WASHINGTON, DC/HELSINKI – Si el ex Presidente estadounidense Donald Trump vuelve a la Casa Blanca en 2025, China deberá dar pasos para asumir el protagonismo del liderazgo climático global, algo que muchos han considerado imposible. Después de todo, China ha sido el mayor emisor planetario de gases de efecto invernadero a lo largo de casi dos décadas, y en la actualidad representa el 35% de las emisiones globales de dióxido de carbono. Pero las dinámicas geopolíticas pueden cambiar rápidamente de cara a conflictos, dificultades económicas y elecciones de crucial importancia, lo que significa que pronto se podría ver a esta potencia bajo una nueva luz.
En 2023, Xie Zhenhua, recientemente retirado y por largo tiempo enviado climático de China, mantuvo ocultas sus cartas, pues estaba claro que su país no estaba en condiciones de asumir compromisos significativos. Antes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28), realizada en Dubái, Estados Unidos y China alcanzaron un acuerdo que hizo noticia para cooperar sobre el cambio climático, pero no incluía objetivos vinculantes. Y si bien China aceptó iniciar una “transición hacia el alejamiento de los combustibles fósiles” como parte del acuerdo final de la COP28, todavía se muestra reticente a reducir su consumo de carbón.
Pero este puede ser el año en que el liderazgo de China juegue su mano. Para principios de 2025, los países deben presentar su próxima ronda de contribuciones determinadas a nivel nacional (CDN) en virtud del acuerdo climático de París, incluidas las metas de reducción de emisiones para 2035. Las declaraciones y políticas chinas recientes sugieren que está habiendo debates internos acerca de estos nuevos objetivos. China enfrenta grandes desafíos
en la determinación de objetivos climáticos ambiciosos, pero hacerlo va en beneficio de sus propios intereses económicos y políticos.
Esta no sería la primera vez que el Presidente chino Xi Jinping inyecta un impulso importante a la acción climática global. En 2014, Xi y el entonces Presidente estadounidense Barack Obama anunciaron conjuntamente sus compromisos iniciales antes de la histórica conferencia climática de París de 2015. Y en 2020, Xi se comprometió a que China alcanzaría su pico de emisiones para 2030 y lograría cero emisiones netas en 2060.
El cada vez más volátil entorno global y las actuales debilidades económicas de China plantean retos significativos. Tras una subida de las emisiones durante y después de la pandemia de COVID-19, el país se ha quedado corto en su meta de intensidad de carbono -una de las medidas de emisiones por unidad de PIB- para 2025, y tendrá que recortar las emisiones en términos absolutos para cumplirla. Hasta hace poco, las autoridades habían supuesto que las emisiones aumentarían hasta alrededor de 2028. La permanencia de la dependencia de China sobre el carbón complica más aún el proceso de desarrollo hacia los CDN: en los últimos años, el gobierno ha aprobado una serie de nuevas plantas alimentadas a carbón para aumentar su seguridad energética.
Sin duda, las consideraciones geopolíticas serán factores que determinarán la decisión de China. Sus autoridades ponderarán pacientemente sus opciones hasta las elecciones presidenciales de EE.UU. de noviembre. Si Trump gana, podría significar menos presión sobre Pekín por parte de los estadounidenses. Pero China debería actuar más proactivamente para llenar la brecha de poder global que dejaría EE.UU.
Para Pekín, hay buenas razones para elevar las apuestas de la partida climática. La enorme inversión que China ha hecho en la fabricación de energías limpias ha empezado a elevar el crecimiento económico. Al establecerse como el principal proveedor mundial de paneles solares, baterías, vehículos eléctricos y otras tecnologías verdes, China ha alineado su agenda de descarbonización con sus intereses económicos, presentando una oportunidad estratégica para que el país se posicione a la vanguardia de la modernización sostenible.
Este sorpresivo despliegue de energías limpias podría facilitar la reducción de emisiones de CO2 de China en 2024, elevando la posibilidad de que las emisiones alcancen su máximo mucho antes de 2030. Y si China puede lograr este objetivo antes de 2025, podría lograr reducciones sustanciales para 2035, año en que se ha propuesto convertirse en un país moderadamente desarrollado. De hecho, puesto que China va muy en camino a lograr este estatus, debería especificar un objetivo absoluto de reducción de emisiones para 2035, meta que pocos países en desarrollo se han fijado hasta ahora.
Las autoridades chinas enfrentan difíciles opciones a la hora de definir objetivos climáticos. Algunas parecen técnicas, pero tienen importantes implicancias para los resultados ambientales. Un ejemplo es la selección de un año base para la medición de emisiones. Determinar una meta porcentual frente a un máximo de 2035 que está todavía por definirse podría parecer racional, pero podría crear un incentivo perverso para los sectores de la industria que estén cerca de cumplir sus objetivos para retrasar sus máximos de emisiones. Un enfoque así además generaría incertidumbre acerca de las emisiones chinas en 2035, ya que el máximo frente al cual dichas emisiones se reducirán podría no estar claro en lo inmediato.
Usar un año base histórico, como 2020 o 2015, podría ser mucho más directo pero llevar a una meta innecesariamente conservadora, dadas la inversión a gran escala del país en el carbón y la falta de claridad acerca de la trayectoria de sus emisiones. Por ejemplo, si la reciente desaceleración del país causa un estancamiento de sus emisiones, se precisaría un mínimo de acciones climáticas para lograr ese objetivo después de 2030. Pero el mundo necesita que China adopte un enfoque más ambicioso. Si se logra que China convierta su compromiso de reducción del uso de carbón desde 2026 hacia adelante en un objetivo medible de reducción del carbón para 2030, en la práctica limitaría los aumentos de emisiones.
Este año todos los ojos estarán sobre China para ver cómo negocia las complejidades de fijar sus nuevos compromisos de CDN. Si las autoridades deciden impulsar una estrategia ambiciosa, podrían llegar a acelerar la transición energética nacional, que ya está proporcionando un muy necesario empujón económico, mientras al mismo tiempo toma un papel de liderazgo de la lucha global contra el cambio climático.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
WASHINGTON, DC/HELSINKI – Si el ex Presidente estadounidense Donald Trump vuelve a la Casa Blanca en 2025, China deberá dar pasos para asumir el protagonismo del liderazgo climático global, algo que muchos han considerado imposible. Después de todo, China ha sido el mayor emisor planetario de gases de efecto invernadero a lo largo de casi dos décadas, y en la actualidad representa el 35% de las emisiones globales de dióxido de carbono. Pero las dinámicas geopolíticas pueden cambiar rápidamente de cara a conflictos, dificultades económicas y elecciones de crucial importancia, lo que significa que pronto se podría ver a esta potencia bajo una nueva luz.
En 2023, Xie Zhenhua, recientemente retirado y por largo tiempo enviado climático de China, mantuvo ocultas sus cartas, pues estaba claro que su país no estaba en condiciones de asumir compromisos significativos. Antes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28), realizada en Dubái, Estados Unidos y China alcanzaron un acuerdo que hizo noticia para cooperar sobre el cambio climático, pero no incluía objetivos vinculantes. Y si bien China aceptó iniciar una “transición hacia el alejamiento de los combustibles fósiles” como parte del acuerdo final de la COP28, todavía se muestra reticente a reducir su consumo de carbón.
Pero este puede ser el año en que el liderazgo de China juegue su mano. Para principios de 2025, los países deben presentar su próxima ronda de contribuciones determinadas a nivel nacional (CDN) en virtud del acuerdo climático de París, incluidas las metas de reducción de emisiones para 2035. Las declaraciones y políticas chinas recientes sugieren que está habiendo debates internos acerca de estos nuevos objetivos. China enfrenta grandes desafíos
en la determinación de objetivos climáticos ambiciosos, pero hacerlo va en beneficio de sus propios intereses económicos y políticos.
Esta no sería la primera vez que el Presidente chino Xi Jinping inyecta un impulso importante a la acción climática global. En 2014, Xi y el entonces Presidente estadounidense Barack Obama anunciaron conjuntamente sus compromisos iniciales antes de la histórica conferencia climática de París de 2015. Y en 2020, Xi se comprometió a que China alcanzaría su pico de emisiones para 2030 y lograría cero emisiones netas en 2060.
El cada vez más volátil entorno global y las actuales debilidades económicas de China plantean retos significativos. Tras una subida de las emisiones durante y después de la pandemia de COVID-19, el país se ha quedado corto en su meta de intensidad de carbono -una de las medidas de emisiones por unidad de PIB- para 2025, y tendrá que recortar las emisiones en términos absolutos para cumplirla. Hasta hace poco, las autoridades habían supuesto que las emisiones aumentarían hasta alrededor de 2028. La permanencia de la dependencia de China sobre el carbón complica más aún el proceso de desarrollo hacia los CDN: en los últimos años, el gobierno ha aprobado una serie de nuevas plantas alimentadas a carbón para aumentar su seguridad energética.
BLACK FRIDAY SALE: Subscribe for as little as $34.99
Subscribe now to gain access to insights and analyses from the world’s leading thinkers – starting at just $34.99 for your first year.
Subscribe Now
Sin duda, las consideraciones geopolíticas serán factores que determinarán la decisión de China. Sus autoridades ponderarán pacientemente sus opciones hasta las elecciones presidenciales de EE.UU. de noviembre. Si Trump gana, podría significar menos presión sobre Pekín por parte de los estadounidenses. Pero China debería actuar más proactivamente para llenar la brecha de poder global que dejaría EE.UU.
Para Pekín, hay buenas razones para elevar las apuestas de la partida climática. La enorme inversión que China ha hecho en la fabricación de energías limpias ha empezado a elevar el crecimiento económico. Al establecerse como el principal proveedor mundial de paneles solares, baterías, vehículos eléctricos y otras tecnologías verdes, China ha alineado su agenda de descarbonización con sus intereses económicos, presentando una oportunidad estratégica para que el país se posicione a la vanguardia de la modernización sostenible.
Este sorpresivo despliegue de energías limpias podría facilitar la reducción de emisiones de CO2 de China en 2024, elevando la posibilidad de que las emisiones alcancen su máximo mucho antes de 2030. Y si China puede lograr este objetivo antes de 2025, podría lograr reducciones sustanciales para 2035, año en que se ha propuesto convertirse en un país moderadamente desarrollado. De hecho, puesto que China va muy en camino a lograr este estatus, debería especificar un objetivo absoluto de reducción de emisiones para 2035, meta que pocos países en desarrollo se han fijado hasta ahora.
Las autoridades chinas enfrentan difíciles opciones a la hora de definir objetivos climáticos. Algunas parecen técnicas, pero tienen importantes implicancias para los resultados ambientales. Un ejemplo es la selección de un año base para la medición de emisiones. Determinar una meta porcentual frente a un máximo de 2035 que está todavía por definirse podría parecer racional, pero podría crear un incentivo perverso para los sectores de la industria que estén cerca de cumplir sus objetivos para retrasar sus máximos de emisiones. Un enfoque así además generaría incertidumbre acerca de las emisiones chinas en 2035, ya que el máximo frente al cual dichas emisiones se reducirán podría no estar claro en lo inmediato.
Usar un año base histórico, como 2020 o 2015, podría ser mucho más directo pero llevar a una meta innecesariamente conservadora, dadas la inversión a gran escala del país en el carbón y la falta de claridad acerca de la trayectoria de sus emisiones. Por ejemplo, si la reciente desaceleración del país causa un estancamiento de sus emisiones, se precisaría un mínimo de acciones climáticas para lograr ese objetivo después de 2030. Pero el mundo necesita que China adopte un enfoque más ambicioso. Si se logra que China convierta su compromiso de reducción del uso de carbón desde 2026 hacia adelante en un objetivo medible de reducción del carbón para 2030, en la práctica limitaría los aumentos de emisiones.
Este año todos los ojos estarán sobre China para ver cómo negocia las complejidades de fijar sus nuevos compromisos de CDN. Si las autoridades deciden impulsar una estrategia ambiciosa, podrían llegar a acelerar la transición energética nacional, que ya está proporcionando un muy necesario empujón económico, mientras al mismo tiempo toma un papel de liderazgo de la lucha global contra el cambio climático.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen