An industrial base consisting of wind turbines and solar panels VCG/VCG via Getty Images

La transición a la economía verde, una oportunidad para China

LONDRES – Muchos que visitaron Beijing en los últimos tiempos tuvieron la agradable sorpresa de hallar cielo despejado en vez de esmog. La purificación del aire fue en parte resultado de duras políticas: el gobierno trasladó fábricas contaminantes lejos de la capital y de otras grandes ciudades, y llegó a cerrar sistemas de calefacción a carbón antes de que estuvieran listas las instalaciones a gas sustitutas. Pero el cambio en Beijing también se debe a que China es cada vez más consciente de que una economía auténticamente verde no sólo promete una mejor calidad de vida, sino también enormes oportunidades de liderazgo tecnológico y político.

En términos absolutos, hoy China es el mayor emisor de gases de efecto invernadero, responsable de más del 25% del total global. Incluso en cifras per cápita, acaba de superar la media de la Unión Europea, aunque todavía está a la mitad del nivel de Estados Unidos. Esto surge de un sistema eléctrico que se basa en un 70% en el carbón, así como del liderazgo mundial de China en industrias pesadas como las del acero, el cemento y la química. Pero China ya es, con diferencia, el mayor inversor en energía solar y eólica, y está cancelando inversiones que tenía planeadas en el carbón. Y en la transición a una economía descarbonizada, cuenta con una ventaja inmensa en materia de recursos.

Un informe reciente de la Agencia Internacional de la Energía incluye un mapa que muestra con diferentes colores las áreas del mundo con más recursos en términos de energía eólica y solar. La mayor se encuentra en las provincias occidentales escasamente pobladas de China en Tíbet, Qinghai, Xinxiang, y en Mongolia interior. En principio, bastaría cubrir con paneles solares apenas el 5% de esa área total para obtener 6000 teravatios‑hora de electricidad al año, suficientes para satisfacer toda la demanda actual china (y el recurso eólico también es inmenso).

En licitaciones recientes para lugares igualmente favorables (por ejemplo, el norte de Chile y México) hubo ofertas de suministrar energía solar a menos de dos centavos de dólar por kilovatio‑hora, y energía eólica a menos de dos centavos y medio. Los inversores chinos en energía (tanto solar como eólica) están seguros de que en un plazo de diez años podrán suministrar energía renovable a las prósperas zonas costeras de China a un precio muy inferior al que cuesta la generación con carbón en la actualidad.

Por supuesto, eso implica una inversión masiva: la Administración Nacional de la Energía de China anunció un plan de invertir 360 000 millones de dólares en energías renovables de aquí a 2020. Pero en comparación con el total de ahorro e inversión de China (más de cinco billones de dólares al año) y los más de treinta billones que tiene el sistema bancario en activos, es un nivel de inversión fácilmente manejable.

La transición a un sistema energético descarbonizado otorgará a China una gran ventaja industrial. Según señala la AIE, el menor costo de la electricidad renovable abaratará también la producción de hidrógeno (usando electrólisis en vez de reforma del metano), lo cual supone inmensas oportunidades para la descarbonización de la producción de acero, fertilizantes y sustancias químicas, y para el posible uso de hidrógeno de producción ecológica como combustible para el transporte a larga distancia con camiones y barcos. En una economía global de emisión cero, el lugar lógico para ubicar la mayor parte de la producción industrial será allí donde la energía solar y eólica sea barata.

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Las empresas chinas ya tienen una importante presencia en las principales tecnologías que se necesitan para impulsar la economía verde, por ejemplo paneles fotovoltaicos, turbinas eólicas, baterías y los sofisticados sistemas requeridos para manejar la interacción entre una oferta de electricidad intermitente y una demanda que varía con el tiempo. El apoyo a las tecnologías verdes también ocupa un lugar destacado en el programa “Hecho en China 2025”, que busca llevar la producción fabril china a los más altos niveles científicos y técnicos del mundo. Y cuanto más rápidamente la política china impulse la transición hacia una economía descarbonizada, mayor será la oportunidad tecnológica y económica.

La electrificación del transporte por ruta será esencial para la mejora local de la calidad del aire y, en combinación con una oferta cada vez mayor de electricidad verde, para reducir las emisiones de CO2. Grandes empresas chinas ya son líderes en el desarrollo del auto eléctrico, y las ciudades chinas son, con diferencia, las mayores compradoras de autobuses eléctricos. A los cielos cada vez más despejados de Beijing también contribuye el hecho de que casi todas las motocicletas de la ciudad funcionan con electricidad en vez de gasolina. Y las principales empresas tecnológicas chinas, igual que sus rivales estadounidenses, invierten grandes sumas en tecnologías de conducción autónoma y sistemas de uso compartido de vehículos.

En el área del transporte eléctrico, las empresas chinas están tan bien posicionadas como sus homólogas europeas y estadounidenses para innovar y ser competitivas a escala mundial. En cambio, igualar la experiencia que las automotrices occidentales desarrollaron en más de un siglo de producir motores de combustión interna llevaría muchos años. Así que cuanto más rápido la economía china adopte el transporte eléctrico, mejor posicionadas estarán las empresas chinas. El gobierno declaró que pronto fijará una fecha después de la cual no se podrán vender autos con motor de combustión en China. Es muy probable que China sorprenda al mundo, anunciando una fecha muy anterior a 2040 (el plazo que fijaron Francia y el Reino Unido), para obtener no sólo aire más puro sino también una ventaja competitiva.

El veloz avance de China hacia una economía verde también puede reportarle una considerable ventaja política. El presidente Xi Jinping aspira a convertir a China en un modelo económico y social atractivo y digno de ser imitado; en esto, el actual desprestigio de la marca Estados Unidos por las acciones del presidente Donald Trump le da una oportunidad de realzar el “poder blando” de China. Muchos aspectos del sistema político chino impiden alcanzar ese objetivo, pero en lo concerniente a la lucha contra el cambio climático global, China puede convertirse en un líder respetado y admirado.

No nos sorprendamos si, de aquí a diez años, los luminosos cielos azules de Beijing terminan siendo un presagio del liderazgo tecnológico chino en todos los aspectos de la economía verde; o si resulta que el compromiso de Xi de crear una “civilización ecológica” no fue sólo palabras.

Traducción: Esteban Flamini

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