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