ATLANTA – Si se tiene en cuenta que los buques de guerra, tanto estadounidenses como chinos, incrementan sus peligrosos juegos de presión psicológica, y China transforma atolones y afloramientos en islas artificiales militarizadas, el mar del Sur de China presenta un sorprendente fotografía de lo que significa la competencia estratégica sino-estadounidense. Sin embargo, el pedido de amplia reivindicación territorial por parte de China con respecto a tener soberanía sobre territorios en alta mar no sólo desafía los derechos territoriales de otros y la libre navegación de las rutas marítimas internacionales, también amenaza una característica central del ecosistema del sudeste asiático y, por lo tanto, el futuro económico de la región.
China se niega a someter sus pedidos de reivindicación territorial a una revisión internacional, a pesar de que seis de los diez países que rodean el mar del Sur de China tienen pedidos de reivindicación sobre diversas rocas, bancos de arena, arrecifes y recursos dentro de sus 1,4 millones de millas cuadradas. China también ha ignorado la sentencia dictada el año 2016 por la Corte Permanente de Arbitraje (CPA), que afirma los derechos históricos de Filipinas sobre las islas Spratly y desestima el enorme pedido de reivindicación de China sobre el 90% del mar del Sur de China (pedido que se basa en la llamada línea de los nueve puntos).
Para los 600 millones de habitantes del sudeste asiático, la crisis territorial en el mar del Sur de China no es una preocupación futura lejana. Las acciones de China ya están dañando los ecosistemas marítimos y los medios de vida de la región. Esa es la lección clave que nos brinda el libro Dispatches from the South China Sea: Navigating to Common Ground de James Borton, quien pertenece al Instituto de Política Exterior de la Universidad John Hopkins. Dejando de lado las consideraciones geopolíticas, Borton se centra en una verdad fundamental: la explotación china del mar del Sur de China está amenazando el futuro de la región a través del daño ecológico, ambiental y económico que está causando.
La pesca se sitúa en el corazón de la narración de Borton. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, entre el 15 al 56% (dependiendo del país) de toda la proteína animal consumida en el sudeste asiático proviene de sus mares vecinos. Y el mercado mundial refleja la abundante generosidad de esta región. Aunque representa sólo el 2,5% de la superficie oceánica del planeta, el mar del Sur de China da cuenta del 12% de la pesca mundial. Según Borton, la mitad de los 3,2 millones de barcos pesqueros registrados en el mundo operan allí.
Si bien la sobrepesca es un creciente problema mundial, sin lugar a duda es evidente que China contribuye al mismo de manera desproporcionada con su flota pesquera de larga distancia de 2.500 barcos (cifra que se eleva a 17.000 si se cuentan los barcos no registrados e ilegales). Borton recoge testimonios de primera mano de pescadores, funcionarios e investigadores para mostrar cómo se están degradando los recursos vitales del mar del Sur de China. Alrededor de 2.500 especies de peces habitan sus aguas, pero desde el año 2000, las tasas de pesca han disminuido en un 70%, y las grandes poblaciones de peces se han reducido en un 90%.
Durante años, China ha declarado unilateralmente prohibiciones de pesca, supuestamente para proteger las poblaciones de peces. Y en el año 2021, adoptó una nueva ley que faculta a su guardia costera a usar la fuerza contra presuntos infractores de los países vecinos. Y, sin embargo, mientras la milicia marítima de China ha expulsado a los barcos de otros países hacia otros destinos, las operaciones pesqueras chinas en las zonas prohibidas del mundo han continuado, de tal manera que China por sí sola transporta el 20% de la pesca anual del mundo.
Los efectos ecológicos de la construcción de islas en China no son menos preocupantes. El mar del Sur de China fue una vez el hogar de un tercio de los arrecifes de coral del mundo, pero según Borton, alrededor de la mitad ya se han perdido. Los arrecifes de coral de todo el mundo están siendo degradados por los efectos del cambio climático. Pero como la CPA señaló en su sentencia del año 2016, China ha acelerado la mencionada destrucción en el mar del Sur de China al dragar más de 100 millas cuadradas de arrecifes de coral que estaban saludables para crear islas artificiales.
Borton considera que el fracaso en cuanto a la resolución de la crisis en el mar del Sur de China es un presagio de un inminente desastre ecológico. A la vez que destaca el trabajo de científicos, investigadores y funcionarios interesados, nos ayuda a comprender la naturaleza del desafío y sus posibles soluciones. “Al igual que la actual pandemia necesita de un enfoque colaborativo, el mar del Sur de China necesita de la cooperación científica... y de un acceso abierto a los datos”, Borton escribe. “La diplomacia científica puede establecer... un punto de partida para la cooperación regional” y “una pausa muy necesaria en este momento de creciente tensión”.
Desafortunadamente, el fracaso del gobierno chino en cuanto a hacer cualquiera de las cosas arriba mencionadas durante la crisis mundial de COVID también se constituye en otro presagio. Este país se ha negado a proporcionar información básica sobre el impacto ecológico de la construcción de sus islas, incluso a la par de que ampliaba sus pedidos de reivindicación territorial en otras partes de Asia. Y sus tácticas de mano dura y la constante militarización de sus recientemente creadas propiedades territoriales en alta mar no sugieren que este país tenga la intención de compartir datos, y mucho menos desempeñar un papel constructivo en la conservación de los ecosistemas de la región.
Borton ciertamente tiene razón en que los ciudadanos y los científicos deben colaborar para encontrar formas de cerrar la brecha política en el mar del Sur de China. Pero, tomando en cuenta la intransigencia de China, las empresas pueden estar mejor posicionadas que los gobiernos para tomar las medidas que este autor propone. Desde las nuevas empresas hasta los gigantes tecnológicos, el sector privado está creando nuevas herramientas que arrojarán más luz sobre la situación. Los sistemas satelitales y la inteligencia artificial ya se están utilizando para recopilar y analizar cantidades masivas de datos climáticos para clientes e investigadores. Microsoft, Google y Amazon están recolectando y publicando más datos climáticos, y líderes empresariales como el CEO de BlackRock, Larry Fink, están presionando a las empresas para que alineen sus operaciones con la agenda climática mundial.
Pero si bien Borton ofrece una visión clara sobre la crisis en el mar del Sur de China, la comprensión del problema no es garantía de que aquellos que cuentan con los medios para abordarlo asuman el desafío.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos
ATLANTA – Si se tiene en cuenta que los buques de guerra, tanto estadounidenses como chinos, incrementan sus peligrosos juegos de presión psicológica, y China transforma atolones y afloramientos en islas artificiales militarizadas, el mar del Sur de China presenta un sorprendente fotografía de lo que significa la competencia estratégica sino-estadounidense. Sin embargo, el pedido de amplia reivindicación territorial por parte de China con respecto a tener soberanía sobre territorios en alta mar no sólo desafía los derechos territoriales de otros y la libre navegación de las rutas marítimas internacionales, también amenaza una característica central del ecosistema del sudeste asiático y, por lo tanto, el futuro económico de la región.
China se niega a someter sus pedidos de reivindicación territorial a una revisión internacional, a pesar de que seis de los diez países que rodean el mar del Sur de China tienen pedidos de reivindicación sobre diversas rocas, bancos de arena, arrecifes y recursos dentro de sus 1,4 millones de millas cuadradas. China también ha ignorado la sentencia dictada el año 2016 por la Corte Permanente de Arbitraje (CPA), que afirma los derechos históricos de Filipinas sobre las islas Spratly y desestima el enorme pedido de reivindicación de China sobre el 90% del mar del Sur de China (pedido que se basa en la llamada línea de los nueve puntos).
Para los 600 millones de habitantes del sudeste asiático, la crisis territorial en el mar del Sur de China no es una preocupación futura lejana. Las acciones de China ya están dañando los ecosistemas marítimos y los medios de vida de la región. Esa es la lección clave que nos brinda el libro Dispatches from the South China Sea: Navigating to Common Ground de James Borton, quien pertenece al Instituto de Política Exterior de la Universidad John Hopkins. Dejando de lado las consideraciones geopolíticas, Borton se centra en una verdad fundamental: la explotación china del mar del Sur de China está amenazando el futuro de la región a través del daño ecológico, ambiental y económico que está causando.
La pesca se sitúa en el corazón de la narración de Borton. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, entre el 15 al 56% (dependiendo del país) de toda la proteína animal consumida en el sudeste asiático proviene de sus mares vecinos. Y el mercado mundial refleja la abundante generosidad de esta región. Aunque representa sólo el 2,5% de la superficie oceánica del planeta, el mar del Sur de China da cuenta del 12% de la pesca mundial. Según Borton, la mitad de los 3,2 millones de barcos pesqueros registrados en el mundo operan allí.
Si bien la sobrepesca es un creciente problema mundial, sin lugar a duda es evidente que China contribuye al mismo de manera desproporcionada con su flota pesquera de larga distancia de 2.500 barcos (cifra que se eleva a 17.000 si se cuentan los barcos no registrados e ilegales). Borton recoge testimonios de primera mano de pescadores, funcionarios e investigadores para mostrar cómo se están degradando los recursos vitales del mar del Sur de China. Alrededor de 2.500 especies de peces habitan sus aguas, pero desde el año 2000, las tasas de pesca han disminuido en un 70%, y las grandes poblaciones de peces se han reducido en un 90%.
Durante años, China ha declarado unilateralmente prohibiciones de pesca, supuestamente para proteger las poblaciones de peces. Y en el año 2021, adoptó una nueva ley que faculta a su guardia costera a usar la fuerza contra presuntos infractores de los países vecinos. Y, sin embargo, mientras la milicia marítima de China ha expulsado a los barcos de otros países hacia otros destinos, las operaciones pesqueras chinas en las zonas prohibidas del mundo han continuado, de tal manera que China por sí sola transporta el 20% de la pesca anual del mundo.
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Los efectos ecológicos de la construcción de islas en China no son menos preocupantes. El mar del Sur de China fue una vez el hogar de un tercio de los arrecifes de coral del mundo, pero según Borton, alrededor de la mitad ya se han perdido. Los arrecifes de coral de todo el mundo están siendo degradados por los efectos del cambio climático. Pero como la CPA señaló en su sentencia del año 2016, China ha acelerado la mencionada destrucción en el mar del Sur de China al dragar más de 100 millas cuadradas de arrecifes de coral que estaban saludables para crear islas artificiales.
Borton considera que el fracaso en cuanto a la resolución de la crisis en el mar del Sur de China es un presagio de un inminente desastre ecológico. A la vez que destaca el trabajo de científicos, investigadores y funcionarios interesados, nos ayuda a comprender la naturaleza del desafío y sus posibles soluciones. “Al igual que la actual pandemia necesita de un enfoque colaborativo, el mar del Sur de China necesita de la cooperación científica... y de un acceso abierto a los datos”, Borton escribe. “La diplomacia científica puede establecer... un punto de partida para la cooperación regional” y “una pausa muy necesaria en este momento de creciente tensión”.
Desafortunadamente, el fracaso del gobierno chino en cuanto a hacer cualquiera de las cosas arriba mencionadas durante la crisis mundial de COVID también se constituye en otro presagio. Este país se ha negado a proporcionar información básica sobre el impacto ecológico de la construcción de sus islas, incluso a la par de que ampliaba sus pedidos de reivindicación territorial en otras partes de Asia. Y sus tácticas de mano dura y la constante militarización de sus recientemente creadas propiedades territoriales en alta mar no sugieren que este país tenga la intención de compartir datos, y mucho menos desempeñar un papel constructivo en la conservación de los ecosistemas de la región.
Borton ciertamente tiene razón en que los ciudadanos y los científicos deben colaborar para encontrar formas de cerrar la brecha política en el mar del Sur de China. Pero, tomando en cuenta la intransigencia de China, las empresas pueden estar mejor posicionadas que los gobiernos para tomar las medidas que este autor propone. Desde las nuevas empresas hasta los gigantes tecnológicos, el sector privado está creando nuevas herramientas que arrojarán más luz sobre la situación. Los sistemas satelitales y la inteligencia artificial ya se están utilizando para recopilar y analizar cantidades masivas de datos climáticos para clientes e investigadores. Microsoft, Google y Amazon están recolectando y publicando más datos climáticos, y líderes empresariales como el CEO de BlackRock, Larry Fink, están presionando a las empresas para que alineen sus operaciones con la agenda climática mundial.
Pero si bien Borton ofrece una visión clara sobre la crisis en el mar del Sur de China, la comprensión del problema no es garantía de que aquellos que cuentan con los medios para abordarlo asuman el desafío.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos