NUEVA YORK – El coronavirus COVID‑19 obligó a países enteros a paralizarse, aterrorizó a ciudadanos de todo el mundo y disparó una debacle financiera. La pandemia exige una respuesta vigorosa e inmediata. Pero al hacer frente a la crisis es necesario que los gobiernos también piensen a largo plazo. Hay un programa político que se destaca por tener esta clase de horizonte temporal: el Pacto Verde Europeo presentado por la Comisión Europea, que ofrece diversas maneras de dar apoyo a las comunidades y empresas más vulnerables a la crisis actual.
La COVID‑19 es reflejo de una tendencia más amplia: nos aguardan más crisis planetarias. Si respondemos a cada una de ellas con medidas provisorias y superficiales, y seguimos manteniendo el mismo modelo económico que nos trajo aquí, en algún momento el shock superará la capacidad de respuesta de gobiernos, instituciones financieras y gestores corporativos de crisis. De hecho, la «coronacrisis» ya hizo precisamente eso.
En 1972, el Club de Roma emitió una advertencia similar con su famoso informe Los límites del crecimiento; y la reiteró en 1992 en el libro Más allá de los límites, de Donella Meadows, autora principal del primer informe. Como advirtió Meadows en aquel momento, lo que definirá el futuro de la humanidad no será una única emergencia, sino una sucesión de muchas crisis separadas pero relacionadas, todas ellas resultado de nuestra incapacidad de vivir en forma sostenible. Llevamos mucho tiempo forjándonos un desastre, porque usamos los recursos de la Tierra más rápido que la capacidad del planeta para regenerarlos, y liberamos desechos y contaminantes más rápido que la capacidad del planeta para absorberlos.
El planeta es uno solo, y todas las especies, todas las naciones, todas las cuestiones geopolíticas están en última instancia interconectadas. Lo estamos viendo ahora mismo: el brote de un nuevo coronavirus en China puede generar caos en todo el mundo. Igual que la COVID‑19, tampoco respetan fronteras nacionales (y ni siquiera físicas) el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y las debacles financieras. Estos problemas no admiten más respuesta que la acción colectiva, y esta debe empezar mucho antes de que se conviertan en crisis declaradas.
La pandemia de coronavirus es un llamado de atención para que empecemos a respetar los límites del planeta. Al fin y al cabo, la deforestación, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático hacen más probables las pandemias. La deforestación empuja a los animales salvajes hacia áreas de población humana, y esto aumenta la probabilidad de que virus zoonóticos como el SARS-CoV-2 hagan el salto de una especie a otra. Del mismo modo, el Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático advierte que es probable que el calentamiento global acelere la aparición de nuevos virus.
Los gobiernos que logran contener epidemias siguen tácitamente esta consigna: «seguir a la ciencia y prepararse para el futuro». Pero podemos hacerlo mucho mejor. En vez de limitarnos a reaccionar ante los desastres, podemos usar la ciencia para diseñar economías que mitiguen las amenazas del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y las pandemias. Debemos empezar a invertir en lo que realmente importa y sentar las bases para una economía circular verde anclada en soluciones naturales y orientada al bien público.
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La crisis de la COVID‑19 nos muestra que es posible hacer cambios radicales de un día para el otro. Hemos ingresado de pronto a un mundo diferente con una economía diferente. Ahora mismo, los gobiernos están urgidos de proveer a sus ciudadanos protección médica y económica inmediata. Pero también hay buenas razones económicas para que esta crisis sirva de preludio a un cambio sistémico global.
Por ejemplo, nada justifica que no estemos abandonando gradualmente los combustibles fósiles y desplegando tecnologías de energía renovable, que en su mayoría ya están disponibles en todo el mundo y en muchos casos ya son más baratas que los hidrocarburos. Tras el reciente derrumbe de precios del petróleo, es posible y necesario eliminar perversos subsidios a los combustibles fósiles, como el G7 y muchos países europeos se comprometieron a hacer de aquí a 2025.
Pasar de la agricultura industrial a la agricultura regenerativa también es inmediatamente factible, y permitirá capturar carbono en el suelo a un ritmo suficiente para revertir la crisis climática. Además, generará ganancias, mejorará la resiliencia económica y ambiental, creará empleos y aumentará el bienestar en las comunidades rurales y urbanas.
La agricultura regenerativa es un elemento destacado en muchos de los nuevos modelos económicos que están explorando gobiernos municipales de todo el mundo, basados todos ellos en el principio de vivir dentro de los límites del planeta. Como sostiene una autora de este artículo (Raworth) en defensa de su idea de «economía de la rosquilla» (doughnut economics), el objetivo debería ser crear un «espacio de operación seguro y justo para toda la humanidad». Es decir, actuar dentro de los límites naturales del planeta (representados por el diámetro exterior de la rosquilla) y al mismo tiempo evitar que las comunidades marginadas caigan en el atraso (el agujero central de la rosquilla).
En su respuesta a la crisis actual, el objetivo de las autoridades debería ser sostener los medios de vida de la ciudadanía invirtiendo en energías renovables en vez de combustibles fósiles. Es hora de que los 5,2 billones de dólares que se gastan cada año en subsidios a los combustibles fósiles se empiecen a redirigir hacia la infraestructura verde, la reforestación y la inversión en una economía más circular, compartida, regenerativa y descarbonizada.
Los seres humanos somos resilientes y emprendedores; somos perfectamente capaces de empezar de nuevo. Aprendiendo de nuestros errores, podemos crear un futuro más venturoso que el que hoy nos aguarda. Aceptemos este momento de conmoción como una oportunidad para empezar a invertir en resiliencia, prosperidad compartida, bienestar y salud planetaria. Hace mucho que nos pasamos de nuestros límites naturales: es hora de probar algo nuevo.
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Not only did Donald Trump win last week’s US presidential election decisively – winning some three million more votes than his opponent, Vice President Kamala Harris – but the Republican Party he now controls gained majorities in both houses on Congress. Given the far-reaching implications of this result – for both US democracy and global stability – understanding how it came about is essential.
By voting for Republican candidates, working-class voters effectively get to have their cake and eat it, expressing conservative moral preferences while relying on Democrats to fight for their basic economic security. The best strategy for Democrats now will be to permit voters to face the consequences of their choice.
urges the party to adopt a long-term strategy aimed at discrediting the MAGA ideology once and for all.
NUEVA YORK – El coronavirus COVID‑19 obligó a países enteros a paralizarse, aterrorizó a ciudadanos de todo el mundo y disparó una debacle financiera. La pandemia exige una respuesta vigorosa e inmediata. Pero al hacer frente a la crisis es necesario que los gobiernos también piensen a largo plazo. Hay un programa político que se destaca por tener esta clase de horizonte temporal: el Pacto Verde Europeo presentado por la Comisión Europea, que ofrece diversas maneras de dar apoyo a las comunidades y empresas más vulnerables a la crisis actual.
La COVID‑19 es reflejo de una tendencia más amplia: nos aguardan más crisis planetarias. Si respondemos a cada una de ellas con medidas provisorias y superficiales, y seguimos manteniendo el mismo modelo económico que nos trajo aquí, en algún momento el shock superará la capacidad de respuesta de gobiernos, instituciones financieras y gestores corporativos de crisis. De hecho, la «coronacrisis» ya hizo precisamente eso.
En 1972, el Club de Roma emitió una advertencia similar con su famoso informe Los límites del crecimiento; y la reiteró en 1992 en el libro Más allá de los límites, de Donella Meadows, autora principal del primer informe. Como advirtió Meadows en aquel momento, lo que definirá el futuro de la humanidad no será una única emergencia, sino una sucesión de muchas crisis separadas pero relacionadas, todas ellas resultado de nuestra incapacidad de vivir en forma sostenible. Llevamos mucho tiempo forjándonos un desastre, porque usamos los recursos de la Tierra más rápido que la capacidad del planeta para regenerarlos, y liberamos desechos y contaminantes más rápido que la capacidad del planeta para absorberlos.
El planeta es uno solo, y todas las especies, todas las naciones, todas las cuestiones geopolíticas están en última instancia interconectadas. Lo estamos viendo ahora mismo: el brote de un nuevo coronavirus en China puede generar caos en todo el mundo. Igual que la COVID‑19, tampoco respetan fronteras nacionales (y ni siquiera físicas) el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y las debacles financieras. Estos problemas no admiten más respuesta que la acción colectiva, y esta debe empezar mucho antes de que se conviertan en crisis declaradas.
La pandemia de coronavirus es un llamado de atención para que empecemos a respetar los límites del planeta. Al fin y al cabo, la deforestación, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático hacen más probables las pandemias. La deforestación empuja a los animales salvajes hacia áreas de población humana, y esto aumenta la probabilidad de que virus zoonóticos como el SARS-CoV-2 hagan el salto de una especie a otra. Del mismo modo, el Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático advierte que es probable que el calentamiento global acelere la aparición de nuevos virus.
Los gobiernos que logran contener epidemias siguen tácitamente esta consigna: «seguir a la ciencia y prepararse para el futuro». Pero podemos hacerlo mucho mejor. En vez de limitarnos a reaccionar ante los desastres, podemos usar la ciencia para diseñar economías que mitiguen las amenazas del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y las pandemias. Debemos empezar a invertir en lo que realmente importa y sentar las bases para una economía circular verde anclada en soluciones naturales y orientada al bien público.
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La crisis de la COVID‑19 nos muestra que es posible hacer cambios radicales de un día para el otro. Hemos ingresado de pronto a un mundo diferente con una economía diferente. Ahora mismo, los gobiernos están urgidos de proveer a sus ciudadanos protección médica y económica inmediata. Pero también hay buenas razones económicas para que esta crisis sirva de preludio a un cambio sistémico global.
Por ejemplo, nada justifica que no estemos abandonando gradualmente los combustibles fósiles y desplegando tecnologías de energía renovable, que en su mayoría ya están disponibles en todo el mundo y en muchos casos ya son más baratas que los hidrocarburos. Tras el reciente derrumbe de precios del petróleo, es posible y necesario eliminar perversos subsidios a los combustibles fósiles, como el G7 y muchos países europeos se comprometieron a hacer de aquí a 2025.
Pasar de la agricultura industrial a la agricultura regenerativa también es inmediatamente factible, y permitirá capturar carbono en el suelo a un ritmo suficiente para revertir la crisis climática. Además, generará ganancias, mejorará la resiliencia económica y ambiental, creará empleos y aumentará el bienestar en las comunidades rurales y urbanas.
La agricultura regenerativa es un elemento destacado en muchos de los nuevos modelos económicos que están explorando gobiernos municipales de todo el mundo, basados todos ellos en el principio de vivir dentro de los límites del planeta. Como sostiene una autora de este artículo (Raworth) en defensa de su idea de «economía de la rosquilla» (doughnut economics), el objetivo debería ser crear un «espacio de operación seguro y justo para toda la humanidad». Es decir, actuar dentro de los límites naturales del planeta (representados por el diámetro exterior de la rosquilla) y al mismo tiempo evitar que las comunidades marginadas caigan en el atraso (el agujero central de la rosquilla).
En su respuesta a la crisis actual, el objetivo de las autoridades debería ser sostener los medios de vida de la ciudadanía invirtiendo en energías renovables en vez de combustibles fósiles. Es hora de que los 5,2 billones de dólares que se gastan cada año en subsidios a los combustibles fósiles se empiecen a redirigir hacia la infraestructura verde, la reforestación y la inversión en una economía más circular, compartida, regenerativa y descarbonizada.
Los seres humanos somos resilientes y emprendedores; somos perfectamente capaces de empezar de nuevo. Aprendiendo de nuestros errores, podemos crear un futuro más venturoso que el que hoy nos aguarda. Aceptemos este momento de conmoción como una oportunidad para empezar a invertir en resiliencia, prosperidad compartida, bienestar y salud planetaria. Hace mucho que nos pasamos de nuestros límites naturales: es hora de probar algo nuevo.
Traducción: Esteban Flamini