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¿Será el COVID-19 una oportunidad de enmendarnos con la naturaleza?

LONDRES – Una de las pocas cosas que no escasean en la era del COVID-19 son los comentarios sobre la pandemia. Muy comprensiblemente, el virus ha generado un flujo incesante de noticias sobre su propagación, de instrucciones cómo evitarlo y sobrevivir a él, análisis de sus causas y tratamiento, y conjeturas sobre su impacto en los hábitos laborales, la salud mental, la economía, la geopolítica y demás.

Mi propio periodo de confinamiento residencial ha dado pie a las siguientes reflexiones, que añado con cierta cautela al coro de voces expertas.

Para comenzar, estoy leyendo el libro Making China Modern de Klaus Mühlhahn, quien observa que en la cosmología china los mundos humano y divino están inextricablemente vinculados. “Cuando se respetaba el orden correcto, el mundo físico funcionaba sin problemas y prosperaba el mundo humano”, escribe, pero “cuando no se respetaba ese orden, ocurrían situaciones anómalas o destructivas, como terremotos, inundaciones, eclipses o hasta epidemias”.

¿En qué sentido podría la pandemia del COVID-19 ser el resultado de no respetar el “orden correcto” de las cosas? En el pensamiento chino, el orden correcto refiere al gobierno correcto, y eso incluye mantener una relación correcta entre los mundos humano y natural. Una pandemia indica que nuestro modo de vida ha terminado por violar esa relación.

La experta en salud Alanna Shaikh piensa que, indudablemente, en el futuro habrá muchas más pandemias “a causa de la manera como nosotros, los seres humanos, interactuamos actualmente con nuestro planeta”. Eso abarca no el calentamiento global inducido por el hombre, que está creando ambientes que favorecen a los agentes patógenos, sino también nuestro avance hacia los últimos espacios salvajes del mundo.

Cuando quemamos la selva del Amazonas para el cultivo (…), cuando los últimos retazos de la sabana africana se convierten en granjas, cuando en China se cazan animales salvajes hasta su extinción, los seres humanos entramos en contacto con animales salvajes con los que no habíamos tenido contacto hasta ese momento”, señala Shaikh.

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Eso incluye encuentros más cercanos que nunca con murciélagos y pangolines, ambos de los cuales se han identificado como potenciales fuentes del COVID-19. Mientras no respetemos la autonomía de la naturaleza, esta reaccionará en contra nuestra.

A partir de esta línea de pensamiento se puede llegar a conclusiones grandes o pequeñas. La de Shaikh es una de las pequeñas, quizás porque la inferencia más amplia es demasiado desagradable para la mayoría de la gente. Dice que tenemos que crear un sistema de salud global de una calidad suficiente como para responder rápidamente a las epidemias y evitar que se conviertan en pandemias. Cada país debería poder identificar, poner en cuarentena y tratar a sus ciudadanos infectados de inmediato.

Pienso que una manera de lograrlo es que los gobiernos del G7 emitan un bono global del COVID-19, cuyos ingresos se destinen a reformar la Organización Mundial de la Salud para que tenga el mandato específico de hacer que las capacidades médicas de todos los países estén el nivel de los países desarrollados. (Aunque incluso estos han demostrado su insuficiencia en el caso de la actual pandemia). Este gasto en la OMS sería adicional al presupuesto de los programas para el desarrollo que tiene el Banco Mundial.

Shaikh hace notar otro punto muy sensato. “Los sistemas de pedidos para este preciso momento son excelentes cuando todo va bien. Pero en tiempos de crisis, significan que no tenemos existencias”. Así que, si a un hospital o país se le acaban los equipos y accesorios de protección personal, tiene que pedir más a un proveedor (a menudo en China), y esperar a que este los produzca y envíe por barco.

Esta crítica es pertinente a mucho más que las adquisiciones médicas; cuestiona la ortodoxia del “momento preciso” que prevalece en los negocios. Según reza el argumento, las reservas cuestan dinero. Los mercados eficientes no requieren que las empresas tengan inventarios, sino solo las “existencias” suficientes para satisfacer a los clientes en el punto de demanda.

Desde este punto de vista, mantener reservas financieras en previsión de una crisis también es un despilfarro, ya que en los mercados eficientes no hay crisis. Así, las empresas deberían estar apalancadas al máximo.

Esto está bien siempre y cuando no sucedan situaciones inesperadas. Pero cuando el mundo sufre un “shock” como la crisis financiera de 2008, el modelo de mercado eficiente colapsa y, con él, la economía entera. Algo así ocurre hoy con nuestros servicios médicos.

Se sigue de esto que el criterio del “momento preciso” debería para a ser el de “por si acaso”. Idealmente, alguna autoridad global debería mantener una reserva estratégica de insumos médicos necesarios para sustentar la vida por un periodo limitado (digamos, tres meses) frente a un conjunto específico de amenazas a la salud pública. Esta reserva se debería financiar mediante impuestos cobrados a los gobiernos nacionales en proporción a los ingresos nacionales de sus países. Pero esa acumulación de existencias también se puede hacer a nivel nacional o regional: la Unión Europea sería un lugar ideal para comenzar.

Sin embargo, nada de esto aborda la pregunta mucho más amplia de la relación adecuada entre los humanos y la naturaleza. En una charla impartida en 2014, el escritor científico Stephen Petranek enumeró ocho situaciones que podrían llevar al fin del mundo tal como lo conocemos: pandemias, llamaradas solares, megaterremotos, erupciones volcánicas, accidentes biológicos, efectos de invernadero, una guerra nuclear y una colisión con meteoros. Cuatro de estos serían “desastres naturales”, pero los otros cuatro (pandemias, imprevistos biológicos, guerra nuclear y calentamiento global) serían el resultado directo de la manera en que interactuamos con la naturaleza.

Es posible que el virus COVID-19, con todo lo amenazante que parezca hoy, se llegue a controlar y atenuar sin que nos obligue a abandonar nuestros hábitos. De hecho, el psicólogo y premio Nobel Daniel Kahneman piensa que “ningún grado de conciencia psicológica superará la reluctancia de la gente a reducir su nivel de vida”.

Pero sería imprudente seguir dependiendo de arreglos técnicos momentáneos para salir de los agujeros en los que nos metan nuestros derrochadores estilos de vida, porque tarde o temprano se nos acabarán las soluciones médicas para el problema del “orden correcto”. Deberíamos dedicar un poco de tiempo de nuestros confinamientos obligatorios a pensar sobre qué soluciones podrían funcionar.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

https://prosyn.org/jEIOykies