LIMA – Los gobiernos suelen pensar que encarar el cambio climático es demasiado costoso, pero lo verdaderamente costoso es ignorarlo. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) vinculó la prevención del cambio climático desastroso con “beneficios y ahorros sanitarios inmediatos” derivados de la reducción de la contaminación del aire.
Una de las mayores causas de daño son las micropartículas PM2.5, de diámetro inferior a 2,5 micrones. Estas partículas son sumamente dañinas, ya que al penetrar profundamente en los pulmones contribuyen a generar inflamación, cáncer e infecciones respiratorias, y al pasar al torrente sanguíneo pueden provocar alteraciones vasculares causantes de ataques cardíacos y cerebrales.
Una de las causas principales de contaminación del aire es la combustión de diésel y carbón; se calcula que 3,7 millones de muertes son atribuibles a la exposición a humos en el exterior, mientras que 4,3 millones resultan de la mala ventilación de los hogares. En los 34 países de la OCDE, el transporte motorizado ya causa la mitad de las muertes prematuras debidas a la contaminación por partículas. La combustión de carbón también es la mayor fuente de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero responsable del cambio climático, que causa alrededor de 150 000 muertes prematuras por año y plantea un riesgo a gran escala para este siglo y los venideros.
Es verdad que la industria del carbón ayudó a miles de millones de personas a salir de la pobreza, como en China, cuyo enorme crecimiento de la renta per cápita (casi 700% desde 1990) se basó en el uso de carbón como fuente de energía. Pero en los países que más queman carbón, mayores son los riesgos para la salud humana. El año pasado, una investigación para la Comisión Global sobre Economía y Clima calculó que en 2010 la contaminación por micropartículas por sí sola causó 1 230 000 muertes prematuras en China (el mayor consumidor de carbón del mundo).
Estimaciones para 2012 sugieren que el 88% de las muertes relacionadas con la contaminación del aire ocurren en países de ingresos bajos a medios, que representan el 82% de la población mundial. En las regiones del Pacífico occidental y sudeste de Asia, la mortalidad asciende a 1 670 000 y 936 000 casos, respectivamente.
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Pero la contaminación está empeorando y también se cobra vidas en los países de altos ingresos. Por ejemplo, las PM2.5 reducen ocho meses la expectativa de vida en toda la Unión Europea y, junto con el ozono, causaron 430 000 muertes prematuras en los 28 estados miembros de la UE en 2011. En Gran Bretaña, más de seis décadas después de la Gran Niebla de 1952, los niveles de contaminación por PM2.5 todavía superan sistemáticamente las recomendaciones de la OMS. Los costos sanitarios de la contaminación del aire en la UE son 940 000 millones de euros al año.
Hace poco la OMS hizo una reseña de las pruebas sobre los efectos sanitarios de la contaminación del aire, y halló que son mucho más amplios y ocurren a concentraciones menores que lo que se pensaba. Además de los ya conocidos sobre los pulmones y el corazón, ahora hay pruebas de que la contaminación del aire afecta el desarrollo de los niños, incluso en el útero. Hay estudios que también la vinculan con la diabetes, enfermedad crónica seria y desafío sanitario en Indonesia, China y los países occidentales.
Pero a pesar de las pruebas contundentes, muchos países siguen incumpliendo las normas de calidad del aire (y la vigilancia de emisiones necesaria para una efectiva cooperación regional); sobre todo, porque sus gobiernos temen el impacto económico. Los modelos usados por los asesores económicos para definir estrategias de desarrollo (y promovidos por grupos de presión para influir en grandes proyectos de infraestructura) no tienen en cuenta el costo humano de la contaminación del aire ni los beneficios a largo plazo de reducirla.
Cualquier solución a los problemas planteados por la contaminación del aire demanda no sólo nuevos modelos económicos, sino también medidas coordinadas entre los gobiernos locales, nacionales e internacionales. Por ejemplo, para reducir las emisiones del transporte urbano se necesita que alcaldes, planificadores locales y funcionarios de nivel nacional colaboren en la promoción de modos de desarrollo compacto.
Felizmente, el apoyo gubernamental a la acción concreta está en aumento. La contaminación del aire encabeza la agenda política interna de China, tras la nube de esmog asfixiante que cubrió las principales ciudades del país en enero de 2013 y el reciente documental (y éxito en las redes sociales) “Bajo el domo”, de Chai Jing, que expuso los efectos sanitarios catastróficos de la contaminación del aire. El gobierno chino incluso cerró algunas de las plantas de energía más contaminantes del país, lo que llevó a que el año pasado el consumo de carbón cayera por primera vez desde 1998.
Un reciente borrador de resolución para la Asamblea Mundial de la Salud (órgano decisorio de la OMS) recalca el vínculo entre contaminación del aire y cambio climático, y sugiere a los países adoptar las recomendaciones de la OMS para la calidad del aire e insistir en el planeamiento urbano ecológico, el uso de energía no contaminante, la construcción de edificios más eficientes y la provisión de vías seguras para peatones y ciclistas.
Un reconocimiento oficial de los beneficios sanitarios inmediatos de reducir las emisiones de dióxido de carbono destrabaría avances en tres frentes: el cambio climático, la contaminación del aire y la salud humana. Es necesario que los funcionarios públicos de todo el mundo comprendan las oportunidades económicas (y los beneficios políticos) de dicho cambio.
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In 2024, global geopolitics and national politics have undergone considerable upheaval, and the world economy has both significant weaknesses, including Europe and China, and notable bright spots, especially the US. In the coming year, the range of possible outcomes will broaden further.
offers his predictions for the new year while acknowledging that the range of possible outcomes is widening.
LIMA – Los gobiernos suelen pensar que encarar el cambio climático es demasiado costoso, pero lo verdaderamente costoso es ignorarlo. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) vinculó la prevención del cambio climático desastroso con “beneficios y ahorros sanitarios inmediatos” derivados de la reducción de la contaminación del aire.
Las estadísticas son impiadosas. En 2012, la contaminación del aire causó más de siete millones de muertes prematuras (una de cada ocho en todo el mundo); más que las casi seis millones de muertes prematuras debidas al tabaco.
Una de las mayores causas de daño son las micropartículas PM2.5, de diámetro inferior a 2,5 micrones. Estas partículas son sumamente dañinas, ya que al penetrar profundamente en los pulmones contribuyen a generar inflamación, cáncer e infecciones respiratorias, y al pasar al torrente sanguíneo pueden provocar alteraciones vasculares causantes de ataques cardíacos y cerebrales.
Una de las causas principales de contaminación del aire es la combustión de diésel y carbón; se calcula que 3,7 millones de muertes son atribuibles a la exposición a humos en el exterior, mientras que 4,3 millones resultan de la mala ventilación de los hogares. En los 34 países de la OCDE, el transporte motorizado ya causa la mitad de las muertes prematuras debidas a la contaminación por partículas. La combustión de carbón también es la mayor fuente de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero responsable del cambio climático, que causa alrededor de 150 000 muertes prematuras por año y plantea un riesgo a gran escala para este siglo y los venideros.
Es verdad que la industria del carbón ayudó a miles de millones de personas a salir de la pobreza, como en China, cuyo enorme crecimiento de la renta per cápita (casi 700% desde 1990) se basó en el uso de carbón como fuente de energía. Pero en los países que más queman carbón, mayores son los riesgos para la salud humana. El año pasado, una investigación para la Comisión Global sobre Economía y Clima calculó que en 2010 la contaminación por micropartículas por sí sola causó 1 230 000 muertes prematuras en China (el mayor consumidor de carbón del mundo).
Estimaciones para 2012 sugieren que el 88% de las muertes relacionadas con la contaminación del aire ocurren en países de ingresos bajos a medios, que representan el 82% de la población mundial. En las regiones del Pacífico occidental y sudeste de Asia, la mortalidad asciende a 1 670 000 y 936 000 casos, respectivamente.
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Pero la contaminación está empeorando y también se cobra vidas en los países de altos ingresos. Por ejemplo, las PM2.5 reducen ocho meses la expectativa de vida en toda la Unión Europea y, junto con el ozono, causaron 430 000 muertes prematuras en los 28 estados miembros de la UE en 2011. En Gran Bretaña, más de seis décadas después de la Gran Niebla de 1952, los niveles de contaminación por PM2.5 todavía superan sistemáticamente las recomendaciones de la OMS. Los costos sanitarios de la contaminación del aire en la UE son 940 000 millones de euros al año.
Hace poco la OMS hizo una reseña de las pruebas sobre los efectos sanitarios de la contaminación del aire, y halló que son mucho más amplios y ocurren a concentraciones menores que lo que se pensaba. Además de los ya conocidos sobre los pulmones y el corazón, ahora hay pruebas de que la contaminación del aire afecta el desarrollo de los niños, incluso en el útero. Hay estudios que también la vinculan con la diabetes, enfermedad crónica seria y desafío sanitario en Indonesia, China y los países occidentales.
Pero a pesar de las pruebas contundentes, muchos países siguen incumpliendo las normas de calidad del aire (y la vigilancia de emisiones necesaria para una efectiva cooperación regional); sobre todo, porque sus gobiernos temen el impacto económico. Los modelos usados por los asesores económicos para definir estrategias de desarrollo (y promovidos por grupos de presión para influir en grandes proyectos de infraestructura) no tienen en cuenta el costo humano de la contaminación del aire ni los beneficios a largo plazo de reducirla.
Cualquier solución a los problemas planteados por la contaminación del aire demanda no sólo nuevos modelos económicos, sino también medidas coordinadas entre los gobiernos locales, nacionales e internacionales. Por ejemplo, para reducir las emisiones del transporte urbano se necesita que alcaldes, planificadores locales y funcionarios de nivel nacional colaboren en la promoción de modos de desarrollo compacto.
Felizmente, el apoyo gubernamental a la acción concreta está en aumento. La contaminación del aire encabeza la agenda política interna de China, tras la nube de esmog asfixiante que cubrió las principales ciudades del país en enero de 2013 y el reciente documental (y éxito en las redes sociales) “Bajo el domo”, de Chai Jing, que expuso los efectos sanitarios catastróficos de la contaminación del aire. El gobierno chino incluso cerró algunas de las plantas de energía más contaminantes del país, lo que llevó a que el año pasado el consumo de carbón cayera por primera vez desde 1998.
Un reciente borrador de resolución para la Asamblea Mundial de la Salud (órgano decisorio de la OMS) recalca el vínculo entre contaminación del aire y cambio climático, y sugiere a los países adoptar las recomendaciones de la OMS para la calidad del aire e insistir en el planeamiento urbano ecológico, el uso de energía no contaminante, la construcción de edificios más eficientes y la provisión de vías seguras para peatones y ciclistas.
Un reconocimiento oficial de los beneficios sanitarios inmediatos de reducir las emisiones de dióxido de carbono destrabaría avances en tres frentes: el cambio climático, la contaminación del aire y la salud humana. Es necesario que los funcionarios públicos de todo el mundo comprendan las oportunidades económicas (y los beneficios políticos) de dicho cambio.
Traducción: Esteban Flamini