Peace activists hold banners and signs while standing on the sidewalk in front of the Consulate General of Japan in New York Albin Lohr-Jones/Pacific Press/LightRocket via Getty Images

El largo camino hacia el desarme nuclear

CANBERRA – Es tiempo de definiciones para el orden nuclear global. De aquí al 12 de mayo, el presidente estadounidense Donald Trump debe decidir si recertificará el acuerdo sobre el programa nuclear de Irán o volverá a imponer sanciones. Pocas semanas después, está previsto su encuentro con el líder norcoreano Kim Jong-un en una cumbre que también tendrá consecuencias para el programa nuclear de Pyongyang.

Dado que Trump está rodeado de asesores de posturas radicales (como el secretario de Estado Mike Pompeo y el asesor de seguridad nacional John Bolton) es probable que este mes se salde con retrocesos para la causa de la desnuclearización. Por este motivo, es más importante que nunca que la comunidad internacional defienda las obligaciones instituidas por los acuerdos actuales, empezando por el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) de 1968. Pero para eso habrá que mantener difíciles conversaciones.

La aplicación de los acuerdos multilaterales suele ser imperfecta, y el régimen internacional de no proliferación no es diferente. Por ejemplo, Israel y la India no firmaron el TNP, pero a ambos estados se los considera miembros responsables del club de las armas nucleares. Israel nunca fue sancionado por tener la bomba, y la India tiene un permiso especial del Grupo de Suministradores Nucleares, además de varios acuerdos sobre uso civil de la energía nuclear con Estados Unidos, Australia, Canadá y Japón.

Las armas nucleares de Pakistán, por su parte, son un hecho tolerado, pero no aceptado; la nuclearización de facto de Corea del Norte se considera intolerable; y al programa nuclear de Irán se le pusieron límites antes de que pudiera desarrollar un arma.

En este marco imperfecto, muchos países lamentan la negativa de los firmantes del TNP a discutir su propio desarme. El artículo VI del TNP obliga a las partes a celebrar negociaciones “de buena fe” para el desarme, pero los estados que ratificaron el tratado y poseen un arsenal nuclear interpretan que esta cláusula no les prohíbe conservarlo. Más bien, basándose en la doctrina de la disuasión, sostienen que una reducción de ese arsenal debilitaría la seguridad global.

Obviamente, los estados que no tienen armas nucleares ven las cosas de otro modo. Y el año pasado dejaron sentadas sus ideas en un tratado complementario en Naciones Unidas, el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), que ya fue firmado por 58 países y ratificado por ocho, y que si algún día entra en vigencia, prohibirá el uso, la amenaza de uso o la posesión de armas nucleares.

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El “tratado de prohibición” es un paso importante hacia el establecimiento de una nueva norma internacional, y una consecuencia lógica de las falencias del TNP. Pero ha generado una intensa oposición, porque va más allá que el TNP en dos aspectos clave: en primer lugar, prohibiría los esquemas de cooperación nuclear que permiten a los estados con armas nucleares desplegarlas en territorio de estados aliados; en segundo lugar, debilita la lógica de la disuasión, al proscribir la “amenaza de uso”.

Para que el régimen global de no proliferación siga siendo viable, es necesario resolver las diferencias de visión que hay entre el TNP y el tratado de prohibición. Para ello, la comunidad internacional debe acordar una estrategia para la búsqueda de un orden internacional en el que la reducción de arsenales nucleares refuerce la seguridad regional y global, en vez de ponerla en peligro.

No hay duda de que serán negociaciones difíciles, pero la alternativa es mucho peor que algún ego lastimado. Algunos expertos han señalado que una oposición intransigente al tratado de prohibición puede llevar a muchos de los países desilusionados con el TNP de 1968 a retirarse de este tratado. No hace falta decir que eso sería enormemente contraproducente. No sólo desestabilizaría el orden nuclear actual y aumentaría la sensación de inseguridad de muchos países, sino que también reforzaría la negativa de los estados que ya poseen armas nucleares a desprenderse de ellas.

A pesar de sus falencias, el TNP trajo consigo años de estabilidad nuclear. Incluso los países que se negaron a firmarlo tienen un interés en su continuidad (con o sin el tratado de prohibición), porque su anulación tendría graves consecuencias para la seguridad global. Por eso es urgente que todas las partes redescubran el interés compartido en la búsqueda de un desarme práctico y efectivo.

Los dos tratados pueden converger en un marco que: minimice las amenazas nucleares en el corto plazo; reduzca la cantidad de armas nucleares en el mediano plazo; y aspire a la eliminación completa, verificable e irreversible de las armas nucleares en el largo plazo. Esta estrategia fue delineada en 2009 por la Comisión Internacional sobre No Proliferación Nuclear y Desarme, y hoy es preciso actualizarla y reactivarla.

Este fin de semana, el destino del acuerdo nuclear con Irán estará claro; que Trump se niegue a recertificarlo implica casi con certeza su desaparición. Pero independientemente de lo que suceda con el programa nuclear de Irán (o con el de Corea del Norte, para el caso), la peor amenaza de todas es el debilitamiento del TNP, que ha sido el fundamento del orden nuclear global por medio siglo.

Traducción: Esteban Flamini

https://prosyn.org/HT692DAes