NUEVA YORK – Hace poco iba caminando por East 29th Street en Manhattan, tras visitar a una persona internada en el Bellevue Hospital, cuando me sacó de mis pensamientos un hombre blanco de mediana edad que le gritó a un anciano chino: «¡Vete de mi país, chino de mierda!». El anciano se quedó atónito; lo mismo yo, hasta que me repuse y respondí a los gritos (apelando a la riqueza expresiva de mi inglés australiano nativo) «¡Vete a tomar por culo y déjalo en paz, blanco racista de mierda!».
NUEVA YORK – Hace poco iba caminando por East 29th Street en Manhattan, tras visitar a una persona internada en el Bellevue Hospital, cuando me sacó de mis pensamientos un hombre blanco de mediana edad que le gritó a un anciano chino: «¡Vete de mi país, chino de mierda!». El anciano se quedó atónito; lo mismo yo, hasta que me repuse y respondí a los gritos (apelando a la riqueza expresiva de mi inglés australiano nativo) «¡Vete a tomar por culo y déjalo en paz, blanco racista de mierda!».