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El rechazo a la descarbonización ofrece enseñanzas a Canadá

TORONTO – En el contexto de la elección de un nuevo gobierno canadiense, el veloz deterioro de la relación con Estados Unidos está en primer plano. Pero un lugar igual de destacado deberían ocupar la lentitud en la descarbonización del planeta y el papel que puede tener Canadá en torcer el rumbo.

La posibilidad de limitar el calentamiento global a 1,5° Celsius por encima de los niveles preindustriales, según estipula el Acuerdo de París (2015), ya es ínfima. A pesar de los esfuerzos de muchos países, la emisión mundial de gases de efecto invernadero ni siquiera ha comenzado a disminuir; y para cumplir el presupuesto de carbono previsto en el Acuerdo de París, debería hacerlo a un asombroso 7,5% anual. Si esto no cambia pronto, el planeta empezará a cruzar puntos de inflexión climáticos, que van del colapso de la capa de hielo de Groenlandia y de la corriente del mar de Labrador hasta un deshielo súbito del permafrost.

La respuesta a esta crisis existencial demanda implementar políticas que aceleren el ritmo de descarbonización mediante un aprovechamiento de las mejoras en infraestructuras y generación de energía verde. Al parecer, el deseo no falta: encuestas mundiales muestran que los votantes quieren más (no menos) acción climática. Pero los políticos intuyen con razón que tomar medidas decididas les traerá un castigo en la próxima elección, y el resultado es un exceso de cautela. De modo que estamos ganando la guerra con demasiada lentitud, lo que como ha señalado el activista climático Bill McKibben, es lo mismo que perderla.

En todo el mundo cobra impulso una reacción política contra la acción climática. Los partidos verdes están en retroceso en toda Europa, y la Comisión Europea se replantea la legislación relacionada con el Pacto Verde, a la luz de la pérdida de competitividad del continente; esto incita temor a que el bloque reduzca sus objetivos climáticos. De Australia a Alemania, los gobiernos en funciones enfrentan presión pública para que abandonen las políticas de descarbonización. En Estados Unidos, el presidente Donald Trump se presentó a la reelección con una plataforma que prometía más explotación gaspetrolera y revertir las políticas climáticas insignia de Joe Biden. En tanto, los conservadores canadienses han adoptado la consigna de eliminar el impuesto del primer ministro Justin Trudeau a las emisiones de carbono.

Que en la implementación de políticas haya contramarchas es esperable, y el progreso mundial debe ser capaz de resistirlas, como ocurrió durante la primera administración Trump. Pero la revuelta populista contra las políticas verdes ofrece algunas lecciones importantes para el próximo primer ministro canadiense.

Una parte del rechazo a la acción climática se debe al reparto desigual de sus costos. Para que las medidas sean políticamente sostenibles, deben internalizar esos costos en la etapa inicial del diseño. Por ejemplo, es comprensible que los economistas hayan defendido el uso de impuestos al carbono como el modo más eficiente de frenar las emisiones. Pero a veces hay que sacrificar la eficiencia; en este caso, recurriendo a instrumentos alternativos o medidas complementarias que suavicen los efectos de la transición verde sobre los segmentos de la sociedad con menos capacidad para afrontar el costo.

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Para ser claros, esto no significa invocar el principio de compensación, según el cual la política más eficiente maximiza los recursos disponibles para una compensación a los perjudicados (lo cual es correcto), pero sin reconocer que esa compensación rara vez tiene lugar. Tampoco basta decir que mientras el impuesto a las emisiones tenga neutralidad recaudatoria (como prevé el diseño canadiense), entonces quienes necesiten compensación la obtendrán. Los votantes son listos, y si el programa no ofrece a los posibles perdedores pruebas creíbles de que se los compensará, el mero riesgo de ser uno de ellos puede provocar un fuerte rechazo a la medida. Y como vemos ahora, incluso un conjunto pequeño de ciudadanos afectados puede tener influencia política desmesurada (y su causa ser tomada por políticos populistas).

No son meras teorías. En un artículo publicado en 2023 con excolegas del Fondo Monetario Internacional, examinamos el costo político de las medidas climáticas en los países de la OCDE (incluido Canadá) durante las últimas décadas. Llegamos a la conclusión de que para evitar el rechazo de los votantes, las políticas deben diseñarse de modo tal que quienes pueden salir muy perjudicados, ya sean los hogares más pobres o las empresas gaspetroleras, estén protegidos, por ejemplo mediante un seguro social, compensaciones monetarias o la introducción gradual de esas políticas. También son importantes las percepciones; nuestra investigación señala que algunas medidas (en particular los impuestos al carbono) tienden a ser impopulares, mientras que los votantes están más dispuestos a aceptar regulaciones que reduzcan las emisiones con un costo social ligeramente superior.

Las medidas climáticas deben ser compatibles con las realidades sociales y políticas, y no basarse únicamente en la eficiencia económica. Esta es una lección para todos los países (incluido Canadá) que experimentan un amplio rechazo a las políticas de descarbonización. El mundo no puede permitir que los políticos populistas las denigren diciendo que son una obsesión malsana de las élites. Para tener alguna chance de evitar un calentamiento global catastrófico, es necesario contar con el apoyo de los hogares y empresas que afrontarán la mayor parte de los costos.

Traducción: Esteban Flamini

https://prosyn.org/CN0Dyw7es