No mutilen a los tigres

COPENHAGUE – En diciembre, los líderes globales se reunirán en Copenhague para negociar un nuevo pacto sobre cambio climático destinado a reducir las emisiones de carbono. Sin embargo, por cómo se la convocó, inevitablemente será un fracaso. La mejor esperanza es que utilicemos esta lección finalmente para abordar la cuestión de una manera más inteligente.

Estados Unidos dejó en claro que los países en desarrollo deben firmar acuerdos para implementar reducciones sustanciales de las emisiones de carbono en Copenhague. Las naciones en desarrollo -especialmente China y la India- serán los principales emisores de gases de tipo invernadero del siglo XXI, pero quedaron fuera del Protocolo de Kyoto por lo poco que emitían durante el período de industrialización de Occidente. Europa también aceptó a regañadientes que, sin la participación de las naciones en desarrollo, los recortes de las naciones ricas tendrán escaso impacto.

Hay quienes nos quieren hacer creer que sumar a China y a la India será fácil. De acuerdo con el ex vicepresidente norteamericano Al Gore, "los países en desarrollo que alguna vez se negaron a participar en las primeras etapas de una respuesta global a la crisis climática ahora han adoptado una posición de liderazgo en cuanto a exigir acción y tomar medidas audaces por iniciativa propia".

Sin embargo, el colega de Gore, el Nobel Rajendra Pachauri, presidente del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas, no está tan seguro. Recientemente dijo ante una audiencia india: "Por supuesto, los países en desarrollo serán exceptuados de cualquier restricción de este tipo, pero los países desarrollados ciertamente tendrán que reducir las emisiones".

Es probable que Pachauri tenga razón y que Gore esté equivocado: ni China ni la India se comprometerán a recortes significativos sin una recompensa importante.

Sus razones son enteramente entendibles. El principal factor es el costo abultado y la escasa retribución. Reducir las emisiones es la única respuesta al cambio climático de la que hablan los paladines del medio ambiente, a pesar del hecho de que los reiterados intentos por lograrlo -en Río en 1992 y en Kyoto en 1997- no tuvieron incidencia en los niveles de emisiones.

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Algunos creen que los acuerdos pasados no llegaron lo suficientemente lejos, pero Kyoto, en realidad, resultó ser excesivamente ambicioso. El 95% de sus recortes previstos nunca se produjeron. Sin embargo, aún si Kyoto se implementara plenamente a lo largo de este siglo, reduciría las temperaturas en apenas 0,2°C (0,3°F), a un costo anual de 180.000 millones de dólares.

China y la India gozan de un crecimiento veloz que está ayudando a millones de personas a salir de la pobreza. El ministro de Asuntos Externos de la India, Pranab Mukherjee, recientemente dijo: "La India está muy preocupada por el cambio climático, pero tenemos que ver la cuestión con la perspectiva de nuestro propio imperativo de eliminar la pobreza para que todos los indios puedan llevar una vida digna".

Por su parte, el premier chino, Wen Jiabao, recientemente dijo: "Es difícil que China adopte cuotas cuantificadas de reducción de emisiones en la conferencia de Copenhague, porque este país todavía está en una etapa inicial de desarrollo. Europa comenzó su industrialización hace varios cientos de años, pero en el caso de China, sólo han sido decenas de años".

Varios paladines del medio ambiente sostienen que, dados los efectos del calentamiento global, todos los países deben emprender alguna acción. Pero si uno analiza de cerca la situación en China, este argumento se desintegra.

Los modelos climáticos demuestran que, por lo menos hasta que termine este siglo, China en realidad se beneficiará del calentamiento global. Las temperaturas más cálidas favorecerán la producción agrícola y mejorarán la salud. La cantidad de vidas perdidas en olas de calor aumentará, pero el número de muertes evitadas en el invierno crecerá con mayor rapidez: el calentamiento tendrá un efecto más dramático en las temperaturas mínimas en invierno que en las temperaturas máximas en verano.

Existen pocos argumentos para que China y la India se comprometan a limitar las emisiones de carbono -y razones urgentes para que resistan a las presiones para hacerlo.

El sucesor de Kyoto no resultará exitoso a menos que, de alguna manera, se incluya a China y a la India. Para lograrlo, la Unión Europea hizo la propuesta inevitable y casi ridícula de sobornar a los países en desarrollo para que participen -a un costo de 175.000 millones de euros anualmente para 2020.

En medio de una crisis financiera, parece increíble que los ciudadanos europeos tengan que soportar la carga financiera de sobornar a China y a la India. Lo más triste, sin embargo, es que este dinero se gastará en la recolección de metano de los rellenos sanitarios en los países en desarrollo y no en ayudar a los ciudadanos de esos países a hacer frente a cuestiones más apremiantes como la salud y la educación.

Existe una alternativa a gastar tanto para lograr tan poco. Reducir el carbono todavía cuesta mucho  más que el beneficio que esto produce. Necesitamos lograr que los recortes de emisiones sean mucho más económicos para que países como China y la India puedan permitirse favorecer el medio ambiente. Esto significa que necesitamos invertir mucho más en investigación y desarrollo con el objetivo de desarrollar energía de bajo contenido de carbono.

Si  cada país se comprometiera a invertir el 0,05% de su PBI en la exploración de tecnologías de energía que no emitan carbono, esto se traduciría en 25.000 millones de dólares al año, o diez veces más de lo que el mundo invierte hoy. Aún así, el total también sería siete veces más económico que el Protocolo de Kyoto, y muchas más veces más económico de lo que probablemente sea el Protocolo de Copenhague. Aseguraría que los países más ricos paguen más, eliminando gran parte del calor político del debate.

Décadas de conversaciones no lograron tener impacto alguno en las emisiones de carbono. Esperar que China y la India efectúen recortes masivos de las emisiones para obtener escasos beneficios coloca a la reunión de Copenhague en un camino directo a otra oportunidad perdida. Pero, al mismo tiempo, el desafío chino e indio podría ser el ímpetu que necesitamos para cambiar de dirección, terminar con nuestra obsesión por reducir las emisiones y concentrarnos, en cambio, en la investigación y el desarrollo, algo que sería más inteligente y más barato -y, en rigor de verdad, marcaría la diferencia.

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