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La necesidad de contar con indicadores empresariales para el cambio climático

LONDRES – La conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), celebrada en Glasgow, ha marcado un fuerte cambio de énfasis desde las responsabilidades de los gobiernos al poder del sector privado. Si los gobiernos nacionales no encuentran la manera de conciliar sus intereses con el compromiso con una acción colectiva, ¿podrá hacerlo el sector privado?

Esta no es meramente una cuestión de cuánta diferencia podrían marcar las firmas en términos de reducción de emisiones individuales o colectivas, aunque la respuesta probablemente sea significativa. En lugar de ello, es una pregunta acerca del potencial del mercado. ¿Se puede hacer que logre el bien público crucial de una reducción de emisiones rápida y de gran escala?

Es improbable que la falta de capital financiero sea un problema. Mark Carney, Enviado especial de las Naciones Unidas para la Acción Climática y las Finanzas, causó sensación en el encuentro al anunciar un compromiso de $130 billones para el objetivo de alcanzar emisiones netas cero de gases con efecto invernadero. Esta asombrosa cantidad de dinero será administrada por la Alianza Financiera de Glasgow para las Emisiones Cero (GFANZ, por sus siglas en inglés), coalición encabezada por Carney que incluye cerca de 450 instituciones financieras que representan un 40% de los activos del planeta.

Sin embargo, este compromiso financiero da pie a su propio conjunto de preguntas. La más obvia es cómo se gastará el dinero. ¿Reflejarán las iniciativas de manera adecuada y justa los intereses de la población global: consumidores, trabajadores, ahorristas e inversionistas?

Al considerar estas interrogantes debemos tomar nota de otro acontecimiento ocurrido en la COP26 que posiblemente sea incluso más significativo. Erkki Likannen, Presidente de los Fideicomisarios de la Fundación de Normas Financieras Internacionales (IFRS), anunció la formación del Consejo de Normas Internacionales de Sostenibilidad (ISSB), que se centrará particularmente en asuntos de declaraciones financieras empresariales relacionadas con el cambio climático. Se trata de un gran paso, porque, en las famosas palabras de Peter Drucker “lo que se mide es lo que se administra”.

Ya la Fundación IFRS hace públicos estándares de rendición de cuentas financieras que requieren más de 140 países. Estos estándares, que forman la base para las reglas de creación de informes nacionales de dichos países, con los años se han vuelto la lingua franca de los mercados globales de capital. La razón es simple: si se cuenta con estándares claros las partes se aseguran de contar con información trasparente, comparable y, por ende, útil para analistas, auditores, inversionistas, prestatarios, entidades reguladoras y gerentes de empresas.

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En este sentido, la evolución hacia estándares de creación de informes comunes ha sido vital para la globalización de los mercados de capital, tendencia que ha hecho que una creciente proporción de las empresas comerciales del planeta esté sujeta a la disciplina impuesta por un capital privado en constante movimiento. Y, no obstante, actualmente esa disciplina no se está extendiendo a los factores relacionados con el clima.

Las compañías son tanto perpetradoras como víctimas de la degradación ambiental. Se verán afectadas por las consecuencias del cambio climático, a medida que ocurran fenómenos meteorológicos cada vez más extremos y frecuentes, y por las medidas de los gobiernos para reducir las emisiones y proteger o restaurar el medio ambiente.

Sin embargo, tal como estamos, no sabemos con exactitud lo altos que pueden ser esos costes –o cuánto afectan al medio ambiente las actividades de una compañía determinada-, porque no existe un sistema común para informar las variables correspondientes. Incluso desde un punto de vista puramente financiero esto es un problema grave. Estas variables climáticas y relacionadas con el clima representan riesgos serios, pero sin sistemas consistentes y completos para informar de ellas, esos riesgos no se pueden medir, y mucho menos mitigar.

Aquí es donde entra en juego el ISSB. No hay duda de que su cometido es ambicioso. Será global desde el comienzo y proporcionará normas que cubren un conjunto de indicadores enormemente complejo. Por supuesto, no hay otra alternativa: medir los riesgos relacionados con el clima no es una tarea simple y el reto parece especialmente duro en vista del hecho de que los actuales estándares de creación de informes financieros evolucionaron a lo largo de varios años.

De todos modos, hay razones para creer que el ISSB puede cumplir su misión.

El ISSB determinará una “base de referencia” global que las compañías deben cumplir en sus informes sobre riesgos climáticos y permitirá a los inversionistas comparar tales riesgos entre compañías. Las normas del ISSB no fijarán indicadores relacionados con políticas públicas prescriptivas; lo más probable es que estas serán específicas para cada país. Si un país apunta a un objetivo o política particulares, se puede añadir como un requisito adicional. La clave es asegurarse de que los requisitos locales no lleven a una estructura de creación de informes enteramente distinta, sino que en su lugar sean una adición.

La gobernanza también será esencial para el éxito del ISSB. La experiencia ha demostrado que demasiada dirección desde arriba puede obstaculizar la evolución de los estándares y normas, razón por la cual la Fundación IFRS ha establecido un sistema de gobernanza de tres niveles: un consejo de monitoreo compuesto por representantes de autoridades de los mercados de capitales de todo el mundo, un consejo de fideicomisarios independientes, y el Consejo de Normas Internacionales de Rendición de Cuentas (IASB), una entidad de fijación de estándares independiente. Las autoridades de definición de estándares nacionales, las organizaciones multilaterales y las compañías privadas contribuyen al proceso de determinación de normas a través de varios comités de asesoramiento.

El ISSB va a replicar el enfoque de amplio alcance de la Fundación IFRS. Funcionará como un consejo hermano del IASB, y la Fundación IFRS espera que esta nueva entidad colabore estrechamente con la Organización Internacional de Comisiones de Valores, un enfoque que debería facilitar su adopción a nivel local. Más aún, el ISSB tendrá varias ubicaciones físicas alrededor del planeta.

La creación del ISSB refleja una novedosa combinación de iniciativas que surgen tanto desde la base como desde la administración, y la convergencia de una diversa gama de organizaciones e individuos. No habría sido posible sin el trabajo pionero de los muchos actores que comprendieron, mucho antes de que el tema se generalizara, que los mercados de capitales necesitan estándares de sostenibilidad. Estas organizaciones, como la Value Reporting Foundation (Fundación sobre Informes de Valor) y el Climate Disclosure Standards Board (Consejo de Normas sobre Declaraciones Climáticas) en particular, definieron los primeros conceptos de creación de informes y, en parte, lograron que fueran adoptados por las compañías. También fue decisivo el aporte del Grupo de Tareas de Declaraciones Financieras vinculadas con el Clima y el Foro Económico Mundial.

Si bien estas iniciativas pusieron en marcha el proceso, produjeron una multitud de normas e indicadores distintos que confundieron a las compañías y pueden haber llevado a un lavado de imagen verde. Para combinarlos en un solo marco en común fue necesario un enfoque desde arriba liderado una autoridad con credibilidad. Entidades reguladoras, organizaciones internacionales y gobiernos alentaron a la Fundación IFRS a asumir este papel, dado su sólido historial en la definición de normas para la creación de informes financieros.

La creación del ISSB es exactamente lo que necesitaba el surgimiento de normas financieras relacionadas con el clima. Y la combinación pragmática de iniciativas en ambas direcciones (desde la base y desde la administración), junto con las medidas de una “coalición de los dispuestos” que la hizo posible, puede tener una importancia duradera para los esfuerzos más amplios del mundo por proporcionar bienes públicos.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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